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Contestó Harry, con la boca llena.

– ¿Qué hay de comer hoy?

– Dicen que es menestra, pero…

– ¿Algo nuevo?

– La verdad es que me parece que sí.

A Vicary el corazón le dio un vuelco.

– He ido una vez más a echarle una mirada a las listas de inmigración, sólo para ver si nos habíamos perdido algo.

Las listas de inmigración eran la base de la competición entablada entre el MI-5 y los espías germanos. En septiembre de 1939, mientras Vicary todavía formaba parte del cuerpo docente del University College, el MI-5 utilizó los registros de inmigración y pasaportes como instrumento fundamental para llevar a cabo una redada de espías y simpatizantes nazis. Los foráneos se clasificaron en tres categorías: extranjeros de categoría C, a los que se permitía una libertad completa; extranjeros de categoría B, que estaban sujetos a determinadas restricciones (a algunos no se les permitía poseer automóviles o embarcaciones y se les limitaban los movimientos dentro del país); extranjeros de categoría A, a los que se internaba por considerarlos una amenaza para la seguridad. A cualquiera que hubiese entrado en el país antes de la guerra y no estuviese localizado se le daba por supuesta la condición de espía y se ordenaba su persecución. Las redes del espionaje alemán fueron arrolladas, desmanteladas y aplastadas prácticamente de la noche a la mañana.

– Una mujer holandesa llamada Christa Kunt entró en el país en noviembre de 1938, por Dover -continuó Harry-. Un año después se descubrió su cadáver en una tumba poco profunda en un campo próximo a un pueblo llamado Whitchurch.

– ¿Qué tiene eso de extraño?

– Lo que pasa es que a mí no me acaba de encajar. El cuerpo se hallaba en avanzado estado de descomposición cuando lo exhumaron. Tenía la cara y el cráneo machacados. Le faltaban todos los dientes. Efectuaron la identificación gracias al pasaporte; estaba convenientemente enterrado junto al cadáver. Todo eso me parece demasiado limpio.

– ¿Dónde está ahora ese pasaporte?

– Lo tiene el Ministerio del Interior. He enviado un mensajero para que lo recoja y lo traiga. Dicen que se estropeó mucho durante el tiempo que estuvo bajo tierra, pero es probable que merezca la pena echarle un vistazo.

– Muy bien, Harry. No estoy muy seguro de que la muerte de esa mujer tenga alguna relación con el caso, pero al menos es una pista digna de seguir.

– Bueno. A propósito, ¿cómo te ha ido la reunión con el abogado?

– Oh, sólo se trataba de firmar unos papeles -mintió Vicary.

Se sintió repentinamente incómodo a causa de su recién encontrada independencia financiera-. Ya me iba. Seguramente estaré en el despacho a última hora de la tarde.

Vicary cortó la comunicación en el instante en que Kenton volvía a entrar en el salón.

– Bueno, creo que ya está todo. -Tendió a Vicary un gran sobre de color pardo-. Aquí dentro tienes todos los documentos, así como las llaves. He incluido el nombre y la dirección del jardinero. Le hará feliz servirte de conserje.

Se pusieron los abrigos, cerraron con llave la casita de campo y salieron. El coche de Vicary estaba en la entrada.

– ¿Te dejo en alguna parte, Edward?

Vicary se sintió aliviado cuando Kenton declinó la oferta.

– Hablé con Helen el otro día -comentó Kenton de pronto. Vicary pensó: «¡Oh, cielo santo!».

– Dice que te ve en Chelsea de vez en cuando.

Vicary se preguntó si Helen le habría contado a Kenton lo de aquella tarde de 1940, cuando se quedó contemplando como un colegial pánfilo el automóvil que pasaba y se alejaba. Mortificado, Vicary abrió la portezuela de su coche, al tiempo que tanteaba distraídamente en los bolsillos a la búsqueda de sus gafas de media luna.

– Me encargó que te saludara, así que lo hago. ¡Hola!

– Gracias -repuso Vicary, y subió al vehículo.

– También me dijo que le gustaría verte en algún momento. Pasar un rato contigo.

– Sería estupendo -mintió Vicary.

– Bien, maravilloso. Piensa ir a Londres la semana que viene. Le encantaría almorzar contigo.

Vicary notó que se le formaba un nudo en el estómago.

– A la una en el Connaught, dentro de ocho días -dijo Kenton-. Tengo que hablar con ella hoy, un poco más tarde. ¿Puedo decirle que estarás allí?

