Выбрать главу

– Eso lo diría Thompson. Ya estoy cansado de él.

– Ellos también. Ya le comprendieron.

– ¿Lo supones?

– No lo supongo, lo sé.

– ¿Qué querías decirme?

– Que te veré de nuevo.

– ¿Por qué me lo dices a solas?

– Porque fue programado así. Tu deber es pensar y pensar, simplemente. No creo que por el momento sea necesario precisar los detalles.

– ¿Quieres que te sea sincero?

– Sí, como no, ¿que sucede?

– No me gusta todo esto, de ningún modo me gusta.

– Viejo, eso es una descortesía de tu parte.

– Escucha, ¡ya estoy harto de todos estos milagros y trucos! ¡Estoy hasta el gollete!

– ¿Qué está susurrando otra vez? -quiso saber Irina.

– Se siente agobiado -afirmó Anatoli-. Si yo hubiera estado en el lugar de Yuri, habría gritado de terror.

Zernov, sin que nadie lo notara, guardaba silencio. No, ya lo han notado.

– ¿Por qué calla usted, Boris Arkádievich? ¿Está cansado de nuestra cháchara? -le preguntó Anatoli.

– No, no, simplemente estaba pensando -respondió Zernov con diplomacia-. Pero, en verdad, ¡qué experimento más interesante! Es asombroso por su idea: recibir por medio de Anojin toda la información que ellos necesitan; crear una especie de memoria duplicada. Por lo visto, ellos aún no son capaces de percibir la información lingüística y semántica directamente, por medios acústicos y ópticos. Hasta ellos no llega ni la palabra hablada ni la escrita. La única información que ellos pueden percibir es la elaborada por la mente humana: las ideas y las imágenes mentales.

– Pero, ¿por qué escogieron a Yuri y no a cualquier científico? -preguntó Anatoli con naturalidad-. ¿Será posible que haya sido simplemente por ser él el primer sintetizado? ¿Qué importancia puede tener el número uno?

– El número uno, sin lugar a dudas, no tiene ninguna importancia. ¡Pero el primer experimento sí! También puede ser porque Anojin posee una capacidad extraordinaria para percibir imágenes. Cada persona tiene esa capacidad, pero manifestada de diferentes maneras. El matemático, por ejemplo, ve el mundo de un modo muy diferente que el pintor o el músico; y, naturalmente, el poeta tiene su propia visión de las cosas. A guisa de ejemplo tomemos la palabra "palo". Cada individuo creará su propia imagen de esa palabra, ya sea consciente, ya subconscientemente. Un individuo recordará vagamente el dolor que experimentó una vez; otro, el bastón que vio en el escaparate de una tienda; el tercero, el asta de una bandera. ¿Y tú, Anojin, qué has recordado?

– La pértiga que utilizaba para saltar en el estadio.

Todos se rieron.

Él también. Percibí al instante su risa. Pero no el mismo sonido de la risa, sino el estado de las células nerviosas del cerebro que la generan.

– ¿Te ríes? -inquirí yo.

– Claro. ¡La pértiga! -Se rió de nuevo-. ¡Cómo sufrí con ese palo!

– ¿Por qué tú?

– No hagas preguntas tontas. A propósito, Zernov tenía razón al referirse a la necesidad de percibir la información por medio de imágenes.

– ¿Estás oyendo nuestra conversación?

– Sí, a través de ti. Yo percibo toda la información elaborada por tí, por cuya razón estoy presente, invisiblemente, en todas tus conversaciones.

– Pero ahora yo no escucho todo.

– No escuchas, pero oyes. Y yo acumulo todo eso en la "alcancía" de mi memoria. Presta atención ahora. Boris Arkádievich está hablando de ella.

– …en esta "alcancía" se acumulan muchas cosas y una memoria entrenada extrae inmediatamente lo necesario. A decir verdad, la "supermemoria" no es un milagro como tal. Recuerden a Arago. ¡Qué fenómeno! ¿Y los ajedrecistas? Estos poseen una memoria profesional asombrosa. ¡Ay, si nosotros supiésemos el código y el mecanismo del recuerdo…!

– ¿Y ellos lo saben? -inquirió Irina incrédula y con cierta ironía. Pero Zernov no nota la ironía y sigue muy serio:

– No tengo la plena convicción de ello. Tal vez, Anojin es nada más que un experimento exitoso. De lo que sí estoy seguro es de que ellos descubrirán este mecanismo, allá, en sus parajes.

– ¿Cree usted en esa hipótesis?

– ¿Y por qué no? ¿Por qué piensa usted que esta hipótesis puede ser peor que otras? ¿No se ha dado cuenta que hay la misma cantidad de argumentos en su favor que en su contra? Por lo demás, esta hipótesis no le hace ningún daño a la humanidad; por el contrario, hasta le infunde respeto. Es el último eslabón para el contacto, para el estudio mutuo y, como consecuencia, para el cambio de información entre dos civilizaciones cósmicas.

– ¿Escuchaste? Nuestro Boris Arkádievich es un hombre muy inteligente. El último eslabón. ¡Cuánta verdad! Es el eslabón que faltaba.

– ¿Crees también en esa hipótesis?

– Por el momento, me callaré.

– ¿Por qué?

– Porque es demasiado temprano para hablar de ella. Aún no tengo libre albedrío, pero llegará el día…

Me da risa:

– Empiezas ya con tu misticismo. Yo no creo mucho en tu vida de ultratumba.

– ¿Y no crees en el salto del reino de la necesidad al reino de la libertad? Podría formularse del modo siguiente: libertad de voluntad, libertad de pensamiento y libertad de creación. ¿Por qué nosotros no repetimos ese camino?

– ¿Entonces, resulta que el escritor de novelas fantásticas tenía razón? ¿Piensas que aparecerá en un lugar un planeta copia de nuestra Tierra, con nuestra agua, nuestro aire y nuestras ciudades?

– Puedes burlarte si lo deseas. Por lo demás, nadie sabe qué ni dónde aparecerá. El estudio de algo no encierra siempre una repetición, con más frecuencia es una búsqueda.

– ¿Búsqueda de qué? ¿De sueños sintetizados? ¿De supermemorias?

– Todo esto es un ensayo, amigo, nada más que un ensayo. Vivimos en un mundo de constantes. Y por cuanto la naturaleza creó para las condiciones de la Tierra y para la vida albuminoidea parámetros y formas óptimos, ¿para qué necesitan cambiar las constantes?

Tal vez repetí estas últimas palabras en voz alta, porque Zernov respondió, sonriéndose:

– Claro, no tiene sentido.

Me puse rojo: ¿cómo explicar a mis compañeros mis "pensamientos en voz alta"? Vanó me sacó del apuro.

– Boris Arkádievich, ¿no cree usted que deberíamos partir? -propuso él-. El motor está ya arreglado y el camino podríamos decir que es una pista de carreras. Zernov me miró con atención: