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Cuando Cipriano Algor salió del dormitorio, más tarde de lo que solía, el yerno ya se había marchado al trabajo. Todavía medio soñoliento dio los buenos días a la hija, se sentó a desayunar, y en ese instante sonó el teléfono. Marta fue a atender y volvió sin tardar, Es para usted. El corazón de Cipriano Algor dio un salto, Para mí, quién puede querer hablar conmigo, preguntó, ya segurísimo de que la hija le iba a responder, Es Isaura, pero lo que ella dijo fue, Es del departamento de compras, un subjefe. Indeciso entre la decepción de que la llamada no procediera de quien le gustaría y el alivio de no tener que explicar a la hija la razón de estas intimidades con la vecina, aunque no debamos olvidar que podría simplemente tratarse de algún asunto referente a Encontrado, la tristeza de la ausencia, por ejemplo, Cipriano Algor se dirigió al teléfono, dijo quién era y poco después tenía al otro lado de la línea al subjefe simpático, Ha sido una sorpresa para mí saber que se había venido a vivir al Centro, como ve, el diablo no está siempre detrás de la puerta, es un dicho antiguo, pero mucho más verdadero de lo que se imagina, De hecho es así, dijo Cipriano Algor, El motivo de esta llamada es pedirle que se pase por aquí esta tarde para cobrar las figurillas, Qué figurillas, Las trescientas que nos entregó para el muestreo, Pero esos muñecos no fueron vendidos, por tanto no hay nada que cobrar, Querido señor, dijo el subjefe con inesperada severidad en la voz, permita que seamos nosotros los jueces de esa cuestión, de todos modos quede sabiendo desde ya que, aunque un pago represente un perjuicio de más del cien por cien, como ha sucedido en este caso, el Centro liquida siempre sus cuentas, es una cuestión de ética, ahora que vive con nosotros podrá empezar a comprender mejor, De acuerdo, pero no entiendo por qué el perjuicio se eleva a más del cien por cien, Por no pensar en estas cosas las economías familiares van a la ruina, Qué pena no haberlo sabido antes, Tome nota, en primer lugar vamos a pagar por las figurillas el valor exacto que nos fue facturado, ni un céntimo menos, Hasta ahí llega mi entendimiento, En segundo lugar, obviamente, también tendremos que pagar el sondeo, es decir, los materiales usados, a las personas que analizaron los datos, el tiempo que se empleó en todo esto, aunque piense que esos materiales, esas personas y ese tiempo podrían ser aplicados en tareas rentables, no necesitará estar dotado de gran inteligencia para llegar a la conclusión de que se trató de hecho de una pérdida superior al cien por cien, considerando lo que no se vendió y lo que se gastó para concluir que no lo deberíamos vender, Lamento haber ocasionado tantos perjuicios al Centro, Son gajes del oficio, unas veces se pierde, otras veces se gana, en cualquier caso no fue grave, se trata de un negocio minúsculo, Yo podría, dijo Cipriano Algor, invocar también mis propios escrúpulos éticos para negarme a cobrar por un trabajo que las personas rehusaron comprar, pero el dinero me viene bien, Es una buena razón, la mejor de todas, Pasaré por ahí a la tarde, No necesita preguntar por mí, vaya directamente a la caja, ésta es la última operación comercial que hacemos con su extinta empresa, queremos que guarde los mejores recuerdos, Muchas gracias, Y ahora disfrute del resto de la vida, está en el lugar ideal para eso, Eso me ha parecido, señor, Aproveche la racha de suerte, Es lo que estoy haciendo. Cipriano Algor colgó el teléfono, Nos pagan las figurillas, dijo, no lo hemos perdido todo. Marta hizo un gesto con la cabeza que podría significar cualquier cosa, conformidad, desacuerdo, indiferencia, y se retiró a la cocina. No te sientes bien, le preguntó el padre, asomándose a la puerta, Sólo un poco cansada, será el embarazo, Te encuentro apática, ajena, deberías distraerte, dar unas vueltas por ahí, Como usted, Sí, como yo, Le interesa mucho todo lo que hay fuera, preguntó Marta, piense dos veces antes de responderme, Es suficiente con que lo piense una, no me interesa nada, sólo finjo, Ante usted mismo, claro, Ya eres bastante mayor para saber que no hay otra manera, aunque lo parezca, no fingimos ante los otros, fingimos ante nosotros mismos, Me alegra oírlo de su boca, Por qué, Porque confirma lo que pensaba de usted en el asunto de Isaura Madruga, La situación se ha modificado, Todavía me alegra más, Si la ocasión llega hablaré, ahora soy como Marcial, una boca cerrada.

