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De repente, unos brazos le rodearon el torso con fuerza y sintió que alguien la levantaba del suelo. El sobresalto le sacó el aire de los pulmones y, durante un momento, Olivia no pudo gritar. Luchó por recuperar el aliento mientras un hombre de pelo oscuro le daba la vuelta y se la colocaba encima del hombro.

Volvió a subir con ella por las dunas, como si no pesara nada más que un saco de plumas. Finalmente, Olivia consiguió aspirar suficiente aire como para poder emitir un sonido. Primero, gritó y luego empezó a patalear y a darle puñetazos en la espalda.

– ¡Suélteme! Este lugar está repleto de policías. Nunca lo conseguirá.

– Yo no veo ningún policía por aquí, ¿y usted?

– Le… le propongo un trato -suplicó, mirándole al trasero y deduciendo por su aspecto que sería joven, probablemente atractivo y que estaría en forma-. No… no hablaré. Me negaré a testificar. Su jefe no tiene por qué preocuparse. No irá a la cárcel, pero no me mate…

Como pudo, se incorporó y se dio cuenta de que se dirigían hacia la casa. ¡El Detective Perfecto estaba en su interior! ¡Y tenía una pistola! ¡Dios! Se iba a ver metida entre un fuego cruzado de pistolas y, por cómo la llevaba, el primer disparo lo recibiría en el trasero.

– No puede entrar ahí -le advirtió-. Hay policías ahí dentro. ¿Ve? Yo estoy de su lado. Nunca diría nada que hiciera daño a su jefe.

Tras subir los escalones que llevaban a la casa, el hombre la agarró de la cintura y la colocó en el suelo. Olivia tragó saliva. Al mirar al hombre, vio que era atractivo para ser un criminal. Además, sus rasgos le resultaban muy familiares… ¡Conocía a ese hombre!

– ¡Usted! -gritó Olivia-. Lo vi. en la comisaría. Es… es…

– Soy el hombre que acaba de salvarle la vida -replicó él con una sonrisa en los labios-. Ahora, métase en la casa.

– ¡Es policía! -exclamó ella, sintiéndose furiosa de repente. Él asintió, lo que provocó que Olivia le diera una buena patada en la espinilla-. Pensé que era un asesino… -añadió, sin conmoverse porque él estuviera bailando sobre un pie y frotándose la pierna.

– ¡Maldita sea! ¿Por qué ha hecho eso?

– ¡Me ha dado un susto de muerte! Pensé que me iba a secuestrar. Y… y entonces, me iba a meter una bala en la cabeza o me iba a colocar un bloque de cemento en los pies. Toda la vida me pasó delante de los ojos. Casi me dio un ataque al corazón. Podría haberme muerto…

– Sí, efectivamente -replicó él, levantando la vista para mirarla a pesar de estar doblado de dolor. Olivia notó que sus ojos tenían un extraño tono del color avellana, mezclado con oro. Nunca había visto ojos de ese color, tan llenos de ira, de frialdad dirigida hacia ella-. Y quiero que recuerde lo asustada que ha estado, porque así habría sido si los hombres de Keenan la hubieran atrapado. Ahora, métase en la casa, o le pegaré un tiro yo mismo.

Tras dar un respingo, Olivia se dio la vuelta y se dispuso a entrar en la casa. ¡Qué caradura! ¿Qué derecho tenía de tratarla como si fuera una niña? Lo siguiente que haría sería colocársela sobre la rodilla y azotarla.

Cuando entró en la casa, descubrió al detective Wright paseando de arriba abajo por el salón. Al verla, la miró con tanto alivio, que Olivia casi sintió pena por él. Estaba a punto de disculparse cuando la puerta se cerró de un portazo a sus espaldas.

– ¿En qué demonios estabas pensando, Wright? Nunca, nunca, debes consentir que un testigo desaparezca de tu vista. Ahora podría estar muerta y, ¿dónde estaríamos nosotros?

Olivia se volvió a mirar al policía con frialdad, sentimiento que él le devolvió en igual medida.

– ¿No le parece que está siendo un poco dramático? Además, no es culpa suya. Yo me escapé.

