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Cuando su hermano Robb irrumpió en la habitación, jadeante tras subir a toda velocidad los peldaños de la torre, el lobo huargo lamía el rostro de Bran. El niño alzó la vista, con calma.

—Se llama Verano —dijo.

CATELYN

—Llegaremos a Desembarco del Rey en menos de una hora.

—Tus remeros nos han prestado un gran servicio, capitán —dijo Catelyn mientras se apartaba de la borda forzando una sonrisa—. Cada uno de ellos recibirá un venado de plata como muestra de mi gratitud.

—Sois demasiado generosa, Lady Stark. —El capitán Moreo Tumitis hizo una breve reverencia—. La única recompensa para ellos es el honor de transportar a una dama de vuestra alcurnia.

—Pero seguro que aceptarán la plata.

—Como deseéis —dijo Moreo con una sonrisa.

Hablaba a la perfección la lengua común, con apenas un deje tyroshi. Le contó que llevaba treinta años surcando el mar Angosto, al principio como remero, luego como oficial, y al final como capitán de galeras mercantes propias. El Danzarín de las Tormentas, una galera de dos mástiles y sesenta remos, era su cuarta nave y la más rápida de todas.

Era sin duda la nave más rápida disponible en Puerto Blanco cuando Catelyn y Ser Rodrik Cassel llegaron tras su agotadora cabalgada río abajo. Los tyroshis tenían fama de avaros, y Ser Rodrik habría preferido alquilar una chalupa pesquera en Tres Hermanas, pero Catelyn insistió en hacerse con la galera. Fue una suerte. Habían tenido el viento en contra la mayor parte del viaje, y sin los remos de la galera en aquellos momentos todavía estarían pasando por los Dedos, en vez de volar hacia Desembarco del Rey y el final del viaje.

«Falta muy poco», pensó Catelyn. Los dedos heridos por la daga aún le palpitaban bajo las vendas de lino. Sentía como si el dolor la espolease, le impidiera olvidar. No podía doblar el dedo anular ni el meñique de la mano izquierda, y jamás recuperaría plenamente el movimiento de los otros tres. Pero era un bajo precio por la vida de Bran.

Ser Rodrik apareció en cubierta en aquel momento.

—Mi buen amigo —saludó Moreo a través de su barba verde. A los tyroshis les gustaban los colores vivos hasta en el vello facial—. Me alegra constatar que tienes mejor aspecto.

—Sí —asintió Ser Rodrik—. Hace casi dos días que no deseo morir. —Hizo una reverencia ante Catelyn—. Mi señora…

Era verdad que tenía mejor aspecto. Estaba un poco más delgado que cuando zarparon de Puerto Blanco, pero casi volvía a ser él mismo. Los fuertes vientos del Mordisco y las inclemencias del mar Angosto no le habían sentado bien, y a punto estuvo de caer por la borda cuando una tormenta estalló sobre ellos de manera inesperada en Rocadragón, pero consiguió aferrarse a un cabo hasta que tres hombres de Moreo lograron rescatarlo y ponerlo a salvo bajo cubierta.

—El capitán me decía que falta poco para que lleguemos —dijo Catelyn.

—¿Tan pronto acaba el viaje? —Ser Rodrik esbozó una sonrisa irónica.

Tenía un aspecto extraño sin sus poblados bigotes blancos. Parecía más menudo, menos imponente y diez años más viejo. Pero en el Mordisco se había impuesto la lógica y se sometió a la navaja de afeitar de un marinero, después de que se le ensuciaran por tercera vez cuando vomitó por encima de la borda.

—Os dejaré solos para que habléis de vuestros asuntos —dijo el capitán Moreo. Hizo una reverencia y se alejó.

La galera surcaba las aguas como una libélula, los remos subían y bajaban a un ritmo impecable. Ser Rodrik se agarró a la borda y contempló la orilla.

—No he sido un protector muy valiente.

—Estamos aquí, Ser Rodrik, y a salvo —dijo Catelyn tomándole el brazo—. Es lo único que importa. —Metió la mano entre los pliegues de la túnica, con los dedos rígidos, buscando algo. Aún tenía la daga. Necesitaba tocarla de cuando en cuando para recuperar la seguridad—. Ahora tenemos que encontrar al maestro armero del rey, y rezar para que sea de confianza.

