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Para entonces ya se había hecho público algo que los científicos y los Gobiernos supieron desde los comienzos del uso de esta tecnología: que el teletransporte es un proceso atómicamente imperfecto y puede tener gravísimos efectos secundarios. Es una consecuencia del principio de Incertidumbre de Heisenberg, según el cual una parte de la realidad no se puede medir y está sujeta a cambios infinitesimales pero esenciales. Lo que significa que todo organismo teleportado experimenta alguna alteración microscópica: el sujeto que se reconstruye en el destino no es exactamente el mismo que el sujeto de origen. Por lo general, estas mutaciones son mínimas, subatómicas e inapreciables; pero un significativo número de veces los cambios son importantes y peligrosos: un ojo que se desplaza a la mejilla, un pulmón defectuoso, manos sin dedos o incluso cráneos carentes de cerebro. Este efecto destructivo de la teleportación es denominado desorden TP, aunque a los individuos aquejados de deformaciones visibles se les conoce coloquialmente como los mutantes. Por otra parte, se comprobó que teletransportarse en repetidas ocasiones acaba produciendo de manera inevitable daños orgánicos. La posibilidad de sufrir un desorden TP grave aumenta vertiginosamente con el uso, hasta llegar al cien por cien a partir del salto número once. En la actualidad nos regimos por los Acuerdos Globales de Casiopea (2096), que prohíben que los seres vivos (humanos, tecnohumanos, Otros y animales) se teleporten más de seis veces a lo largo de su existencia.

Los riesgos de los saltos, la muerte y desaparición masiva de los exploradores, el elevado coste económico y el comienzo de las Guerras Robóticas acabaron con la Fiebre del Cosmos y con el entusiasmo por la teleportación. A partir de 2081 sólo se usó esta forma de transporte para mantener la explotación del lejano planeta Potosí, único cuerpo celeste encontrado durante la Fiebre del Cosmos cuyos recursos resultaron ser lo suficientemente rentables como para desarrollar una industria minera allende el sistema solar. En los primeros años, la propiedad de Potosí se repartió entre la Unión Europea, China y la Federación Americana. Tras la Unificación pertenece a los Estados Unidos de la Tierra, aunque las minas más productivas han sido vendidas al Reino de Labarl y al Estado Democrático del Cosmos.

Fue en Potosí en donde tuvo lugar el primer encuentro documentado entre los seres humanos de la Tierra y los Otros o ETS, seres extraterrestres. El 3 de mayo de 2090, fecha desde entonces llamada Día Uno, una nave alienígena aterrizó en el sector chino de la colonia minera. Eran exploradores gnés, un pueblo procedente del planeta Gnío, cercano a Potosí; ambos orbitan la misma estrella, Fomalhaut. Su navío era muy rápido y técnicamente muy avanzado, si bien su método de desplazamiento era convencional y viajaban a velocidades muy inferiores a las de la luz. Desconocían el teletransporte material, pero habían desarrollado una técnica de comunicación ultrasónica con apoyo de haces luminosos que alcanzaba distancias fabulosas en un tiempo récord. Gracias a estos mensajes o telegnés, los gnés habían establecido contacto no visual con otras dos remotas civilizaciones extraterrestres: los omaás y los balabíes. Los humanos habíamos dejado de estar solos en el Universo.

El impacto de tan fenomenal descubrimiento fue absoluto. Tres días más tarde se firmaba la Paz Humana que acabó con las Guerras Robóticas. Aunque el acuerdo se vio sin duda impulsado por el temor que infundieron los extraterrestres en los habitantes de nuestro planeta (el mismo nombre de Paz Humana parece querer resaltar la unidad de la especie contra los alienígenas), en pocos años se fue desarrollando un sentimiento positivo de colectividad que desembocó en el proceso de Unificación y en la creación de los Estados Unidos de la Tierra en 2098. Paralelamente se establecieron contactos con las tres civilizaciones ETS, y sin duda la existencia de la teleportación fue el hecho sustancial que permitió un verdadero intercambio político y cultural entre los cuatro mundos: por primera vez, todos pudieron encontrarse físicamente. Hubo estudios, informes, instrucción intensiva de traductores, negociaciones, preacuerdos, envío de emisarios por TP, miríadas de telegnés surcando las galaxias y una frenética actividad diplomática a través del Universo. Pronto quedó claro que las cuatro especies no competían entre sí de modo alguno y que no podían constituir un peligro las unas para las otras: la distancia entre los planetas de origen es demasiado vasta y el teletransporte es igual de dañino para todos. La grandeza del Cosmos pareció fomentar de alguna manera la grandeza humana y las conversaciones avanzaron en rápida armonía hasta culminar en los Acuerdos Globales de Casiopea de 2096, primer tratado interestelar de la Historia. Los Acuerdos regulan el uso y copyright de las tecnologías (por ejemplo, nosotros compramos telegnés y a nosotros nos compran teleportaciones, pero tanto la propiedad intelectual como los derechos de explotación son exclusivos de la civilización que desarrolló el invento), el intercambio mercantil, el tipo de divisa, el uso del teletransporte, las condiciones migratorias, etcétera. Ante la necesidad de acuñar un término que definiera a los nuevos compañeros del Universo y nos identificara con ellos, se aceptó la expresión seres sintientes, proveniente de la tradición budista. Los simientes (g’naym, en lengua gnés; laluala, en balabí; amoa, en omaanés) conforman un nuevo escalón en la taxonomía de los seres vivos. Si el ser humano pertenecía hasta ahora al Reino Animalia, al Phylum Chordata, a la Clase Mammalia, al Orden Primates, a la Familia Hominidae, al Género Homo y a la Especie Homo sapiens, a partir de los Acuerdos se ha añadido un nuevo rango, la Línea Sintiente, situada entre la Clase y el Orden, porque, curiosamente, todos los extraterrestres parecen ser mamíferos y poseer pelo de una manera u otra.

Aunque la teleportación ha permitido que las cuatro civilizaciones se hayan intercambiado embajadores, en la Tierra no es muy habitual poder ver a un alienígena en persona. Las delegaciones diplomáticas constan de tres mil individuos cada una, repartidos por las ciudades más importantes de los EUT; a esto hay que sumar unos diez mil omaás que se han tepeado a la Tierra huyendo de una guerra religiosa en su mundo. En total, por lo tanto, hay menos de veinte mil alienígenas en nuestro planeta, un número ínfimo frente a los cuatro mil millones de terrícolas. No obstante, sus peculiares apariencias son sobradamente conocidas gracias a las imágenes de los informativos. El nombre oficial de los extraterrestres es los Otros, pero comúnmente se les conoce como bichos.