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Él jadeaba encima de la chica, follándola como si fuera una muñeca. La chica estaba ahí sólo porque estaba atada a una estaca en el suelo. Él nunca había sido capaz de despertar el interés de una chica. Era como si, después de una única cita, la posible novia hubiera percibido que él albergaba oscuras fantasías en las que ella no quería tomar parte. Nunca tuvo más citas después de esa chica en Portland. Cuando ella le dijo que no, perdió los estribos. Entró en su casa y la violó. La muy tonta.

Sólo ella entendía sus necesidades. Un apetito insaciable de poder hervía bajo su piel, quemándola desde adentro hacia fuera, buscando alivio. Verlo a él satisfacer sus ansias le procuraba cierto grado de alivio. Pero él era muy tonto. Cuando violaba a esas chicas, ellas seguían teniendo poder. Porque él las deseaba, las necesitaba, y ellas lo controlaban.

La chica había llorado hasta el cansancio.

Era algo que, con el tiempo, acababa. Tardaba una hora. Un día. A veces más. Pero, finalmente, la chica se resignaba a su suerte y se quedaba quieta, sin resistirse ni gritar. Sólo unas lágrimas silenciosas que le corrían por las mejillas.

Le dieron ganas de reír ante todo ese absurdo. Él se portaba como una perra en celo, necesitaba que las mujeres saciaran su voraz apetito. Sin embargo, le costaba cada vez más sentir la misma satisfacción; ella lo constataba en sus abusos, cada vez más crueles. A la última chica, antes de Rebecca Douglas, la había golpeado hasta la muerte, sin siquiera darle la oportunidad de huir.

Él le daba de bofetadas a la chica, intentando que ella respondiera. El ruido de la piel contra la piel, agitándose, solía excitarla, pero ese día no estaba teniendo el efecto habitual.

Por primera vez en su vida adulta, sintió el miedo como un estremecimiento que le recorría la espalda. Salió de la barraca y respiró el aire frío y fresco de la mañana.

No temía tanto por ella como por él. Él era responsabilidad suya, y su decisión precipitada de secuestrar a otra chica al cabo de tan poco tiempo de raptar a la anterior era una insensatez. Ella intentó disuadirlo, manipularlo para que abandonara la idea, pero él se mostró inflexible. Estaba decidido a coger a la chica con o sin ella

No podía permitir que lo hiciera solo. Él la necesitaba. Para vigilar. Para borrar sus huellas. Para protegerlo.

Las otras razones por las que decidió quedarse con él esta vez eran un poco más difíciles de discernir, incluso para ella. Sentía la compulsión de mirar, aunque no soportara la idea de verlo a él copulando con otra mujer sin participar. Si él creía obtener la máxima y más completa satisfacción cuando ella no estaba, empezaría a buscar a otras mujeres solo. Cada vez que secuestraba a una, el riesgo de que los descubrieran aumentaba. Si él se empeñaba en salir a buscarlas solo, darían con él. Era sólo cuestión de tiempo.

Así que lo protegía. Y no era que esas mujeres tuvieran algo que ella no tenía. Claro que no. Lo único que ella hacía era cuidar de él, como siempre había hecho.

Él podía tener a esas mujeres, pero sólo si ella participaba en el asunto.

Él se paseaba por la vida atado a una correa invisible, y todas las mujeres en su vida habían tenido esa correa en la mano. Ella. Las chicas que violaba y mataba. Y, sobre todo, la que había escapado.

Ella no lo dejó matar a Miranda Moore porque si Miranda vivía, ella lo mantenía bajo su poder. Imbécil. Era un imbécil. Pero la necesitaba.

Ahora era como si las cosas se le escaparan de las manos. Tendrían que dejar ese lugar y buscar otros parajes en donde cazar. Para protegerlo.

En cuanto acabaran con Ashley van Auden.

