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– ¿Por qué has leído la transcripción? -quiso saber.

De todas las preguntas que podía haber formulado, aquélla era la más extraña.

– Buscaba pistas de Steve Sawyer, juez. Fue emocionante ver allí el apellido de usted. Y el mío también. Mi padre fue el policía que practicó la detención.

Los teléfonos móviles no proporcionan una buena recepción, pero me pareció que respiraba hondo, casi como si contuviera una exclamación.

– Si tienes preguntas sobre el juicio, pregúntale a tu padre.

– Lleva años muerto, juez, y no creo en las sesiones de espiritismo.

– Cuando trabajabas en los juzgados, eras una señorita sabelotodo, Warshawski, y me parece que no has cambiado nada. No estoy en deuda contigo, pero aun así voy a decirte que, por tu propio bien, dejes descansar esa historia en los archivos. Merton, Newsome, el chico que la mató. Déjalos en paz.

Cortó la llamada antes de que pudiera darle las gracias. Mejor. No habría podido contener la rabia de mi voz mucho más tiempo.

19 La prima exuberante

Cuando llegas a casa con la sensación de que te han machacado por todas partes en la Guerra de los Cien Años y lo que más te apetece es tumbarte en la bañera una década entera para que el agua te alivie las heridas, lo último que quieres es encontrar el brillante Pathfinder de tu fogosa prima aparcado delante de casa. Intenté pasar sin que me vieran ante la puerta de mi vecino, pero los perros me traicionaron, gimiendo y rascando la madera. Al cabo de un momento, irrumpieron todos en el vestíbulo: los perros, la prima y el señor Contreras.

– Gracias a la foto del tío Sal, he logrado una especie de ascenso -gritó Petra-. ¡Lo estamos celebrando! ¡Entra!

Protesté débilmente alegando mi cansancio, pero no me hicieron caso. El señor Contreras entró en su casa para traerme una copa de champán, mientras los perros saltaban a mi alrededor gimiendo como si hubiese estado un siglo fuera de casa. El alboroto hizo salir al vestíbulo a la otra vecina. Es una cirujana plástica que se siente permanentemente ultrajada por los perros. Siempre intenta presionar a la comunidad de propietarios para prohibir las mascotas en el edificio, pero la familia coreana del segundo piso, que tiene tres gatos, está de nuestra parte.

– Pero, ¿que no ve que los perros no hacen ningún daño? -le gritó Petra a la doctora-. Son supersimpáticos. ¿Ve a Mitch? Podría darle de comer en mi propia boca, ¿verdad, chico?

Se puso un taco mexicano entre los labios y animó al perro a que saltara y lo cogiera. Antes de que la cirujana sufriese una embolia o llamara a la policía, hice pasar a todo mi equipo a la sala de estar del señor Contreras.

– Las brasas están casi a punto -dijo el anciano con una radiante sonrisa-. Sólo íbamos a esperarte cinco minutos más, cariño, pero ahora ya puedo poner los bistés en la parrilla.

El champán no me gusta mucho y, cuando el señor Contreras salió a poner la carne -un regalo del tío Peter- en la barbacoa, vacié la copa en el fregadero y subí a casa a buscar un whisky. Miré la bañera con anhelo, pero me conformé con una ducha rápida. Con la ropa y el pelo limpios y un vaso de Johnny Walker, me sentí si no resucitada, al menos con fuerzas suficientes para tratar con las personalidades expansivas que estaban reunidas en el primer piso.

Todos estaban en el patio y los perros se habían sentado muy atentos junto a la barbacoa por si uno de los bistés caía al suelo. La risa espontánea de Petra llegaba hasta la escalera y también oí a Jake Thibaut que tocaba el contrabajo en la puerta vecina. Habría sido agradable sentarme en los peldaños, escuchar la música y tomar el whisky, pero dejé que el deber me guiara y bajé al jardín.

– ¿Y tu ascenso? -pregunté a Petra-. ¿Significa eso que ahora trabajas directamente para Brian Krumas?

– ¡Ya me gustaría! Bueno, tal vez no. En las altas esferas de la campaña hay mucha responsabilidad. Tienes que asegurarte de que todos los datos sean correctos, que los discursos no contengan errores, que Brian sepa quién dice qué sobre él y qué debe tener en cuenta. Estoy contenta de ser una abeja obrera aunque el señor Strangwell, que es… el principal asesor de Brian, se ha reunido conmigo. Quiere que le pase la misma información que le paso a mi verdadera jefa.

