—¿Los mató?
—Demonios, no —la piloto se inclinó hacia atrás y cerró los ojos en cuanto la nave tocó el suelo, ligera como una pluma—. Los Simulis no matarían a ningún equipo, están diseñados para no hacerlo. Pero sí dan quebraderos de cabeza. Este, en concreto, se lo puso tan difícil que se separaron. Los recogí y todos se fueron a casa. Así que en ésas estamos, uno de tres. —Miró por la ventanilla y asintió con aprobación. Se habían posado en el centro exacto del círculo de aterrizaje—. Supongo que lo conseguiréis. El Equipo Cuatro fue el peor de todos. Se organizaron, buscaron el Simuli, lo encontraron y estuvieron a punto de mandarlo al diablo hecho pedazos. Y entonces la Tubo-Rilla no pudo soportarlo. Ni aunque fuera solamente un Artefacto Simulado. Y el humano del grupo —un tipo grande y rubio que no haría daño a una mosca— se volvió loco y quiso coserla a tiros. Lo habría hecho si el Remiendo no se hubiera metido de por medio. Pero eso convenció a todo el Grupo Estelar, una vez más, de que los humanos somos unos locos asesinos. Y si piensas que eso no causó un incidente interestelar, hizo la vida aquí más dura...
Se encogió de hombros y abrió la portezuela de la nave. Una ola de calor seco, como el aliento de un dragón, entró en la cabina.
—Eso es todo por mi parte. La nave es tuya ahora, hasta que encuentres al Simuli. Buena suerte.
Chan la llamó.
—Has visto a todos los otros grupos. ¿Cuál crees que es la posibilidad de éste?
La piloto se detuvo a punto de cerrar la puerta.
—Bueno, si crees que es un proceso aleatorio, la historia pasada dice que tus apuestas están una a cuatro. Pero quizá no sea tan aleatoria. Déjame hacerte una pregunta. Te he examinado a fondo esta última semana. No te va este trabajo. Con tu cara y tu cuerpo, eres un entretenimiento natural, público o privado. Cinco mil millones de mujeres querrían un trozo de ti. ¿Cómo es que te encuentras en un equipo perseguidor, justo en el culo del universo?
Chan dudó. Se preguntó si Leah le habría hablado de él y si lo que pretendía era recabar más detalles. Las oleadas de calor seco que entraban por la puerta abierta producían goterones de sudor en su cara y cuello, que se secaban en cuanto aparecían, pero la piloto parecía inmune a las condiciones exteriores. Esperaba su respuesta, y en su cara no había ninguna huella.
—Nací en la Tierra —dijo por fin—. Era un común, bajo contrato. Esto me permitió salir de allí. Y cuando se acabe podré hacer lo que quiera.
La piloto asintió.
—Ah. He oído hablar de la Tierra. Tal vez después de eso Barján no te parezca el culo del universo. Sé que Leah Rainbow parecía bastante contenta de estar aquí. ¿Te reclutaron de la misma manera que a ella?
—Sí. El comandante Mondrian nos escogió a los dos.
—Bien. Contestaré tu pregunta. Aumentaré vuestras probabilidades al cincuenta por ciento. Mondrian es tan duro como un Remiendo y tan frío como un Ángel, pero es listo el hijo de perra. Y no escoge perdedores —cerró la puerta y le sonrió a través de la ventanilla—. Normalmente. Pero hay excepciones para todo. Buena suerte de nuevo.
Le saludó con la mano y se dirigió a los edificios de servicio. Chan permaneció quieto en la nave, inspeccionando el paisaje alrededor. Estaban en las regiones polares de Barján, donde el invierno permitía sobrevivir a los humanos sin que hiciera falta un traje, excepto a medio día. La vegetación era de raíces profundas, con follaje verdiazulado. Crecía hacia arriba unos cincuenta metros o más en el mismo polo, dada la baja gravedad de Barján; aquí se mantenía pegada al suelo, enroscada para conservar la humedad. El suelo era seco, oscuro, basáltico y ondulante. Los vientos de la superficie levantaban la capa superior de polvo y la hacían formar montañas retorcidas de gris oscuro. Cerca del ecuador esa capa de arena tenía cientos de metros de profundidad, y los vientos la convertían en dunas barjanas que daban al planeta su nombre. Los soles gemelos de Eta Cassiopea se asomaban cerca del horizonte e iluminaban la escena con luz anaranjada. Y este paisaje reseco, según los informes, era la parte más atractiva del planeta.
