– Eso, cariño, ha sido por decir que no.
Te odio.
Se salió bruscamente y le sacó el consolador. Se vistió, le dio un beso, un beso casi tierno, y le abrió las esposas.
– Volveré -dijo, con una gran sonrisa.
Bajo esa ternura falsa, era una puta malvada. Él la siguió con la mirada hasta que salió.
La odiaba. Pero estaba atrapado de por vida. Si intentaba matarla, fracasaría. Quería desesperadamente cazarla y cortarle el cuello. Ver como su falsa sonrisa se convertía en un gesto grotesco de dolor. Verla darse cuenta de que su creación era su pérdida.
Si él se iba, ella lo encontraría. Si no podía encontrarlo, contaría sus secretos. Él sabía lo que ocurriría si ella iba a ver al sheriff. Todo lágrimas y ternura. Todo una mentira.
– No lo sabía, sheriff, hasta que encontré los carnés de conducir…
Una mentira. Siempre mentiras. Pero ellos creerían a La Puta. Con sus lágrimas de cocodrilo y sus ojos enormes.
Nadie le creería a él. Siempre le creían a ella.
Era demasiado pronto, pero tenía mucha rabia acumulada. El miedo lo enfurecía todavía más.
Demasiado pronto, pero ¿qué podía hacer? La Puta había empezado. Siempre tenía ese aire como si estuviera al mando. Como si él tuviera que escucharle y hacer todo lo que ella ordenara. Cuando ella echó a volar a Penny de su nido de amor, lo había obligado a cazar. A matar.
No era su intención matar a Penny. Sólo la encerró en la cabaña para hacerle entender que la amaba, que el tipo con que estaba saliendo la iba a traicionar. Quería saber por qué le había mentido
Nunca quiso matarla. Pero a veces la única manera de llegar a la verdad era haciéndole daño a la gente. Así lo hacía su madre, y él siempre decía la verdad.
Estuvo a punto de convencer a Penny. Todo lo que él había aprendido funcionaba. Ella decía lo que él quería que dijera. Dejaba que la tocara sin gritar. Habrían sido felices juntos para siempre, si él hubiera tenido un poco más de tiempo para hacerla entrar en razón.
Pero La Puta no quería que él fuera feliz. Una noche lo siguió y le arrebató la única mujer que amaba. Y soltó a Penny.
Penny echó a correr. Corrió para alejarse de él cuando él le rogaba que se quedara. Él no quiso matar a Penny. Sólo quería que se quedara con él.
Cuando la alcanzó, supo que todo lo que le había dicho era mentira. Ella no lo amaba, ni quería quedarse con él. ¡Mentiras y más mentiras!
Murió de la manera más indolora posible. Él nunca había querido hacerle daño. Sin embargo, no pudo evitarlo; el impulso fue más fuerte que él. Y ella le había mentido. Era un justo castigo. Pero no quería que sufriera.
La Puta lo obligó a matar esa primera vez. Pero cuando vio el cuerpo inerte de Penny, se sintió envalentonado. Poderoso. Había algo divino en éclass="underline" la capacidad de quitar una vida, o de darla.
Con la mujer pequeña de pelo negro (no sabía que se llamaba Dora hasta que lo leyó en los periódicos), le picó el gusanillo. Se la follaba cuando él quería, no cuando quería ella. La alimentaba cuando él quería, no cuando ella tenía hambre. La soltó cuando él quiso, y ella echó a correr.
La emoción de la caza quedaba en segundo plano frente a la facultad de poder disponer de una vida.
Él siempre ganaba, con la excepción de aquella que había escapado…
Se levantó de la cama cogiendo la sábana y enrollándosela por el cuerpo. Fue hasta su escritorio y abrió un cajón de un tirón tan violento que el contenido se desparramó por el suelo. Furioso consigo mismo, pero sobre todo con La Puta, encendió la lámpara y se puso de rodillas en el suelo para recoger sus tesoros.
