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– ¿Amy?

Dio un respingo, dispuesta a echar a correr de nuevo, pero las bolsas no la dejaron levantarse. Notó unas manos en los hombros y alguien que la levantaba. Estaba demasiado débil y tenía demasiado frío para pelear. Miró, dispuesta a rendirse, y cuando enfocó los ojos, vio unos ojos conocidos.

– ¿Brendan?

– Amy, ¿qué demonios te ha pasado?

– Me… caí… en el agua. Brendan la agarró en brazos, la subió al barco y luego subió él.

– Vamos, hay que quitarte esa ropa en seguida.

Amy bajó como pudo las escaleras hacia el camarote principal. Brendan la llevó hacia su camarote y, antes de que pudiera protestar, empezó a desnudarla.

– Estás empapada y medio helada.

– Me… caí -repitió-. Me caí.

Cuando él empezó a desabrocharle la camisa, ella le retiró las manos. Pero tenía los dedos demasiado rígidos para hacerlo sola.

– Cierra los ojos -le pidió cuando Brendan se dispuso a continuar.

– ¿Qué?

– No puedes desnudarme.

– ¿Cómo que no puedo? Además, no tienes nada que no haya visto antes -para demostrarlo, la miró de arriba abajo, deteniéndose brevemente en el sujetador de encaje y seda.

– No estés tan seguro -replicó, haciendo una mueca.

– Bueno, entonces tendré que mirar.

Brendan la miró con una sonrisa traviesa antes de continuar quitándole el resto de la ropa. Se arrodilló y le quitó los zapatos y los calcetines. Luego le desabrochó los pantalones y se los quitó. Ella seguía en pie, delante de él, casi desnuda, y sin dejar de temblar.

– No tienes por qué mirar -murmuró Amy.

– Es difícil no hacerlo -dijo él, riendo y alzando la vista hacia ella-. Estás tan…

Amy esperó a ver qué decía… y él se quedó mirándola un rato. Luego se puso en pie y le pasó un dedo por los labios. Por un momento, Amy pensó que iba a besarla.

– Azul.

– ¿Azul?

– Sí, estás azul -aseguró. Luego agarró una toalla y la envolvió en ella, comenzando a frotarle la espalda y los brazos-. Supongo que vas a echarme también la culpa de esto.

Amy apoyó el rostro en su hombro.

– Bueno, si no vivieras en un barco, no habría estado cerca del agua. Así que imagino que también es culpa tuya. Sí, de hecho, creo que toda la culpa es tuya.

Brendan se apartó y la miró a los ojos.

– Toma -dijo, dándole otra toalla-. Sécate el pelo y métete en la cama. Te haré un poco de sopa.

Cuando Brendan cerró la puerta, Amy hizo lo que le había dicho. Se quitó la toalla, la ropa interior y buscó en un cajón hasta encontrar una camiseta de Brendan. Se la puso y se metió en la cama.

Cerró los ojos y trató de calentarse, pero no podía dejar de temblar por mucho que se envolviera con la manta. ¿Pero sería solo por el frío o sería también que sentía miedo? Era la vez que más cerca había estado de que la atraparan y, tenía que admitirlo, había estado dispuesta a rendirse… hasta que había llegado Brendan y la había salvado.

Era curioso como aparecía él siempre que ella lo necesitaba. Tal vez debería darle un beso en señal de gratitud.

Amy se estremeció al pensarlo. Las manos de Brendan eran increíblemente expresivas y, si ella no hubiera estado congelada, seguro que le habrían resultado muy eróticas. Por un momento, se imaginó que la desnudaba por razones totalmente diferentes. Esa idea fue suficiente para calentarle la sangre. «Ese sería el mejor modo de calentarme", pensó. Sí, pensar en un acto de seducción. Brendan desnudándola despacio, acariciando su cuerpo, tocando su piel caliente con los labios y la lengua, poniéndose sobre ella y…

Tragó saliva. De alguna manera, sabía que hacer el amor con Brendan sería algo maravillosamente intenso. Aunque fuera una vez solo, le gustaría experimentar ese deseo primitivo. Porque nunca había tenido la suerte de sentirlo hasta entonces. Sus primeros escarceos los había tenido con amigos de la universidad que no tenían mucha experiencia. Y después solo se había acostado con su novio, un hombre nada aventurero.