– Eso es como un gran ascenso en el escalafón -dije-. Y tu verdadera jefa, ¿cómo se lo ha tomado?

– Oh, Tania está acostumbrada a que el personal cambie de posición. Es muy enrollada. Me habría gustado que la hubieses conocido en la fiesta, pero se pasó casi toda la noche con los enviados de los medios nacionales.

– ¿Cómo es Strangwell? No lo he visto nunca, pero en Chicago uno no puede estar involucrado en política, aunque sea marginalmente, sin conocerlo. Si es el asesor personal de Krumas, eso tal vez signifique que el partido, a nivel nacional, quizás esté preparando la candidatura de Krumas a presidente después de que termine la legislatura de Barack Obama.

– Ese hombre da miedo. -Petra se estremeció exageradamente-. Es tan serio… En la campaña todos los demás somos jóvenes y bromeamos y hacemos el trabajo, pero él es Don Serio. En mi grupo lo llamamos el Estrangulador de Chicago. [1] Cuando te mira y te dice que quiere que hagas algo, buf, será mejor que dejes lo que tengas entre manos y te pongas con lo que él te ordena. Y aun así, siempre tienes miedo de que no salga bien hecho.

– ¿Y qué te pide que hagas?

– En realidad, más o menos lo mismo que he hecho hasta ahora, buscar los ataques a Brian en los medios, ver qué pasa en la calle, pero de una manera más centrada, ¿sabes? -Apuró el champán -. Bueno, ya basta de esa aburrida campaña. ¿Y tú? ¿Has ido a ver a algún encantador de serpientes?

– ¿Serpientes? ¡Ah, los Anacondas! Muy bien, primita. Cuando vea a Johnny Merton lo llamaré así y ya veremos cómo reacciona. No, no. Sólo estoy escarbando en el pasado. Más aburrido que la campaña, te lo aseguro.

– ¿Y por qué lo haces? ¿Sigues la pista al criminal más buscado de América, uno que lleva huido cuarenta años o así?

– Si Vic se pusiera a investigar uno de esos casos viejos, sólo lo haría para demostrar que el FBI o la policía o quien fuera habían arrestado a la persona indebida. Si las cosas no las hace ella, no se hacen bien. -El tono de mi vecino me dio a entender que aquello no era un cumplido.

– Entonces, ¿metieron en la cárcel a alguien y lo condenaron por asesinato cuando era inocente? -inquirió Petra abriendo tanto los ojos que las largas pestañas con máscara le quedaban planas contra las cejas.

– No sé si el tipo que busco es culpable o inocente. Ha desaparecido.

– Pues déjalo en paz -dijo el señor Contreras con dureza.

– Lo haría -respondí despacio-. Pero… leí la transcripción del juicio… y mi padre fue el agente que practicó la detención. Y… quiero saber qué sucedió cuando lo detuvo.

El señor Contreras dijo que razón de más para que lo dejase en paz.

– Quién sabe lo que tuvo que afrontar tu padre cuando estaba en el cuerpo. Con tu manera sesgada de mirar las cosas, seguro que lo interpretas de la peor manera posible.

– ¿Y si pegó a un hombre indefenso? ¿Qué buena interpretación quiere que haga de ello? -grité.

– Lo que quiero decir es, ¿y qué si lo hizo? Ante un tribunal todo el mundo parece indefenso e impotente, pero no sabes nada. ¿Desenfundó una pistola, atacó a tu padre, amenazó su vida? No puedes juzgar sólo con el final de la historia, tienes que conocer también el principio y la parte del medio.

– El tío Sal tiene razón -terció Petra-. Yo no conocí al tío Tony, pero papá habla a menudo de él. Era una buena persona, Vic. No puedes ir por ahí inventando historias para demostrar que no lo era.

– No es eso lo que hago. Sé mejor que vosotros dos lo buena persona que era. Crecí a su lado. -Me froté los ojos de cansancio-. Petra, ¿en 1967, Peter todavía estaba aquí? No recuerdo cuándo se trasladó a Kansas City.

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[1] N. de los T.: «Estrangulador» («strangler», en inglés) suena muy parecido al apellido Strangwell.