Miranda gritaba en silencio por todos los poros de su cuerpo.
– ¡Ten cuidado! -Podría estar ahí. David Larsen, el Carnicero.
– Miranda -susurró Booker. Estaba justo detrás de ella. Había palidecido y sudaba copiosamente.
– Tienes que sentarte -dijo ella, en voz baja.
– No puedo. ¿Qué hacemos si está adentro?
– Me servirás de apoyo.
Desenfundaron sus armas. A Miranda no le temblaban las manos, y eso la sorprendió, aunque tenía erizados todos los pelos de la nuca.
Sosteniendo el arma con ambas manos, se acercó con cautela a la barraca. Booker le hizo una señal para que fuera por un lado mientras él iba por el otro. Ella señaló la ventana. Él asintió con un gesto de la cabeza y ella se situó por debajo, intentando controlar su respiración. Estaba casi jadeando, sintiendo un miedo desbocado y a flor de piel.
Ahora no. Por favor, ahora no. La vida de Ashley dependía de ella. Si fallaba…
No. No podía fallar. Y no fallaría.
Lentamente, se asomó para mirar dentro del cuartucho. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad del interior, vio a una mujer desnuda atada sobre un colchón inmundo en medio del suelo. Su pelo rubio parecía negro de suciedad y sangre.
Sharon.
El dolor, la rabia y la humillación volvieron como una ola que la sacudió y la hizo caer de rodillas. Oh, Dios mío, ¿por qué? ¿Por qué has creado a este monstruo?
Pero aquella chica no era Sharon. Era Ashley. Y Ashley la necesitaba.
Y ¿si ya estaba muerta?
Miranda respiró hondo y se incorporó. Volvió a mirar por la ventana. Mientras escudriñaba la oscuridad, vio que el pecho de la mujer subía y bajaba. Estaba viva. Quizás había un Dios, después de todo.
Y entonces Miranda vio que Ashley no estaba sola.
Estaba a punto de disparar al hombre a través de la ventana. Se encontraba tendido junto a Ashley, como disfrutando de la violación recién consumada. Le dispararía, le cortaría los huevos y se los metería hasta la garganta. Dominada por el odio y la rabia, levantó la pistola.
Se detuvo cuando vio brillar algo metálico. Intentó verle la cara, pero era imposible. Estaba inmovilizado, atado con cuerdas, con las manos y los pies detrás de la espalda.
Era un cuerpo familiar. Pelo oscuro, camisa beige.
¡Era Nick!
Y ¡estaba vivo!
Capítulo 31
Miranda se apresuró a rodear la barraca. Maldita sea, la puerta estaba cerrada con una cadena.
Empezó a dar golpes en la puerta.
– ¡Nick! ¡Nick, soy Miranda! Voy a dispararle al candado y a sacaros de aquí.
Le respondió una voz apagada, pero Miranda no entendió lo que decía. Ashley lanzó un grito, entre adolorido y jubiloso.
– ¡Booker! ¿Dónde estás? -Miranda miró a ambos lados, pero no lo vio.
– Aquí. -La voz venía del otro lado de la barraca, y se notaba débil. Miranda temió que su herida fuera más grave de lo que daba a entender.
– Nick está dentro de la barraca con Ashley. Voy a sacarlos. No veo a Larsen por ninguna parte, pero mantén los ojos bien abiertos.
Silencio.
– ¿Lance? ¿Estás bien?
– Estaré bien. Sólo necesito un minuto.
Joder. Ahora tenía a dos polis gravemente heridos y a una chica. Lo primero era lo primero, tenía que liberar a Ashley, y luego pensaría en una manera de sacarlos a todos de ahí.
Miranda apuntó al candado. Necesitó dos balas para abrirlo, y luego dio una patada a la puerta.
El hedor a sangre, a sexo violento y a desechos humanos le dio de lleno, asqueroso y familiar. Tuvo un amago de arcada y giró la cabeza. Ella y Sharon habían vivido en una suciedad igual a ésa.
Se quedó paralizada. Quería entrar y comprobar que Nick se encontraba bien. Pero sentía los pies cargados de plomo, como si los tuviera calzados en cemento. Cuanto más intentaba moverlos, más pesados se volvían.
