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Pero no los encontramos ni durante la travesía ni en Umanak. Ellos habían aparecido en esos lugares mucho antes, cuando empezaron a extraer el hielo de los glaciares que descendían hacia el agua de la bahía. Luego se fueron, dejando cortado sobre el hielo un canal perfecto que se internaba a trescientos kilómetros en la meseta continental. Parece como si ellos supieran que nosotros los perseguiríamos, teniendo como punto de partida la ciudad de Umanak, desde donde tuvo que arrastrarse lentamente en trineos por el hielo, salpicado de guijarros, la expedición de Wegener. A nosotros nos esperaba ahora una carretera de hielo maravillosa, mucho más ancha que cualquier avenida de asfalto existente en el mundo, y un todoterreno sobre orugas que habíamos encargado en Dusseldorf. La tripulación era la misma que en la expedición antártica, pero el nuevo cruzanieves era más pequeño que la "Jarkovchanka" y no tenía ni su velocidad ni su resistencia.

– Todavía sufriremos con esta máquina; ya lo verás. Será una hora de travesía y dos de espera -dijo Vanó, quien justamente acababa de recibir un radiograma del cuartel general de Thompson informándonos que otros dos cruzanieves de la expedición salidos un día antes no habían llegado hasta el momento a su destino-. Estamos hartos de todo. En lugar de azúcar, nos dan melaza. Por suerte traje conmigo unti para proteger las piernas, pues en el caso contrario habría tenido que ponerme las kamikis con hierba.

Kamikis son botas de esquimales hechas de piel de perro que usan todas las expediciones de Groenlandia y los untis el calzado de los pobladores de Siberia.

Vanó estaba muy lejos de admirarlas. También permanecía indiferente ante el paisaje que se abría frente a sus ojos, paisaje cuya poesía cantó el pincel de Rockwell Kent. Anatoli Diachuk, a su vez, observaba con reproche a Irina por la admiración que mostraba ante las montañas góticas de Umanak y las gamas del verano de Groenlandia, que por una razón desconocida nos hacía recordar el verano de los alrededores de Moscú.

– La razón de todo esto es muy simple -afirmó Anatoli-. La ruta de los ciclones cambió y no hay nieve. Soplan los vientos de julio. No gimotees, Vanó, llegaremos sin incidentes.

Pero los incidentes comenzaron tres horas después de nuestra salida. Fuimos detenidos por un helicóptero enviado por Thompson. El almirante necesitaba consejeros y deseaba acelerar la llegada de Zernov. Martin pilotaba el helicóptero.

Lo que él relató era fantástico hasta para nosotros, habituados ya a los misterios de los "jinetes del mundo incógnito". En el helicóptero, Martin circunvoló la nueva maravilla de los visitantes: las protuberancias azules que se unían allá arriba formando una especie de tapa tallada en facetas. Como siempre, las "nubes" rosadas aparecieron de repente y de un lugar ignoto. Cruzaron sobre Martin sin prestarle atención y se desvanecieron en el cráter color violeta, en cierto lugar cerca del borde de la "tapa". Hacia allá dirigió Martin su helicóptero.

Aterrizó en la "tapa" violeta y no encontró apoyo alguno. El helicóptero descendía más y más, penetrando con facilidad en el medio nebuloso de color lila oscuro. Durante dos minutos la visibilidad fue nula, después el helicóptero de Martin se encontró volando sobre una ciudad moderna y extensa, aunque con horizontes limitados. La cúpula azul del cielo la cubría a guisa de tapa. La ciudad le parecía a Martin muy familiar. Hizo descender un poco más la máquina y la condujo a todo lo largo de la avenida principal que cortaba a la ciudad por la mitad. De repente, la reconoció: Broadway. Esto le pareció tan absurdo, que cerró con fuerza sus ojos a fin de aclararlos, porque no creía en lo que veía; pero al abrirlos, vio de nuevo lo mismo. Sí, era Broadway. Allí se encontraba la calle 42; tras ella, la estación del ferrocarril; un poco más cerca, Times Square; a la izquierda, Wall Street. Pudo ver hasta la iglesia famosa de los millonarios. Reconoció el centro Rockfeller, el museo Huggenheim y el enorme Empire State Building, desde cuya plataforma de observación le saludaron con pañuelos las figuritas de los turistas. Abajo, por las calles, se deslizaban automóviles multicolores, formando un collar en sus movimientos. Martin tornó en dirección al mar, pero algo le impidió avanzar. Comprendió entonces que no era él quien pilotaba el helicóptero, sino unos ojos y unas manos invisibles. Unos tres minutos después era conducido sobre el río, cortado ahora por la cúpula del cielo. Desde adentro, el resplandor azul del fenómeno tomaba el aspecto de un cielo de verano iluminado por un sol oculto tras el horizonte. Luego fue llevado sobre el Parque Central, casi hasta Harlem, y allí elevado, más bien empujado hacia arriba, a través de una masa incorpórea violeta y sacado a la atmósfera natural de la Tierra. De ese modo, se encontró repentinamente en nuestro medio ambiente, conduciendo el helicóptero, mientras debajo del fuselaje del mismo se extendía la ciudad rodeada por la llama azul. Al instante se dio cuenta de que el aparato le obedecía nuevamente y, sin pensarlo dos veces, empezó a descender, aterrizando en la meseta de hielo cerca del campamento de la expedición.

