– ¿Sam Harris ha venido a verlo?
Y Quinn se enteró de lo que Sam Harris le había contado a Parker.
– Lo siento, juez, pero tengo que detenerla. O tiene información que necesitamos acerca del paradero de su hermano, o tenemos que protegerla. No puedo dejar que ande sola por ahí. Hasta que detengamos a su hermano.
Quinn salió de la casa y llamó al despacho para ordenar la busca y captura de Delilah Parker, y para preguntar si Sam Harris se había presentado. No se había presentado. Maldita sea. Pidió al agente al teléfono que informara a todos los policías relacionados con el caso que Harris estaba oficialmente destituido de la investigación y que se le buscaba por obstrucción a la justicia. Quinn no podía permitir que Harris siguiera perjudicando la búsqueda de Larsen.
El juez Parker salió con él.
– ¿Vamos? -le preguntó Quinn al juez.
– Venga, lo llevaré. -Subieron al todoterreno de la policía. El agente Jorgensen iba al volante. Parker le dio las instrucciones para llegar.
– Dígame exactamente dónde. Voy a llamar a un equipo para que se reúna con nosotros. -Quinn necesitaba a todos los hombres disponibles.
Diez minutos más tarde, acabó todas las llamadas, incluyendo una a su jefe para informarle de lo ocurrido. Cuando cerró el móvil de un golpe, sonó su buzón de voz. Llamó y escuchó.
– Demos media vuelta -le dijo a Parker, con la voz tensa.
– ¿Qué? ¿Por qué?
– Volvemos a su casa. Acelera, Jorgensen -ordenó Quinn, y se volvió hacia Parker-. Su hijo ha visto a David Larsen ahí, hace menos de una hora.
Capítulo 30
Davy Larsen observaba desde una ventana de la planta superior mientras Miranda Moore y un poli rodeaban la casa. Al cabo de un rato, se fueron.
Pero no volvieron a la entrada. Al contrario, bajaron en dirección al prado.
Ryan, uno de su propia sangre, lo había delatado.
¿Cómo podía hacerle eso? ¿Acaso no lo había amado como un hermano mayor? La vida de Ryan era perfecta, la vida que él nunca había tenido. Pero no importaba. No era que estuviera celoso ni nada por el estilo. No.
¿Por qué iba a verla a ella, a Miranda Moore? ¿Para decirle dónde encontrarlo?
Eso no estaba nada bien. No permitiría que le quitaran a esa chica. Ashley le pertenecía, y todavía no había acabado con ella.
La Puta se marchaba. Al cuerno. No la necesitaba.
Ella nunca había entendido. Se quedaba ahí mirando, se excitaba y se agitaba, y nunca lo molestaba cuando él era dueño de la escena. Pero disfrutaba y hacía comentarios en clave.
– ¿Te sientes mejor ahora, Davy? -preguntaba después, como si le hablara a un niño.
Él habría querido borrarle de la cara esa expresión de engreída, esa sonrisa de suficiencia. Como si supiera algo que él ignoraba. Le había llegado a robar incluso eso, sus mujeres. Cuando ella miraba, reclamaba una parte de ellas, como si ella fuera la coreógrafa y él una simple marioneta.
Y bien, él había decidido cortar los hilos del titiritero. Finalmente había quedado en reunirse con ella en Missoula esa noche, y de ahí se irían a cualquier parte. Él tuvo que decir que sí. Si le hubiera contado lo que iba a hacer, ella no se habría separado de su lado.
No, esa noche sería la caza. Esa noche sería libre. Reclamaría su premio y seguiría su camino. Mientras durara el verano, podría vivir durante meses de la tierra. Era capaz de caminar incluso hasta California si hacía falta.
Ella nunca lo encontraría. Por fin sería libre.
Y sus cacerías y sus mujeres por fin serían suyas, sólo suyas.
Salió de la casa tomando todas las precauciones y se dirigió al prado por el camino más largo. Sabía cómo llegar hasta la chica por un desvío.