– ¿Le he pedido su opinión? -le espetó él-. ¿Por qué no te encargas de vigilar la carretera y el perímetro de la casa, Wright? Yo me quedaré con la señorita Farrell por el momento.

– No quiero que se quede usted aquí – dijo ella, levantando la barbilla con desafío-. Quiero que se quede conmigo el detective Wright.

– Al detective Wright lo necesitan fuera y, dado que usted ha decidido no prestar atención a sus advertencias, tendrá que aguantarse conmigo a partir de ahora. O más exactamente, seré yo el que tendrá que aguantarse con usted. Déme los zapatos.

– ¿Cómo?

– Que se los quite -respondió Conor. Entonces, entró en su dormitorio y sacó las botas y mocasines que había metido en su equipaje antes de salir-. Se los devolveré cuando esté seguro de que se va a quedar dentro. Ahora, déme los zapatos.

Olivia tenía intención de negarse, pero, al ver el modo en que él la miraba, cambió de opinión. Se sentó en el sofá y se quitó los zapatos, que luego le tiró a la cabeza. Después, se cruzó de brazos y se reclinó entre los cojines, mirándolo con suspicacia, como si esperara una siguiente orden.

Sin embargo, él apartó al detective Wright y habló en voz baja con él, lo que le dio a Olivia la oportunidad de observarlo a placer. Era al menos media cabeza más alto que Wright y sus masculinos rasgos contrastaban con los aniñados del otro detective. Cuando no mostraba un gesto enojado, el tipo era bastante guapo. Altos pómulos, fuerte mandíbula y una boca que parecía esculpida por un artista. Tenía el cabello oscuro, casi negro, y los ojos eran de aquel extraño color que no podía describir con palabras.

Mientras Danny Wright parecía un tipo digno de confianza, aquel otro hombre tenía un aire salvaje e impredecible. El cabello era demasiado largo y las ropas demasiado informales. Tenía una constitución fibrosa, con largas piernas, anchos hombros y un vientre muy plano.

Entonces, el detective Wright se acercó al sofá.

– Señorita Farrell, voy a dejarla al cuidado del detective Quinn. Él estará con usted hasta el día del juicio. Espero que no le dé más problemas.

– Eso depende del comportamiento del detective Quinn -replicó ella, levantándose muy lentamente-. Mientras sea capaz de controlar sus tendencias de hombre de las cavernas, seré más buena que el pan.

Tras mirarlos durante un momento, Wright asintió y se apresuró a salir de la casa.

Olivia se quitó la chaqueta y se la tiró.

– Es mejor que se la quede también. ¿Quiere mis calcetines?

– Yo no quiero estar aquí más que usted, señorita Farrell, pero es mi trabajo protegerla. Si me permite llevar a cabo mis deberes, nos llevaremos bien.

Cuando no le gritaba, tenía una voz muy agradable. Su acento era de la clase trabajadora, pero había algo más, algo exótico.

– Me dio a entender que tenía que cargar conmigo. ¿Es que lo están castigando? ¿Qué es lo que ha hecho?

– Nada de lo que usted tenga que preocuparse. Mientras no me enoje, estará a salvo – dijo, mientras comprobaba puertas y ventanas.

Entonces, desapareció en el dormitorio de Olivia. Ella se lo imaginó revolviendo su ropa interior, tocando sus cosas y oliendo su perfume. Siempre sabía cuándo un hombre se sentía atraído por ella, pero con Quinn le resultaba imposible.

Cuando regresó, tenía una almohada y una colcha en las manos, que colocó encima del sofá.

– Esta noche dormirá aquí -dijo él.

– ¿Que yo duermo en el sofá y usted en mi cama? Eso no me parece justo.

– No. Usted duerme en el sofá y yo en el suelo. A partir de ahora vamos a dormir en la misma habitación, señorita Farrell. Si eso no le parece bien, podemos dormir en la misma cama. Eso depende de usted. Tengo que poder llegar a su lado con rapidez…

– Escuche, Quinn, yo…

– Conor. Puede llamarme Conor. Y no sirve de nada discutir. No voy a cambiar de opinión.

Olivia, que había abierto la boca para protestar, volvió a cerrarla. Nunca se había sentido del todo a salvo con el detective Wright, pero con Conor Quinn no había duda de que haría todo lo que tuviera que hacer para protegerla.