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– La versión oficial de la historia: se ahogó accidentalmente. Encontraron sus pertenencias, incluida una botella de vino vacía, a orillas del río Orwell. La policía supone que debió de empinar el codo más de la cuenta, perdió pie, se cayó al agua y se ahogó. No se encontró el cuerpo. Aunque investigaron durante cierto tiempo no descubrieron prueba alguna que demostrase cualquier otra teoría. Declararon que la mujer murió por ahogamiento accidental y cerraron el caso.

– Parece una historia verosímil.

– Desde luego, muy bien pudo ocurrir así. Pero lo dudo. Beatrice Pymm conocía bien esa comarca. ¿Por qué aquel día en particular iba a beber un poco más de la cuenta y caerse al río?

– ¿Teoría número dos?

– La teoría número dos se desarrolla como sigue: nuestro espía la aborda una vez oscurecido, le asesta una cuchillada en el corazón y carga el cadáver en una camioneta. Deja las cosas de la muchacha en la orilla del río para que todo indique que hubo un ahogamiento accidental. En realidad, el cadáver se traslada a través de la región, se mutila y se entierra en los aledaños de Whitchurch.

Llegaron al despacho de Vicary y tomaron asiento; Vicary detrás de su mesa, Harry frente a él. Harry se echó hacia atrás en la silla y apuntaló los pies.

– ¿Todo eso que has dicho es hipótesis pura o cuentas con algún hecho que apoye tu teoría?

– Mitad y mitad, pero todo encaja con tu sospecha de que asesinaron a Beatrice Pymm para ocultar la entrada de la espía en el país.

– Oigámoslo.

– Empezaré por el cadáver. Se descubrió el cuerpo en agosto de 1939. He hablado con el patólogo del Ministerio del Interior que lo examinó. A juzgar por el estado de descomposición en que se hallaba, calculó que había permanecido enterrado de seis a nueve meses. Lo cual coincide más o menos con la fecha de la desaparición de Beatrice Pymm. Los huesos de la cara habían sido casi completamente destrozados. No había piezas dentarias que comparar con historial odontológico alguno. Las manos se encontraban en tal estado de descomposición que no fue posible sacar huellas dactilares. El patólogo no pudo establecer la causa de la muerte. Aunque encontró un indicio interesante, una muesca en la costilla inferior del lado izquierdo. Ese corte está acorde con la posibilidad de una cuchillada en el pecho.

– ¿Dices que el asesino pudo haber empleado una camioneta? ¿Qué pruebas tienes?

– Pedí a las fuerzas de la policía local todos los informes relativos a cuantos delitos o alteraciones se hubieran producido por las cercanías de Witchurch la noche del asesinato de Beatrice Pymm. Casualmente, habían abandonado e incendiado intencionadamente una furgoneta en las proximidades de una aldea llamada Alderton. Comprobaron la matrícula del vehículo.

– ¿Y?

– Robado en Londres dos días antes.

Vicary se levantó y empezó a pasear por el despacho.

– De modo que nuestra espía está en mitad de la nada con una furgoneta en llamas al lado de la carretera. ¿A dónde se dirige ahora? ¿Qué hace?

– Supongamos que vuelve a Londres. Para a un coche o a un camión que pasa por la carretera y pide que la lleve. O quizá se llega andando hasta la estación más cercana y coge el primer tren que va a Londres.

– Demasiado peligroso -dijo Vicary-. Una mujer sola, en medio del campo, de madrugada, sería demasiado extraño. Corre el mes de noviembre, así que también hace frío. Puede que la descubra la policía. El asesinato de Beatrice Pymm fue perfectamente planeado y ejecutado. La homicida no dejó nada al azar.

– ¿Qué me dices de una moto en la caja de carga de la furgoneta?

– Buena idea. Compruébalo, a ver si hay denuncias de motocicletas, robadas por aquellas fechas.

– Rueda hasta Londres y se desembaraza de la motocicleta.

– Exacto -dijo Vicary-. Y cuando estalla la guerra no nos ponemos a buscar a una mujer holandesa llamada Christa Kunt porque damos por supuesto incorrectamente que ha muerto.

– Infernalmente ingenioso.

– Más despiadado que ingenioso. Imagínate, matar a una inocente civil para encubrir mejor a una espía. No se trata de un agente ordinario y Kurt Vogel no es un controlador ordinario. Estoy convencido de eso. -Vicary, hizo una pausa para encender un cigarrillo-. ¿Te ha proporcionado alguna pista la fotografía?