La expedición auricular de Cipriano Algor no obtuvo resultado alguno, después, durante el almuerzo, por una especie de acuerdo tácito, ninguno de los tres osó tocar el delicado asunto de las excavaciones y de lo que allí habría sido encontrado. Suegro y yerno salieron al mismo tiempo, Marcial para retomar su trabajo de escucha y espionaje, tan infructífero, probablemente, como había sido, para uno y otro, el de la mañana, y Cipriano Algor para preguntar, por primera vez, cómo se llegaba al departamento de compras desde el interior del Centro. Constató que su distintivo de residente, también con retrato e impresión digital, le proporcionaba ciertas facilidades de circulación, cuando el guarda a quien hizo la pregunta le indicó el camino como si se tratara de la cosa más natural del mundo, Vaya por este pasillo, siempre recto, al llegar al final sólo tendrá que seguir las indicaciones, no tiene pérdida, dijo. Estaba en el piso bajo, en algún lugar del recorrido tendría que descender al nivel del subterráneo donde, en tiempos más felices, juicio que seguramente el subjefe simpático no compartiría, se presentaba para descargar sus platos y sus tazas. Una flecha y una escalera mecánica le dijeron por dónde ir. Estoy bajando, pensó. Estoy bajando, estoy bajando, repetía, y luego, Qué estupidez, es evidente que estoy bajando, para eso sirven las escaleras cuando no sirven para subir, en una escalera, aquellos que no bajan, suben, y aquellos que no suben, bajan. Parecía haber alcanzado una conclusión incontestable, de esas para las que no existe ninguna posibilidad de respuesta lógica, pero de súbito, con el fulgor y la instantaneidad del relámpago, otro pensamiento le cruzó la cabeza, Descender, descender hasta allí. Sí, descender hasta allí. La decisión que Cipriano Algor acaba de tomar es que esta noche intentará bajar hasta donde Marcial está haciendo su guardia, entre las dos de la madrugada y las seis de la mañana, no lo olvidemos. El sentido común y la prudencia, que en estas situaciones siempre tienen una palabra que decir, ya le están preguntando cómo imagina que va a llegar, sin conocer los caminos, a un lugar tan recóndito, y él respondió que las combinaciones y composiciones de las casualidades, siendo efectivamente muchísimas, no son infinitas, y que más vale que nos arriesguemos a subir a la higuera para intentar alcanzar el higo que tumbarnos bajo su sombra y esperar a que nos caiga en la boca. El Cipriano Algor que se presentó en la caja del departamento de compras después de haberse perdido dos veces, pese a las ayudas de las flechas y de los letreros, no era aquel que nos habíamos acostumbrado a conocer. Si las manos le temblaron tanto no se debía a la excitación mezquina de estar cobrando por su trabajo un dinero con el que no contaba, sino porque las órdenes y las orientaciones del cerebro, ocupado ahora en asuntos de más trascendente importancia, llegaban inconexas, confusas, contradictorias a las respectivas terminales. Cuando regresó al área comercial del Centro parecía un poco más tranquilo, la agitación le había pasado al lado de dentro. Dispensado de preocuparse con las manos, el cerebro maquinaba sucesivamente astucias, mañas, ardides, estratagemas, tramas, sutilezas, llegaba hasta el punto de admitir la posibilidad de recurrir a la telequinesia para, en un santiamén, transportar del trigésimo cuarto piso a la misteriosa excavación este cuerpo impaciente que tanto le cuesta gobernar. Aunque todavía tuviese ante él largas horas de espera, Cipriano Algor decidió volver a casa. Quiso darle a la hija el dinero recibido, pero ella dijo, Guárdelo para usted, no me hace falta, y después preguntó, Quiere un café, Pues sí, es una buena idea. El café fue hecho, servido en una taza, bebido, todo indica que por ahora no habrá más palabras entre ellos, parece, como Cipriano Algor ha pensado algunas veces, aunque de estos sus pensamientos no hayamos dejado registro en el momento justo, que la casa, ésta donde ahora viven, tiene el don maligno de hacer callar a las personas. Sin embargo, al cerebro de Cipriano Algor, que ya tuvo que dejar a un lado, por falta de adiestramiento suficiente, el recurso de la telequinesia, le es indispensable una cierta y determinada información sin la cual su plan para la incursión nocturna se irá, pura y simplemente, agua abajo. Por eso lanza la pregunta, mientras, como si estuviese distraído, mueve con la cuchara el resto del café que quedó en el fondo de la taza, Sabes a qué profundidad se encuentra la excavación, Por qué quiere saberlo, Simple curiosidad, nada más, Marcial no ha hablado de eso. Cipriano Algor disimuló lo mejor que pudo la contrariedad y dijo que iba a dormir una siesta. Pasó la tarde toda en su habitación, y sólo salió cuando la hija lo llamó para cenar, ya Marcial estaba sentado a la mesa. Hasta el final de la cena, tal