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El memorándum se lo había entregado Canaris aquel mismo día, pocas horas después del que el Viejo Zorro hubiese regresado de una reunión con Hitler en Rastenberg. Canaris lo consideraba prometedor y Vogel tuvo que mostrarse de acuerdo.

– Hitler quiere resultados, Kurt -había dicho Canaris, sentado detrás de su antigua y destartalada mesa, igual que un impenetrable viejo profesor universitario, mientras sus ojos vagaban por las desbordantes librerías como si buscase un preciado pero largo tiempo perdido volumen-. Quiere pruebas de si será en Calais o en Normandía. Quizás ha sonado la hora de que entre en juego tu pequeño nido de espías.

Vogel lo había leído una vez rápidamente. Ahora lo leyó por segunda vez, con más atención. Desde luego, era más que prometedor, era perfecto, la oportunidad que había estado esperando. Al concluir la lectura, alzó la cabeza y murmuró el nombre de Ulbricht varias veces, como si le estuviera hablando directamente al oído. Por último, al no obtener respuesta, se levantó y fue a la antesala. Ulbricht estaba limpiando sus Lugers.

– Werner, llevo cinco minutos llamándote -dijo Vogel, con voz casi inaudible.

– Lo siento, capitán…, no le había oído.

– Lo primero que quiero hacer mañana por la mañana es ver a Müller. Prepárame una cita.

– Sí, señor.

– Y, Werner, haz algo con tus condenados oídos. He estado gritando a pleno pulmón.

Los bombarderos se presentaron a medianoche, cuando Vogel dormitaba de forma intermitente en la dura cama de campaña que tenía en el despacho. Llevó los pies al suelo, se levantó y anduvo hasta la ventana mientras la aviación zumbaba sobre su cabeza. Berlín se estremeció cuando los primeros incendios estallaron en los distritos de Pankow y Weissensee. Vogel se preguntó cuánto castigo más podría absorber la ciudad. Vastos sectores de la capital del Reich de los mil años habían quedado ya reducidos a escombros. Muchos de los barrios más famosos de la urbe parecían desfiladeros de ladrillos machacados y hierros retorcidos. Los tilos del Unter den Linden estaban calcinados, lo mismo que las en otro tiempo rutilantes tiendas y oficinas bancarias que se alineaban en el amplio bulevar. El célebre reloj de la Iglesia Memorial del Emperador Guillermo llevaba parado a las siete treinta desde el mes de noviembre, cuando los bombarderos aliados sembraron la destrucción sobre cuatrocientas cincuenta hectáreas de Berlín en una sola noche.

El memorándum seguía dándole vueltas en la cabeza mientras presenciaba la incursión nocturna.

Abwehr/Berlin xfuo 465848261

A: canaris

De: moller

Fecha: 2 nov 43

El 21 de octubre el capitán Dietrich de la estación de Asunción entregó un valioso informe norteamericano de Escorpión, en ciudad de Panamá. Como sabes. Escorpión es uno de nuestros agentes más importantes en Estados Unidos. Está situado en los círculos financieros superiores de Nueva York y muy bien relacionado en Washington es amigo personal de muchos altos funcionarios de los departamentos de guerra y de estado. Conoce personalmente a Roosevelt. Durante toda la guerra su información ha sido siempre oportuna y de gran precisión. Te recuerdo los informes que nos proporcionó sobre los envíos de armamento estadounidense a los británicos.

Según Escorpión, la armada estadounidense reclutó y envió a Londres el mes pasado a un conocido ingeniero norteamericano llamado Peter Jordan para que colaborase en un proyecto altamente secreto de construcción de un puente. Jordan no tiene experiencia militar previa Escorpión conoce personalmente a Jordan y habló con él. Antes de su partida hacia londres. Escorpión dice que el proyecto está decididamente relacionado con el plan del enemigo para invadir Francia.

Jordan cuenta con gran respeto profesional por su trabajo en el diseño y construcción de diversos puentes norteamericanos importantes. Es viudo. Su esposa, hija del banquero estadounidense Bratton Lauterbach, resultó muerta en un accidente de automóvil ocurrido en agosto de 1939. Escorpión cree que Jordan es extraordinariamente vulnerable a los encantos de una mujer atractiva.