– Nada.

– Creo que eso deja la investigación en punto muerto.

– Temo que tienes razón. Haré unas cuantas llamadas más esta noche.

Vicary sacudió la cabeza.

– Tómate libre el resto de la noche. Baja a la fiesta. -Añadió a continuación-: Pasa un buen rato con Grace.

Harry alzó la cabeza.

– ¿Cómo lo supiste?

– Este lugar está lleno de funcionarios del servicio de información, por si no te habías dado cuenta. Las cosas circulan, la gente le da a la lengua. Aparte de que ustedes dos no son precisamente discretos. Tú solías dejar a la telefonista el número del piso de Grace por si alguien te buscaba.

El rostro de Harry se puso como la grana.

– Ve con ella, Harry. Te echa de menos, cualquier tonto lo ve.

– También yo la echo de menos. Pero está casada. Rompí porque me sentía como un completo canalla.

– Puedes hacerla feliz y ella te hace feliz a ti. Cuando su marido vuelva a casa, si es que vuelve, las cosas volverán a normalizarse.

– ¿Y eso dónde me deja a mí?

– A ti te corresponde determinarlo.

– Me deja con el corazón destrozado, ahí es donde me deja. Estoy loco por Grace.

– Entonces ve con ella y disfruta de su compañía.

– Hay algo más. -Harry le habló del otro aspecto de su sentimiento de culpa por el lío que vivía con Grace: el hecho de que él se encontraba en Londres persiguiendo espías mientras el esposo de Grace y otros muchos hombres se jugaban la vida en el ejército-. No sé qué haría en el frente, bajo el fuego enemigo, cómo reaccionaría. Si actuaría con valor o sería un cobarde. Tampoco sé si hago aquí algo condenadamente aprovechable. Podría nombrarte un centenar de detectives capaces de hacer lo mismo que hago yo. A veces me entran ganas de ir a Boothby, presentarle mi dimisión y alistarme en el ejército.

– No seas ridículo, Harry. Al cumplir con tu trabajo como es debido salvas vidas en el campo de batalla. La invasión de Francia se habrá ganado y se habrá perdido antes de que el primer soldado ponga pie en una playa francesa. Millares de vidas pueden de pender de lo que tú hagas. Si crees que no cumples tu parte, considéralo desde ese punto de vista. Además, te necesito. Aquí, eres la única persona en la que confío.

Permanecieron sentados, sumidos en un silencio momentáneo, torpe y embarazoso, tal como les suele ocurrir a los ingleses después de haber compartido unos cuantos pensamientos íntimos. Luego, Harry se puso en pie, fue hasta la puerta, donde se detuvo y se volvió.

– ¿Qué me dices de ti, Alfred? ¿Por qué no hay nadie en tu vida? ¿Por qué no bajas también a la fiesta y te buscas una mujer simpática y cariñosa con la que pasar un buen rato?

Vicary se palpó los bolsillos de la pechera, en busca de las gafas de leer de media luna y se las puso en la nariz.

– Buenas noches, Harry -dijo con cierto exceso de firmeza en la voz, mientras hojeaba uno de los montones de papeles que tenía encima del escritorio-. Que te diviertas en la fiesta. Nos veremos por la mañana.

Cuando Harry se marchó, Vicary tomó el auricular y marcó el número de Boothby. Le sorprendió que descolgara el propio sir Basil. Al preguntarle Vicary si estaba libre, Boothby se interrogó en voz alta si el asunto no podía esperar hasta el lunes por la mañana. Vicary repuso que era importante. Sir Basil le concedió una audiencia de cinco minutos y le dijo que subiera en seguida.

– He redactado este comunicado para el general Eisenhower, el general Betts y el primer ministro -manifestó Vicary, una vez, hubo informado a Boothby de los descubrimientos que Harry había efectuado aquel día. Tendió la nota a Boothby, que permanecía en pie, con las piernas ligeramente separadas como para mantener el equilibrio. Tenía prisa por marcharse al campo. Su secretaria ya le había preparado una cartera de seguridad con material de lectura para el fin de semana y una pequeña bolsa de cuero con objetos personales. Llevaba un abrigo sobre los hombros, con las mangas balanceándose a los costados-. En mi opinión, sir Basil, seguir manteniendo silencio sobre esto sería negligencia.