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– Bueno… tenemos una política que denominamos de No Retorno. Es decir, todo lo que llega a la isla no puede abandonarla jamás, a no ser que sea debidamente descontaminado. Eso nos incluye a nosotros cuando queramos regresar más adelante. Los objetos de grandes dimensiones que no pueden ser descontaminados, como coches, camiones, aparatos de laboratorio, escombros, basura, etcétera, permanecen en la isla.

Una vez más, todo el mundo guardó silencio.

– No pretendo sugerir que la isla esté contaminada -agregó el señor Stevens, consciente de que había asustado a las visitas.

– Pues a mí me había convencido -reconocí.

– Permítanme que se lo explique. Tenemos cinco niveles de peligro biológico en la isla, que en realidad son cinco zonas. El primer nivel o la primera zona es el aire ambiental, todos los lugares fuera de los laboratorios de biocontención, donde no hay ningún peligro. La segunda zona es el área de las duchas, entre los vestuarios y los laboratorios, y también algunos lugares de trabajo de bajo contagio. Luego lo verán. El tercer nivel son los laboratorios de biocontención, donde trabajan con enfermedades infecciosas. El cuarto nivel corresponde a lugares más protegidos del edificio e incluye los corrales de animales contaminados, así como los incineradores y las salas de disección -dijo y nos miró uno por uno para asegurarse de que le prestábamos atención, lo que ciertamente hacíamos-. Recientemente hemos agregado unas instalaciones de quinto nivel, que son las de mayor biocontenido. No hay muchas instalaciones de quinto nivel en el mundo. Nosotros las agregamos porque algunos de los organismos que recibimos de lugares como África y el Amazonas son más virulentos de lo que sospechábamos -agregó antes de mirarnos de nuevo y bajar el tono de voz-. En otras palabras, recibíamos muestras de sangre y tejido infectadas con el virus Ébola.

– Creo que ya podemos regresar -dije.

Todo el mundo sonrió e intentó reírse. Ja, ja, ja. No tenía ninguna gracia.

– El nuevo laboratorio consiste en unas instalaciones de contención con los últimos adelantos, pero las antiguas instalaciones de después de la segunda guerra mundial, lamentablemente, no eran tan seguras. Fue entonces cuando adoptamos la política de No Retorno como precaución para evitar el contagio en el continente. Dicha política es aún oficialmente vigente pero se aplica de forma mucho más relajada. No obstante, preferimos que las personas y los objetos no se desplacen con excesiva libertad entre la isla y el continente sin ser descontaminados. Eso, evidentemente, incluye a los ciervos.

– ¿Pero por qué? -insistió Beth.

– ¿Por qué? Porque se les puede pegar algo en la isla.

– ¿Como qué? -pregunté-. ¿Alguna mala costumbre?

– Tal vez un resfriado -sonrió el señor Stevens.

– ¿Matan a los ciervos? -preguntó Beth.

– Sí.

– ¿Qué me dice de los pájaros? -pregunté después de un prolongado silencio.

– Los pájaros pueden suponer un problema -respondió el señor Stevens.

– ¿Y los mosquitos? -pregunté a continuación.

– Los mosquitos también pueden suponer un problema. Pero no olviden que todos los animales de laboratorio están aislados del exterior y que todos los experimentos se llevan a cabo en laboratorios de biocontención con aire negativo a presión. Nada puede escapar.

– ¿Cómo lo sabe? -preguntó Max.

– Porque ustedes todavía están vivos -respondió el señor Stevens.

Con ese toque de optimismo y mientras Sylvester Maxwell pensaba en que se le comparaba con un canario en una mina de carbón, el señor Stevens agregó:

– Cuando desembarquemos, les ruego que permanezcan junto a mí en todo momento.

Por Dios, Paul, ni en sueños se me ocurriría lo contrario.

Capítulo 8

Cuando nos acercábamos a la isla, The Plum Runner redujo la velocidad. Yo me levanté, me dirigí a babor y me apoyé en el pasamanos. A mi izquierda divisé el viejo faro de piedra de Plum Island, que reconocí porque era uno de los temas predilectos de los malos acuarelistas de la región. A la derecha del faro, junto a la orilla, había un enorme cartel que decía: «¡Atención! ¡Cable sumergido! ¡Prohibido pescar! ¡Prohibido dragar!»De ese modo, si algún terrorista se proponía interrumpir el suministro eléctrico y las comunicaciones con la isla, las autoridades le facilitaban una pequeña pista. Por otra parte, para ser sincero, supuse que Plum Island disponía de sus propios generadores de emergencia, así como radios y teléfonos móviles.

De todos modos, The Plum Runner se deslizó por aquel estrecho canal hasta penetrar en una ensenada de aspecto artificial, como si no la hubiera creado el Todopoderoso sino el cuerpo de ingenieros del ejército, que gusta de dar los toques finales a la creación.

No había muchos edificios alrededor de la ensenada, sólo unas pocas estructuras de hojalata, estilo almacén, reminiscencias probablemente de la época militar.

– Antes de que llegaras al transbordador vi… -dijo Beth en voz baja después de acercarse.

– Estaba allí, yo también lo vi. Gracias.

El transbordador viró 180 grados y se acercó de popa al embarcadero.

Mis colegas estaban ahora junto a la baranda.

– Esperaremos a que desembarquen los empleados -dijo el señor Stevens.

– ¿Es un puerto artificial? -pregunté.

– Sí -respondió-, lo construyó el ejército cuando instalaron las baterías de artillería, antes de la guerra contra los españoles.

– Puede que les interese eliminar ese cartel del cable sumergido -sugerí.

– No podemos hacerlo -respondió-. Debemos advertir a los barcos. Además, está en las cartas de navegación.

– Pero podría decir: «Conducto de agua potable.» No tienen por qué revelarlo todo.

– Cierto -respondió antes de mirarme como si quisiera decirme algo, pero no lo hizo.

Puede que deseara ofrecerme trabajo.

Después de desembarcar los últimos empleados descendimos por la escalera y abandonamos el transbordador por la popa. Habíamos llegado a la misteriosa Plum Island. Hacía fresco, viento y sol en el muelle. Unos patos se mecían junto a la orilla y me alegró comprobar que no tenían colmillos ni ojos rojos que parpadearan, ni nada por el estilo.

Como dije anteriormente, la isla tiene forma de chuleta de cerdo, o tal vez de cordero, y la ensenada está en la parte gruesa de la chuleta como si alguien le hubiera dado un mordisco, para seguir con esa comparación estúpida.

Había una sola embarcación amarrada en el muelle, de unos diez metros y pico de eslora, con cabina, luces de búsqueda y motor interior. Su nombre era The Prune. [2] Alguien había mostrado cierto sentido del humor al elegir los nombres del transbordador y de aquel barco y no creía que se tratara de Paul Stevens, cuya idea del humor náutico consistía probablemente en ver un barco hospital torpedeado por submarinos.

Observé un cartel de madera desgastado por el tiempo, en el que se leía: «Centro de Patología Animal de Plum Island.» Más allá había un mástil, donde una bandera estadounidense ondeaba también a media asta.

Los empleados que habían desembarcado subieron a un autobús blanco que se puso en movimiento y el transbordador tocó la sirena, pero no vi a nadie que subiera a bordo para regresar a Orient Point.

– Por favor, no se muevan de aquí -dijo el señor Stevens, que echó a andar y se detuvo luego para hablar con un individuo que vestía un mono naranja.

Aquel lugar producía una extraña sensación, con individuos con mono naranja, uniformes azules, autobuses blancos y esas bobadas de «No se muevan de aquí» y «Permanezcan juntos». Aquí estaba, en una isla de acceso restringido con ese rubio que parecía miembro de las SS, un helicóptero armado que patrullaba por los alrededores, guardias armados por todas partes y con la sensación de haber aterrizado en una película de James Bond, salvo que el lugar era real.

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[2] Plum significa «ciruela» y prune, «ciruela pasa». (N. del t.)