como sucedió en el almuerzo, no se habló de la excavación, fue sólo cuando Marta sugirió al marido, Deberías dormir hasta la hora de bajar, vas a pasar la noche en claro, y él respondió, Es demasiado temprano, no tengo sueño, cuando Cipriano Algor, aprovechando la inesperada relajación, repitió su pregunta, A qué profundidad está esa excavación, Por qué quiere saberlo, Para tener una idea, por mera curiosidad. Marcial dudó antes de responder, pero le pareció que la información no debería formar parte del grupo de las estrictamente confidenciales, El acceso es por el piso cero-cinco, dijo por fin, Pensé que las excavadoras estaban trabajando mucho más profundo, En todo caso son quince o veinte metros bajo tierra, dijo Marcial, Tienes razón, es una buena profundidad. No se volvió a hablar del asunto. Marcial no dio la impresión de quedarse contrariado por la breve conversación, al contrario, se diría que hasta algo le alivió el haber podido, sin entrar en materias peligrosas y reservadas, hablar un poco de una cuestión que lo viene preocupando como fácilmente se nota. Marcial no es más medroso que el común de las personas, pero no le agrada nada la perspectiva de pasar cuatro horas metido en un agujero, en absoluto silencio, sabiendo lo que tiene detrás. No hemos sido entrenados para una situación de éstas, le dijo uno de sus colegas, ojalá los especialistas de quienes habló el comandante se presenten rápidamente para que seamos retirados de este servicio, Tuviste miedo, preguntó Marcial, Miedo, lo que se llama miedo, tal vez no, pero te aviso que vas a sentir, en cada momento, como si alguien detrás de ti fuera a ponerte una mano en el hombro, No sería lo peor que podría suceder, Depende de la mano, si quieres que te hable con toda franqueza, son cuatro horas luchando contra un deseo loco de huir, de escapar, de desaparecer de allí, Hombre prevenido vale por dos, así ya sé lo que me espera, No lo sabes, sólo lo imaginas, y mal, corrigió el colega. Ahora es la una y media de la madrugada, Marcial está despidiéndose de Marta con un beso, ella le pide, No te entretengas cuando acabes el turno, Vendré corriendo, mañana te lo cuento todo, lo prometo. Marta lo acompañó a la puerta, se besaron una vez más, después volvió adentro, ordenó primero algunas cosas, y luego se acostó. No tenía sueño. Se decía a sí misma que no había motivo de preocupación, que ya otros guardas estuvieron de centinelas y no aconteció nada, cuántas veces sucede que se arman por un quítame allá esas pajas misterios terribles, como si fuesen auténticas serpientes de siete cabezas, y cuando se miran de cerca no son más que humo, viento, ilusión, voluntad de creer en lo increíble. Los minutos pasaban, el sueño andaba lejos, Marta se acababa de decir a sí misma que haría mejor encendiendo la luz y poniéndose a leer un libro, cuando le pareció oír que se abría la puerta del dormitorio del padre. Como él no tenía hábito de levantarse durante la noche, aguzó el oído, probablemente iría al cuarto de baño, sin embargo, los pasos, poco a poco, comenzaron a sonar cautelosos pero perceptibles, en la pequeña sala de la entrada. Quizá vaya a la cocina a beber agua, pensó. El ruido inconfundible de una cerradura hizo que se levantara rápidamente. Se puso la bata a toda prisa y salió. El padre tenía la mano en el tirador de la puerta. Adonde va a estas horas, preguntó Marta, Por ahí, dijo Cipriano Algor, Tiene derecho a ir a donde quiera, es mayor y está vacunado, pero no puede irse sin decir ni una palabra, como si no hubiese nadie más en casa, No me hagas perder tiempo, Por qué, tiene miedo de llegar después de las seis, preguntó Marta, Si ya sabes adonde quiero ir, no necesitas más explicaciones, Al menos piense que le puede crear problemas a su yerno, Como tú misma has dicho, soy mayor y estoy vacunado, Marcial no puede ser responsabilizado por mis actos, Quizá sus patrones sean de otra opinión, Nadie me verá, y en caso de que aparezca alguien echándome atrás, le digo que padezco sonambulismo, Sus gracias están fuera de lugar en este momento, Entonces hablaré en serio, Espero que sea así, Está pasando algo ahí abajo que necesito saber, Haya lo que haya no podrá permanecer en secreto toda la vida, Marcial me ha dicho que nos lo contaría todo cuando volviera del turno, Muy bien, pero a mí una descripción no me basta, quiero ver con mis propios ojos, Siendo así, vaya, vaya, y no me atormente más, dijo Marta, ya llorando. El padre se aproximó a ella, le pasó un brazo por los hombros, la abrazó, Por favor, no llores, dijo, lo malo de todo esto, sabes, es que ya no somos los mismos desde que nos mudamos aquí. Le dio un beso, después salió cerrando la puerta con cuidado. Marta fue a buscar una manta y un libro, se sentó en uno de los sillones de la sala, se cubrió las rodillas. No sabía cuánto tiempo iba a durar la espera.