Capítulo 21

Sentado en un rincón de la Oficina de Administración y Registro de la Propiedad, una planta por encima de los despachos del juzgado, Nick estaba enfrascado en la revisión de casi un millar de mapas de las parcelas de la región del condado donde cazaba el Carnicero.

Le había dicho a Quinn que tenía una idea, que en realidad sólo era una corazonada. Nick sospechaba que, por algún motivo concreto, el Carnicero había elegido esa región del territorio para cazar. Quizás encontraría alguna pista revisando las transacciones de propiedades de los últimos quince años.

Podría haber asignado aquella tediosa tarea a un agente, pero después del artículo de Banks donde se cuestionaba su competencia y después del desastre de la conferencia de prensa, era preferible no hacerse notar demasiado.

No podía creer que Quinn hubiese dicho que la oficina del sheriff era «incompetente». Sin embargo, Nick se había sentido herido en su amor propio al enterarse de que toda la ciudad estaba informada de la incapacidad del sheriff del condado de Gallatin en su búsqueda del Carnicero. Su mandato terminaba al año siguiente y, a estas alturas, ya no quería volver a presentarse. Sentía cómo lo vigilaba Sam Harris, criticando cada una de sus decisiones, y con Eli Banks en la ciudad, siguiéndole cada paso, la presión empezaba a afectarle.

Nick se mostraba muy crítico con todas las decisiones que había tomado en los últimos tres años. Aquello no le servía de nada. Sin embargo, la noche anterior, había elaborado un inventario de los grandes giros de la investigación sobre el Carnicero desde que él era sheriff. No habría modificado ninguna de sus actuaciones. Todas las pistas investigadas eran lógicas y seguían el rastro de los pocos indicios que tenían. Sin embargo, todas las pistas conducían a un callejón sin salida y, en ese momento, él no veía cambios.

Se alegraba de haber llamado a Quinn. Aunque algunos de sus agentes se mostraban reacios a aceptar la presencia de los federales en su jurisdicción, Nick estaba decidido a usar todos los recursos posibles para dar con el Carnicero. Y Quinn era un hombre discretamente seguro de sí mismo, ejercía un liderazgo natural y representaba la autoridad.

Nick no podía evitar sentirse como un poli de provincias, como un palurdo, junto al elegante agente de la gran ciudad.

Y luego estaba Miranda.

Había ido a la hostería la noche anterior sólo para confirmar lo que ya sospechaba. Que Quinn reclamaba el corazón de Miranda. Que no había esperanza de que él recuperara un lugar en su vida. Más allá de lo que dijera Miranda, Nick la conocía bien. Su corazón siempre había pertenecido a Quinn, y el tiempo que Miranda había pasado con él tenía una importancia menor.

Le dolía porque la amaba, pero ya lo superaría. Lo único que de verdad quería era su felicidad y su tranquilidad. Si Quinn podía darle eso, él estaba dispuesto a aceptarlo.

Tenía que concentrarse en algo útil, algo que marcara un punto de inflexión en la investigación. Estaba harto de aparecer en la prensa como un tonto. De cuestionar sus propias decisiones, no sólo las tomadas desde que lo habían elegido sheriff sino desde que era policía.

Sabía que era un buen poli. Sin embargo, los crímenes horripilantes del Carnicero superaban todos los límites de su experiencia.

Había mirado los registros de las propiedades en el pasado, pero sólo para averiguar quién eran los actuales dueños. Las siete víctimas, incluida Rebecca, habían sido encontradas en tierras que pertenecían a diferentes personas. A tres las localizaron en tierras de propiedad federal. ¿Cuál sería la situación diez años antes? ¿Veinte años antes? ¿Había algún denominador común en los territorios de caza del Carnicero?

Nick llevaba consigo el mapa que él mismo había configurado y ahora se propuso dibujar una trama de los registros de propiedad. Buscó personalmente el historial de cada parcela porque no se fiaba de que los funcionarios de la oficina del Registro guardaran el secreto de sus pesquisas.