Y Amelia Aldrich Sloane había nacido para la aventura. Por eso había escapado de su vida lujosa y acomodada. Por eso se había teñido el pelo de rubio y se había hecho tres agujeros en cada oreja. Su única equivocación hasta entonces había sido aceptar ese trabajo en el bar de pescadores.

Pero tener una aventura apasionada y excitante con Brendan Quinn… esa sería la mejor de las aventuras.

Brendan fue por las bolsas que había dejado en el muelle, les quitó el agua y las llevó al camarote principal. Luego se puso a hacer la sopa, pero no podía dejar de pensar en lo que acababa de suceder.

Había ido dispuesto a despedirla, tal como le había aconsejado Conor, pero en cuanto la vio sentada en el muelle, toda empapada, su único pensamiento fue meterla en el barco y cuidarla.

No se creía que se hubiera caído al agua por accidente. O había saltado ella, o alguien la había empujado. Pero también sabía que no podía preguntárselo a ella.

Agarró una lata de sopa de una de las bolsas y la abrió. La puso en un cazo, le añadió agua y la disolvió lentamente. La dejaría quedarse allí hasta que Conor le informara sobre ella. Solo entonces tomaría una decisión, se dijo. Y hasta entonces, tendría que ignorar la atracción que sentía por ella.

La sopa se calentó enseguida y la sirvió en un tazón. Puso en un platito pan y se lo llevó todo en una bandeja. Cuando abrió la puerta, esperaba que ella se sentara, pero estaba acurrucada bajo la manta y tenía la cabeza tapada.

Brendan se sentó en el borde de la cama.

– ¿Amy? -la llamó, destapándola un poco.

– No consigo entrar en calor.

Brendan soltó una maldición. Sabía lo suficiente de hipotermias como para saber que eran muy peligrosas.

– Debería llevarte al hospital. Puede ser grave. ¿Cuánto tiempo estuviste en el agua?

– No tanto. Dame otra manta a ver si así se me pasa este frío.

Pero Brendan sabía que aquella no era la solución. Solo había una posibilidad. Se puso de pie, se quitó los pantalones y la camisa, y se metió bajo las sábanas, a su lado. Luego la rodeó con sus brazos y se puso contra su espalda. Amy estaba tan fría, que tuvo que hacer un gran esfuerzo para no apartarse.

– ¿Qué estás haciendo? -dijo ella, tratando de liberarse de sus brazos-. No llevo nada debajo de la camiseta.

– Bien. Yo tampoco llevo nada. Así te calentarás antes -respondió, tratando de mantener un tono indiferente-. ¿Estás mejor?

– Mmmm.

– Nos quedaremos un poco así y luego te tomarás la sopa.

Brendan cerró los ojos y luchó contra la tentación de besar su nuca. Se estaba metiendo en un terreno peligroso, se dijo. Lo mejor seria distraerse, charlando con ella.

– ¿Te importaría decirme lo que ha pasado?

– Ya te lo he dicho. Me caí al agua y luego salí. Eso es todo.

– No tienes que tener secretos conmigo, Amy. Confía en mí.

– Pero si ni siquiera te conozco.

– Pues mientras entras en calor podemos aprovechar para conocernos. Háblame de ti.

– ¿No va esto contra la ley? Un jefe que se mete en la cama con su empleada puede ser acusado de acoso sexual. Podría denunciarte.

– Un jefe que deja congelarse a una empleada puede ser acusado de negligencia. Y ahora no cambies de tema. Háblame de ti.

Ella se giró por completo y lo miró a los ojos.

– ¿Te gustaría besarme?

– ¿Qué? ¿Por qué me preguntas eso?

– Bueno, por curiosidad. Yo estoy casi desnuda, tú también y estamos en la cama. Sería el paso siguiente, ¿no?

– Cre… creo que no sería muy buena idea -murmuró él, soltándola, levantándose de la cama y agarrando sus pantalones-. Tómate la sopa.

Luego salió de la habitación.

Cuando volvió al camarote principal, Brendan miró a su alrededor sin saber qué hacer. No podía negar que deseaba volver y aceptar la oferta de Amy Aldrich. ¿Pero se detendría en un beso? Un beso conduciría a una caricia y esta a su vez a cosas más íntimas y eróticas. Aunque aquella mujer era exasperante, también era irresistiblemente sexy.