Le escuchamos atentamente, emocionados, dejando que lo relatara todo hasta el final. A poco, Zernov, meditabundo, inquirió:

– ¿Informó usted al almirante?

– No. El sin esto ya está haciendo excentricidades.

– ¿Observó usted todo con atención? ¿No se equivocó? ¿No se confundió?

– Es imposible confundir a Nueva York. Aunque en esto hay algo que me intriga, ¿cómo pudieron copiar Nueva York, si todavía no se han acercado a esa ciudad? ¿Quién de ustedes ha leído que las "nubes" rosadas aparecieron sobre Nueva York? Ninguno.

– Tal vez la visitaron de noche -le dije.

– ¿Para qué? -objetó Zernov-. Ellos no necesitan visitarla. Sabemos que crearon copias a base de imágenes visuales y a base de impresiones de la memoria. ¿Conoce usted la ciudad de Nueva York en todos sus detalles? -le preguntó a Martin.

– Yo nací en ella.

– ¿Cuántas veces paseó por sus calles?

– Miles de veces.

– Ya ve, usted paseó, observó y se acostumbró a la ciudad. Sus ojos grabaron todo lo visto y la memoria lo guardó. Ahora bien, ¿qué hicieron ellos? Simplemente atisbaron en la mente de usted, sacaron lo necesario y lo reprodujeron.

– Esto significa, ¿que ésa era mi Nueva York, tal como yo la he visto?

– No puedo aseverarlo. Pudieron haber copiado la psiquis de muchos neoyorquinos, incluyendo la suya. Existe un juego llamado rompecabezas, ¿lo conoce?

Martin asintió.

– Bien, pues, con un gran número de pedacitos pequeños y multicolores se componen cuadros, retratos, paisajes y naturalezas muertas. Ese mismo método es el empleado por ellos: ensamblan miles de impresiones visuales para crear cosas que existen realmente, con la particularidad de que estas cosas fueron vistas y recordadas por diversas personas de modo distinto. Yo pienso que el Manhattan reconstruido en el laboratorio de los visitantes no es exactamente igual al Manhattan verdadero. Entre los dos existen diferencias notables, ya sea en los detalles, ya sea en los puntos de vista. La memoria visual raramente repite las cosas exactamente como ellas son, porque no sólo graba, sino que crea. Y la memoria colectiva es, a su vez, un material para la creación conjunta. Es una especie de mosaico.

– Sir, yo no soy científico -empezó diciendo Martin- pero considero que eso es imposible, porque la ciencia no es capaz de explicarlo.

– La ciencia… -repuso Zernov sonriéndose con ironía-…Nuestra ciencia terrestre no acepta aún la posibilidad de repetir la creación del mundo. Sin embargo, prevé esta posibilidad en un futuro lejano, pero muy lejano.

Después de escuchar el relato de Martin, todo me pareció rutinario y común, hasta el momento en que observé y filmé las protuberancias azules y la "mancha" violeta: esta maravilla de los visitantes del espacio cósmico era tan extraordinaria y tan inexplicable como todas las que le precedieron. Estos eran los pensamientos que rodaban por mi mente cuando retornaba al campamento.