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En pocas palabras, porque no lo amaba. Y cuando él sugirió que sería conveniente que no siguieran teniendo relaciones sexuales, le dijo que de acuerdo. Ahora, pensando en ello retrospectivamente, se preguntaba si Nick no había esperado una protesta de su parte.

Al final, la ruptura fue un alivio.

– ¿Cómo te ha ido con Quinn?

A Miranda le sorprendió la pregunta.

– Bien -dijo, de manera mecánica.

Él frunció el ceño.

Ella se sentía incómoda bajo esa mirada que la escudriñaba. Casi como si le debiera una explicación.

– En serio, él hace su trabajo y yo hago el mío, y no hay más que eso.

Miranda no quería entrar en el tema. ¿Por qué tenía que explicar su relación de trabajo con Quinn? Quizá fuera porque llevaba años quejándose ante Nick de que Quinn le había robado su carrera y estropeado sus planes de futuro.

Nunca le había contado lo mucho que sufría.

– Tiene a un par de mis hombres revisando los archivos de la universidad -dijo Nick-. Todavía estaban en el despacho cuando he llamado hace media hora.

– Me dijo que estaba revisando los archivos de los años de Penny en Bozeman. Pero en aquella época había cientos de posibles sospechosos. No sé cómo podremos reducir la lista si no tenemos más pruebas que nos digan por dónde seguir.

– Quinn está seguro de que este tipo todavía es soltero y lleva una vida solitaria.

– Por cierto, ¿dónde está Quinn? -Quiso que su pregunta sonara despreocupada, pero no estaba segura de haberlo conseguido.

– En Helena. Ha ido al aeropuerto a buscar a esa amiga tuya, la técnico de laboratorio.

– ¿Olivia? -Casi olvidaba que Quinn la había llamado para pedirle su colaboración.

Nick asintió y tomó un trago de su cerveza.

– Volverá tarde o por la mañana -dijo, y guardó silencio. Luego añadió-: Os deseo a ti y a Quinn toda la suerte del mundo.

– No sé a qué te refieres.

– ¿No?

– No.

Nick suspiró y empezó a quitarle la etiqueta a la botella de cerveza.

– Es evidente que todavía estás enamorada de él. Siempre has estado enamorada.

– Eso no es verdad. -¿Estaba protestando demasiado? Intentó explicarse-. Ya sabes cómo era todo por aquel entonces. Pero con todo lo que sucedió, yo… y bah, ya ha acabado. Acabó hace mucho tiempo.

– El amor no se abre y cierra como un grifo, Miranda -dijo Nick, y sonaba irritado.

– Yo no he dicho eso. Yo… -dijo ella, y calló -. Nick, lo siento -. ¿Qué otra cosa podía decir? Sabía que Nick todavía sentía algo por ella, sentimientos que ella no podía corresponder. Lo último que quería era hacerle daño a su mejor amigo.

Él despachó su disculpa y se incorporó.

– Sólo quería ver cómo te encontrabas, ya que estoy libre, como quien dice. -El sheriff nunca estaba de verdad «libre». Cuando lo eligieron para el cargo, decir aquello se había convertido en una broma entre ellos.

– No hay nada entre Quinn y yo -dijo ella, y se mordió la lengua. ¿Por qué era tan importante convencer a Nick de aquello?

¿O quizá lo único que pretendía con sus protestas era convencerse a sí misma?

Él la miró con una sonrisa irónica.

– Puedes creer lo que quieras, Miranda, pero la verdad es que tu corazón siempre ha estado con Quinn. Yo nunca tuve una oportunidad. Pero me acabo de dar cuenta ahora.

– Tú me importas. Eres mi mejor amigo.

Él asintió y ella supo que había dicho lo que no debía. Nick estaba enamorado de ella y ella le decía que lo consideraba su mejor amigo.

¿Por qué siempre tenía que meter la pata?

– Ya sé que me aprecias, Randy. Siempre has sido una buena amiga. Pero una novia malísima. Buenas noches.