Chan se preguntó dónde estaría escondido el Simulacro. Según esos mismos informes, podía sobrevivir en cualquier parte de Barján, incluso en las regiones ecuatoriales, donde sólo existían microorganismos.
Los tres edificios de servicio se encontraban a un kilómetro de donde había aterrizado la nave. Mientras miraba, Chan vio surgir un velo de color púrpura oscuro de uno de ellos. Cuando estaba a menos de cien metros de distancia, Chan volvió a abrir la puerta. Ya podían distinguirse los componentes individuales de la nube. Eran criaturas aladas de color negropurpúreo, cada una de ellas del tamaño de un colibrí. Treinta segundos más tarde, habían entrado en la nave y se movían por toda la parte trasera de la cabina.
Chan cerró la portezuela y se volvió para mirar. Aunque lo había visto en algunos informes, ésta era la primera vez que asistía a la formación de un Compuesto Remiendo.
Empezó con un componente —aparentemente arbitrario—, que revoloteó en el aire, con el cuerpo en vertical. El anillo de ojos verdes miró alrededor, como para calibrar la situación, mientras las alas se agitaban demasiado rápidas para que pudieran verse. Un momento después, otro componente voló para unirse a la cabeza, y un tercero lo hizo debajo. Entonces, antenas como látigos se conectaron entre sí. Un cuarto y un quinto elemento volaron hasta el núcleo del grupo.
Después, la suma fue demasiado rápida para que Chan pudiera ver las acciones individuales. A medida que se sumaban nuevos componentes, el Compuesto se ampliaba hacia afuera y hacia abajo para entrar en contacto con el suelo de la cabina. En menos de un minuto el cuerpo principal quedó completo. Para sorpresa de Chan —esto era algo que no había aparecido en sus informes—, la mayoría de los componentes individuales seguían sin unirse. De todos los que habían entrado en la cabina, tal vez una quinta pane se había reunido para formar una masa compacta sólida; el resto revoloteaba por el suelo de la cabina y se colgaba de las paredes usando las pequeñas garras situadas ante sus pequeñas alas como de cuero.
La masa del Compuesto Remiendo tenía una apertura como un embudo en su extremidad superior. De ahí surgió un soplido experimental.
—Ohhhahhhgggg. Hhooeehhh ooo —dijo. Y añadió, en una extraña variedad del Solar—: Hooleea. Hola.
Kubo Flammarion había advertido a Chan.
—Imagina —había dicho—, que alguien te desmontara cada noche y te volviera a unir por la mañana. ¿No crees que te costaría un poco volver a actuar? Bueno, pues eso les pasa a los Remiendos.
Chan encontró difícil imaginarlo, pero sospechaba que Kubo, alcohólico antiguo y reciente adicto a la paradoja, conocía bastante bien la típica sensación de la mañana siguiente.
—Hola —respondió al saludo del Remiendo, y esperó.
—Soommos —hubo una pausa sustancial—. Somos Shikari.
—Hola, Shikari. Llámame Chan.
—Shikari es una antigua palabra terrestre —dijo el Remiendo después de una larga pausa—. Significa Cazador. Pensamos que sería adecuado y tal vez divertido.
—Lo siento. No lo sabía.
Hubo otra pausa.
—Ahhh. También sugerimos que podríamos llamarnos Shakespeare, ese «hombre de mente compleja», y también pensamos sería divertido. Pero no estamos seguros de que te encontraras a gusto con él. —El embudo zumbó—. Estamos haciendo un chiste —explicó.
Chan se preguntó si el Remiendo podría verlo. Los componentes individuales tenían muchos miles de ojos, pero ¿podía usarlos el Compuesto? Señaló a los miles de componentes que había esparcidos por la cabina sin unirse al cuerpo principal.