Actualmente. Jordan vive solo en el sector de Londres conocido como Kensington Escorpión ha aportado la dirección de la casa, así como la combinación de la caja de caudales que está en el estudio.

Propongo acción.

Vogel observó la cuña de luz que llegaba desde la puerta y oyó el roce de la pata de palo de Ulbricht contra el suelo. El bombardeo alteraba a Ulbricht de una manera que no podía expresar con palabras y que Vogel nunca lograba entender. Vogel tomó el llavero del cajón de la mesa y se acercó a uno de los archivadores metálicos. El expediente estaba en una carpeta negra sin rótulo. Vogel regresó a la mesa, se sirvió un coñac largo y alzó la tapa de la carpeta. Todo estaba allí: las fotografías, los antecedentes, los informes sobre comportamientos y resultados. No le hacía falta leerlo. Lo había escrito él mismo y, al igual que la protagonista, tenía una memoria sin tacha.

Pasó unas cuantas páginas más y encontró las notas que había tomado a raíz de su primer encuentro en París. Debajo había una copia del telegrama que le remitió el hombre que la había descubierto, Emilio Romero, un acaudalado terrateniente español, un fascista, un cazatalentos al servicio de la Abwehr.

Ella es y tiene todo lo que estás buscando. Me gustaría quedármela en exclusiva para mí, pero como soy amigo tuyo te la cedo. A un precio razonable, naturalmente.

En la estancia entró de súbito un frío que helaba los huesos. Se echó sobre el camastro militar y se cubrió con la manta.

«Hitler quiere resultados, Kurt. Quizás ha sonado la hora de que entre en juego tu pequeño nido de espías.»

A veces se le ocurría la idea de dejarla donde estaba hasta que todo hubiera terminado, para luego encontrar algún modo de sacarla de allí. Pero era perfecta para aquella misión, naturalmente. Era hermosa, era inteligente y su inglés y conocimiento de la sociedad británica eran impecables. Volvió la cabeza y miró la fotografía de Gertrude y las niñas. Pensar que había fantaseado con abandonarlas por ella. Qué estúpido. Apagó la luz. La incursión aérea había concluido. La noche era una sinfonía de sirenas. Intentó dormir de nuevo, pero resultaba inútil. Ella estaba otra vez bajo su piel.

«¡Pobre Vogel…! He vuelto a sembrar el caos en tu corazón, ¿verdad?»

Desde la fotografía, los ojos de su familia le taladraban. Era obsceno, mirarlas y al mismo tiempo recordarla a ella. Se levantó, fue a la mesa, cogió la fotografía y la guardó en el cajón.

– ¡Por el amor de Dios, Kurt! -exclamó Müller cuando, a la mañana siguiente, Vogel entró en su despacho-. ¿Quién te ha cortado el pelo en estas fechas, amigo mío? Deja que te dé el nombre de mi peluquera… Quizás ella pueda ayudarte.

Agotado tras una noche en la que el sueño le fue bastante esquivo, Vogel se sentó y contempló en silencio la figura sentada frente a él.

Paul Müller tenía a su cargo las redes de espionaje de la Abwehr en Estados Unidos. Era bajo, regordete e iba impecablemente vestido con un deslumbrante traje francés. Llevaba la rala cabellera engominada y peinada hacia atrás desde la frente de su rostro de querube. La boquita era opulenta y roja, como la de un chiquillo que acabara de comerse un caramelo de cereza.

– Hay que imaginárselo, el gran Kurt Vogel aquí, en mi despacho -dijo Müller con una sonrisita de suficiencia-. ¿A qué debo tal privilegio?

Vogel estaba acostumbrado a la envidia profesional de los demás altos cargos. Debido a la condición especial de la red de su Cadena-V, recibía más dinero y prebendas que los otros funcionarios del ramo. También se le permitía meter la nariz en los casos y asuntos de los demás, lo que le hacía excepcionalmente impopular dentro de la agencia.