Comenzó a temblar. Con sólo pensar en cruzar el umbral de aquel espacio que ya empezaba a encogerse, sintió que se le entumecía todo el cuerpo. Su visión periférica comenzó a reducirse lentamente.
No. Ahora, no. Por favor.
Cayó de rodillas. Puedo hacerlo. Puedo entrar. Salvarlos.
No, no puedo. Soy débil. Me ha vencido. Volverá y acabará lo que empezó. Mató a Sharon y yo escapé. No pude salvarla. Ahora ni siquiera puedo salvarme a mí misma.
– ¿Miranda?
Era la voz de Nick. Ronca y pastosa.
– ¡Miranda! -Seguía siendo pastosa, pero en son de orden.
– Nick, yo… -Respiró hondo. Si no se tranquilizaba, acabaría sufriendo un ataque de nervios.
– Te necesito. Ashley te necesita. Entra de una vez. Ese tipo está a punto de volver.
Después de tantos años, el Carnicero conseguiría vencerla. El la había convertido en una claustrofóbica. Él le había inoculado el miedo.
– Yo… no puedo.
– Sí que puedes, Miranda. Yo sé que puedes. Confío en ti. Respira hondo. -Nick balbuceó algo y tosió, esforzándose para pronunciar cada palabra-. Tú puedes -dijo, finalmente, con aliento entrecortado.
Ella podía, ¿no? Podía vencer su miedo. Tenía que vencerlo. Por Nick. Por todo lo que él había hecho por ella, por su apoyo y su valor y su amistad. No había llegado hasta allí para fallarle.
Y, además, amaba a Nick. Ahora veía con gran claridad la diferencia entre Nick y Quinn. Los amaba a los dos. Nunca se había dado cuenta de eso. Pero podía amar a dos hombres. A uno como amante, al otro como hermano.
Respira. Espira. Respira. Espira.
Volvió a respirar hondo y se obligó a entrar en la habitación que no paraba de encogerse. Las paredes empezaron a combarse hacia dentro, y a cada paso que daba se estrechaban más. Sintió el pecho totalmente apretado. No le quedaba aire.
Ahora no, no.
Temblando, cogió la cuerda que ataba a Nick. Sus dedos intentaron deshacer los elaborados nudos. Las paredes se le acercaron, como queriendo cogerla.
– Miranda -dijo Nick, con voz ronca.
– Te sacaré de aquí. -Su voz sonaba débil y temblaba de pies a cabeza. Se concentró en los nudos. Si se ocupaba en desatarlos, se olvidaría de las paredes que se estrechaban, de la fetidez, de los recuerdos de la violencia. Tenía que olvidarlo. Por Nick. Por Ashley.
Por sí misma.
– Olvídate de mí. Saca a Ashley de aquí. Luego envías a alguien a buscarme.
– No puedo, Nick. El Carnicero es David Larsen, el hermano de Delilah Parker. La policía no puede encontrarlo, pero lo han visto cerca de aquí. No te puedo dejar. Vendrá por la noche. -O incluso antes.
– No creo que pueda salir de aquí -dijo Nick, con un hilo de voz.
– No te abandonaré. -Miranda tuvo que tragarse el miedo y la vergüenza ante la posibilidad de fallar, y siguió concentrada en los nudos para no pensar en lo pequeña que se había vuelto la choza desde que había entrado-. Pensábamos que habías muerto.
– Cometí un error.
– Ya me lo contarás -dijo ella.
¡Maldita sea, los nudos eran complicados y estaban demasiado apretados! Su cuchillo. ¿Por qué no se le había ocurrido antes? No las tenía todas consigo. La habitación la estaba ahogando y ahora sudaba, como saturada por su propio pánico.
Si no se adueñaba de la situación, Ashley y Nick morirían. Y si no encontraba una manera de salir de ahí, ella y Lance Booker acabarían haciéndoles compañía.
Sin embargo, los números daban cierta seguridad. Cuatro contra uno, aunque tres estuvieran en condiciones menos que aceptables.