Lo primero era lo primero. Seguiría a Miranda Moore. El placer de cortarle el cuello sería sublime. Quiso matarla justo después de que ella escapara, pero La Puta le dijo que no. Como si se alegrara de que una de sus presas hubiera escapado. Se había mofado de él, lo había provocado, y él soñaba con cogerla por el cuello con las dos manos, rompérselo como quien le rompe el pescuezo a un pollo. Crac. Dejarla a la orilla del camino y que los pumas dieran cuenta de ella, mientras los bichos se paseaban por su boca. Se lo tenía bien merecido.
Pero, claro, no hizo nada. En ese momento, no. Siempre había creído que sin ella él no sería nada. Sin ella, él habría muerto hace años. Ella lo había salvado más veces de las que podía contar. Y él le estaba agradecido. Él la amaba.
Ahora la odiaba. Y aquel odio aniquilaba cualquier sentimiento de amor que hubiera albergado por ella.
Se quedó mirando por la cuesta, hacia el barranco más abajo, pensando en el momento de la ejecución. Primero, Miranda Moore y los polis. Después, su chica.
Y luego, su puta hermana.
Desde más abajo en la quebrada llegó el ruido de dos disparos. Su chica. Le estaban robando la chica.
¡La muy puta lo pagaría caro!
Bajó la ladera de la montaña a grandes zancadas. La caza había comenzado.
– No podemos esperar a Quinn -le dijo Miranda a Booker.
Habían ido directamente al campo del sur con su jeep. Cuando Miranda no vio a Quinn, siguieron hasta la casa.
Nadie abrió.
Intentó nuevamente ponerse en contacto con Quinn, y volvió a salir el buzón de voz. Maldito sea, ¿acaso no tenía llamada en espera?
Miranda respiró hondo. En la montaña la cobertura de la telefonía móvil era un desastre. Ella tenía llamada en espera y la mitad de las llamadas iban directamente al buzón de voz porque las torres de repetición recibían señales confusas. Tampoco ayudaba en nada el hecho de que el tiempo estuviera empeorando. La mañana clara y luminosa se había convertido en una palidez grisácea que cubría toda la faz de la montaña. Esperaban una tormenta fuerte, pero el mal tiempo no debía empezar hasta la noche. Miranda confiaba que así fuera.
Quinn no tardaría en llegar. Ella sabía que vendría. Pero ¿era una buena idea esperar? Entre el tiempo que empeoraba y el hecho de ignorar el paradero de David Larsen, estaba en juego la suerte de Ashley.
Miranda intuía que estaba cerca. Tenía que intentarlo. Si Ashley moría ese día en la parte de la quebrada llamada Barranco de la Roca, sin que ella echara una mirada, nunca se lo perdonaría.
Además, Lance Booker estaba con ella. Era un buen poli y, además, un hombre fuerte. Eran dos contra uno. Y Larsen no sabía que la policía le venía pisando los talones. El elemento sorpresa era una ventaja añadida.
– Ashley está allá abajo. Lo sé -dijo Miranda-. Pero si él siente la presión de la policía, podría matarla y huir. Ahora mismo.
Tenemos que llegar a ella antes de que eso suceda. No podemos esperar a Quinn ni a mi unidad. -Miranda había llamado para que todos los efectivos suspendieran la búsqueda en su zona y acudieran a ese punto, no sin antes advertirles que debían tener cuidado.
– Tienes razón -concedió Booker.
Ella respiró lentamente. No estaba segura de lo que habría hecho si Booker no hubiera querido acompañarla en su descenso del Barranco de la Roca. Pero querían seguirle los pasos a Larsen, tenían que hacerlo mientras aún tuvieran luz de día.
Sacó su mapa topográfico y lo plegó hasta tener el Barranco de la Roca y el área circundante a la vista. Se lo metió en el bolsillo y miró por la pendiente del monte. Vio las hojas revueltas y la tierra por donde Larsen había subido y saludado a Ryan.
– Aquí -le señaló a Booker; el corazón le latía con tanta fuerza que temía que el agente oyera su miedo.