La parte posterior del Rover estaba fría como el refrigerador de la carne. Arrellanado en el amplio asiento posterior tapizado de cuero, con las piernas abrigadas por una manta de viaje, Vicary contemplaba a través de la ventanilla el veloz deslizamiento de la campiña de Gloucestershire. Un zorro de pelaje rojizo atravesó la carretera y volvió a zambullirse entre los setos. Un soñoliento y bien cebado faisán picoteaba los rastrojos de un maizal nevado, erizado el plumaje para protegerse mejor del frío. Las peladas ramas de los árboles parecían querer arañar la pureza clara del cielo. Se abrió ante ellos un pequeño valle. Los campos de cultivo se extendían como una arrugada colcha de retales tendida hasta el horizonte. El sol se hundía en un cielo salpicado por pinceladas a la acuarela de púrpura y naranja.

Vicary estaba indignado con Helen. Su mitad rencorosa deseaba creer que, de una forma o de otra, la tarea que desempeñaba en la Inteligencia británica le hacía más interesante a los ojos de la mujer. Su mitad racional le decía que Helen y él se las arreglaron para separarse amistosamente y que un tranquilo almuerzo era posible que resultara muy agradable. Al menos, le permitiría evadirse de la presión del caso. Pensó: «¿Qué es lo que temes? Que recuerdes, durante los dos años en que formó parte de tu vida fuiste verdaderamente feliz, ¿no?».

Apartó a Helen de la imaginación. Las novedades de Harry habían despertado su curiosidad. Instintivamente enfocó el asunto corno un problema de historia. Estaba especializado en el siglo xix europeo -su libro acerca del desmoronamiento del equilibrio del poder tras el congreso de Viena obtuvo un éxito de crítica apoteósico-, pero Vicary alimentaba una secreta pasión por la historia y la mitología de la antigua Grecia. Le intrigaba el hecho de que la mayor parte de los conocimientos que se tenían de aquella época se basaran en suposiciones y conjeturas; la enorme cantidad de tiempo transcurrido y la falta de crónicas y documentos históricos claros obligaban a la hipótesis. ¿Por qué, por ejemplo, desencadenó Pericles la guerra del Peloponeso contra Esparta, que al final condujo a la destrucción de Atenas? ¿Por qué no aceptó las exigencias de su más poderoso rival y revocó el decreto de Megara? ¿Le indujo el miedo a los ejércitos superiores de Esparta? ¿Consideraba que la guerra era inevitable? ¿Se embarcó en una aventura desastrosa en el extranjero para aliviar la presión en su patria?

Vicary se formuló ahora preguntas similares respecto a su rival en Berlín, Kurt Vogel.

¿Cuál era el objetivo de Vogel? Vicary creía que el objetivo de Vogel consistió en montar al principio de la guerra una red de agentes de elite que permanecerían «dormidos» en sus puestos hasta el momento culminante de la confrontación. Para conseguirlo, tuvieron que estudiar con el máximo cuidado el modo en que el agente se insertaría en el país. Evidentemente, Vogel lo logró; el mero hecho de que el MI-5 hubiese ignorado hasta la fecha la existencia del agente, lo confirmaba. Vogel hubiera dado por supuesto que para localizar a sus agentes se recurriría a los registros de inmigración y control de pasaportes; Vicary lo habría supuesto así de estar cambiados los papeles. ¿Pero y si la persona que entró en el país estaba muerta? No habría búsqueda, no habría intento de localización. Era brillante. Pero existía un problema: se necesitaba un cadáver. ¿Era posible que realmente se hubiera asesinado a alguien para hacerle pasar por Chista Kunt?

Por regla general, los espías alemanes no eran asesinos. En su mayor parte se trataba de tipos codiciosos, aventureros y fascistas insignificantes, mal adiestrados y financiados. Pero si Kurt Vogel había establecido una red de agentes de elite, la motivación de éstos sería más elevada, estarían más disciplinados y, casi con absoluta certeza, también serían más implacables. ¿Cabía la posibilidad de que uno de esos agentes despiadados y entrenados a fondo fuera una mujer? Vicary sólo había tropezado con un caso con protagonista femenina: una joven germana que se las arregló para que la contratasen como doncella en casa de un almirante británico. Curioseó los documentos y envió cierto número de mensajes desde el desván antes de que el MI-5 diera con su rastro y la detuviera.