Ella se lo quedó mirando, preguntándose por qué diablos habría pasado por la hostería esa noche. ¿Para ver si ella y Quinn estaban juntos? ¿Para convencerse de algo? Sacudió la cabeza mientras acababa la cerveza y dejaba las botellas en el contenedor debajo del fregadero.

Nunca acabaría de entender a los hombres.

Capítulo 17

– Eres un imbécil.

La Puta estaba furiosa, pero ahora mismo a él no le importaba. Ella le haría pagar más tarde por haber roto las reglas. Después de la cacería. Pero ahora no podía hacer nada.

Él vio el brillo de la excitación en sus ojos.

Seguía odiándola, pero la odiaba menos las noches que salían a cazar juntos.

Sin embargo, su falta de paciencia lo irritaba.

– ¿Por qué no ésa? -gimió ella, señalando a una chica de pelo castaño que acababa de llegar a la gasolinera.

– No.

– ¿Por qué no?

– Esta vez quiero a una rubia.

– Acabas de tener una rubia.

– No me importa. Quiero otra.

Ella suspiró y tamborileó sobre el volante.

– No quiero pasarme toda la noche aquí.

– Nunca he tardado más de un par de horas. Maldita sea, ¡ten un poco de paciencia! – La Puta nunca tenía paciencia. A él lo consideraba un tipo raro porque era capaz de quedarse en medio del bosque durante días escribiendo cosas sobre sus pájaros.

A él no le importaba lo que ella pensara de él. Ahora mismo era una ayuda. Aunque la mayor parte del tiempo sólo pensaba en estrangularla.

No se atrevía ni a tocarle el cuello.

La chica arrancó después de poner gasolina. Eran casi las once de la noche. Llevaban dos horas esperando. El tráfico había disminuido considerablemente después de las diez.

Dejó los prismáticos sobre sus rodillas y esperó a que llegara el próximo coche al centro comercial junto a la autopista. Estaban situados en un buen punto de observación, bien oculto, en el camino que daba a la gasolinera, estacionados en una entrada privada. Conocía a la dueña de la casa, una anciana sorda como una tapia que se acostaba al ponerse el sol.

Había elegido ese lugar porque era una parada habitual de las alumnas de la universidad. Entre la gasolinera, la pizzería y el pequeño bar, sabía que encontraría a la persona adecuada.

No es que fuera un capricho. Simplemente quería otra rubia.

En una ocasión, había comenzado la caza en ese mismo lugar. Como regla, nunca utilizaba dos veces el mismo lugar. Por si acaso. Sin embargo, ya hacía tiempo de eso. En ese lugar había raptado a otra rubia, unos doce años antes.

Ojalá no hubiera viajado con esa amiga suya.

La Puta nunca lo había dejado ir a por Miranda Moore. A él la idea lo perseguía constantemente. Pero La Puta creía que Moore se merecía vivir porque había escapado. Siempre pensaba en ella, le restregaba su fracaso en toda la cara. La odiaba. Las odiaba a las dos.

Algún día les haría pagar. Eran como dos perras de una misma camada, lo provocaban, lo ridiculizaban.

Sin embargo, por ahora no podía tocar a Miranda Moore. La Puta le había dicho que lo delataría. Y él le creía.

– Mataremos a Miranda Moore si se convierte en una amenaza, pero ahora no lo es -decía La Puta una y otra vez -. Ella te venció, cariño, y quiero que siempre lo recuerdes.

Como si con sus constantes comentarios él pudiera olvidarlo.

Por la entrada principal entró un Honda Civic. Pasó sin parar por la gasolinera y fue directo hacia la pizzería. Él cogió los prismáticos.

Del lado del conductor bajó una rubia. Sintió que se le hinchaba el corazón y empezaba a latirle con fuerza.

Era ella.

Lo supo de inmediato, como lo sabía cada vez que salía a cazar mujeres. Ella era la llamada, y él la tendría.