Hizo un montón con los carnés de conducir de su colección (veintiuno en total) y los dejó a un lado, con el de Rebecca encima del todo. Tocó la foto y se puso a pensar, no en el ritual de la muerte sino en la vida, en la vida que ella le daba al correr. La vida que le daba cuando le suplicaba piedad. Por cualquier cosa. Él mandaba. Él tomaba todas las decisiones y ella no tenía nada que decir.
Rara vez hablaba con las mujeres. Ellas no eran nada.
Cogió la libreta de tapas de cuero desgastado que contenía su vida. Respiró sobre la tapa ajada, y se sintió extrañamente en paz. Cuando empezaba a planear algo, le ocurría eso. La preparación requería tiempo, concentración, inteligencia.
Y él tenía las tres cosas. Había llegado el momento de planear la próxima cacería. Cuanto antes, mejor.
Los huevos de Theron estarían a punto de romperse. Y, desde luego, no quería perdérselo.
Capítulo 16
ENCONTRADA LA GUARIDA DEL CARNICERO
La joven muerta ha sido identificada como la
alumna desaparecida de la Universidad de Montana State
Enviado Especial, Elijah Banks
Miranda tenía cogido el periódico con tanta fuerza que no podía ni leer las palabras. Pero las fotos eran inequívocas.
Por debajo del titular, una foto de la barraca donde Rebecca había estado cautiva. Al lado, una foto de Rebecca copiada de la ficha universitaria, la misma que aparecía en las octavillas distribuidas por toda la ciudad.
– ¡Maldito sea!
Estaba a punto de tirar el periódico a un lado cuando algo familiar más abajo del pliego le llamó la atención.
El breve desayuno que había tomado se le revolvió en el estómago. Tragó bilis y murmuró:
– ¡Qué cabrón!
En la parte de abajo había otra foto. Una foto de ella. Apoyada contra el árbol fuera de la barraca. Destacaba la palidez de su rostro, incluso en el grano grueso del papel. El pie de foto decía:
Miranda Moore, jefa de la Unidad de Búsqueda y Rescate y única superviviente del Carnicero de Bozeman, ayuda al FBI en la localización de la vieja cabaña.
– Lo siento.
Ella dio un salto al oír la voz.
– Quinn.
Había llegado por el sendero de la hostería, pero ella estaba tan concentrada en el periódico que no lo oyó.
– Te lo habría ahorrado si pudiera.
Ella sacudió la cabeza y alzó el mentón.
– Estoy bien -insistió, aunque la foto la había desconcertado.
– Cuando uno reacciona enfadándose con estos montajes de Elijah Banks, se le concede todavía más poder.
– No estoy enfadada. -Mentía. Y era evidente, por su expresión, que Quinn lo sabía.
– Vale, estoy enfadada, pero se me pasará. -Guardó silencio y se lo quedó mirando detenidamente-. ¿Por qué estás aquí?
– Esta mañana he hablado con Olivia.
– ¿Y?
– Estará en Helena esta noche.
– ¿De verdad? Quizá pueda venir hasta aquí. No queda muy lejos. Me encantaría verla.
– Tienes el número de su celular. Llámala.
– Eso haré -dijo Miranda, y se propuso llamaría al día siguiente.
– Voy a la universidad -dijo Quinn-, pero quería contarte lo de Olivia. Si hay algo en las pruebas…
– Ella lo encontrará -dijo Miranda, terminando su frase.
– Eso. -Quinn subió las escaleras y se detuvo en el borde del porche donde estaba Miranda. A ella se le aceleró el corazón al ver que él se acercaba tanto, aunque sin llegar a tocarla.
– Miranda, tenemos que hablar. Acerca de lo de anoche. De lo que pasó en Quantico.
Ella tragó saliva. Tenía tantas ganas de olvidar y perdonar, pero era incapaz de dejar de lado el nudo de la traición que llevaba en el alma.