—Ser Aron Santagar es un hombre engreído, pero honrado. —Ser Rodrik hizo gesto de acariciarse los bigotes, para descubrir una vez más que ya no los tenía. Aquello siempre lo desconcertaba—. Puede que reconozca la daga, sí… Pero en el momento que pisemos tierra estaremos en peligro, mi señora. En la corte hay muchos que conocen vuestro rostro.

—Meñique —murmuró Catelyn entre dientes.

El rostro acudió rápidamente a su memoria, la cara de un niño, aunque ya no era ningún niño. Su padre había muerto hacía varios años, de manera que era Lord Baelish, pero lo seguían llamando Meñique. Edmure, el hermano de Catelyn, le había puesto aquel apodo hacía mucho tiempo, en Aguasdulces. Las modestas posesiones de su familia se encontraban en el más pequeño de los Dedos, y además Petyr era flaco y menudo para su edad.

—Lord Baelish estaba… eh… —Ser Rodrik carraspeó y se perdió en la búsqueda del término más educado. Pero Catelyn estaba por encima de la cortesía.

—Era el pupilo de mi padre, pasamos la infancia juntos en Aguasdulces. Para mí era como un hermano, pero sus sentimientos eran menos… fraternales. Cuando se anunció mi compromiso con Brandon Stark, Petyr lo desafió por el derecho a mi mano. Fue una locura. Brandon tenía veinte años, Petyr apenas quince. Tuve que suplicarle a Brandon que le perdonara la vida; lo dejó escapar con tan sólo una cicatriz. Después mi padre lo expulsó. No he vuelvo a verlo desde entonces. —Alzó el rostro hacia la brisa, como si el aire fresco pudiera borrar los recuerdos—. Me escribió a Aguasdulces cuando asesinaron a Brandon, pero quemé la carta sin leerla; entonces ya sabía que Ned se casaría conmigo en lugar de su hermano.

—Ahora Meñique es miembro del Consejo Privado del rey —dijo Ser Rodrik mientras volvía a intentar acariciarse los bigotes inexistentes.

—Sabía que llegaría lejos —asintió Catelyn—. Siempre fue muy listo, incluso de niño, pero una cosa es ser listo y otra ser inteligente. ¿Cómo lo habrán tratado los años?

Muy por encima de ellos, el vigía gritó algo desde su puesto. El capitán Moreo se acercó por la cubierta, repartiendo órdenes a diestro y siniestro, y a su alrededor el Danzarín de las Tormentas se vio inmerso en una vorágine de actividad mientras Desembarco del Rey se empezaba a divisar sobre las tres altas colinas.

Catelyn sabía que hacía trescientos años las colinas estaban pobladas de bosques, y tan sólo un puñado de pescadores vivía en la orilla norte del Aguasnegras, donde aquel río profundo y rápido desembocaba en el mar. Fue entonces cuando Aegon el Conquistador llegó en barco desde Rocadragón. Allí fue donde su ejército pisó tierra y allí, en la colina más alta, construyó su primera y rudimentaria fortificación de madera y barro.

En aquellos momentos la ciudad cubría la playa hasta donde alcanzaba la vista de Catelyn. Había mansiones, glorietas, graneros, almacenes de ladrillo, posadas de madera, tenderetes callejeros, tabernas, cementerios y burdeles; cada edificación apoyada en las contiguas. Hasta sus oídos, pese a la distancia, llegaba el griterío del mercado de pescado. Entre los edificios había calles anchas bordeadas de árboles, callejuelas serpenteantes y callejones tan estrechos que dos hombres no los podían recorrer hombro con hombro. En la cima de la colina de Visenya se alzaba el Gran Sept de Baelor, con sus siete torres de cristal. Al otro lado de la ciudad, en la colina de Rhaenys, se divisaban los muros ennegrecidos del Pozo Dragón, cuya enorme cúpula estaba derrumbada y no era ya más que una ruina, tras las puertas de bronce que llevaban más de un siglo cerradas. La calle de las Hermanas iba de una estructura a la otra, recta como una flecha. A lo lejos se alzaban los muros de la ciudad, altos y fuertes.