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-Oh, no, no puedo hacer eso! Tengo que ocupar mi lugar en el auditorium. Y an no he comprado mi billete!!Por favor!

Pero el hombre con aspecto de mayordomo tambin tena sus rdenes, y tena sus temores, porque cuando ella le alcanz la cartera se apart dando un salto, como si quemara.

La puerta se cerr; estaban en un pasillo a lo largo de cuyo techo corran caeras revestidas. Por un instante, trajeron a la memoria de la muchacha los tubos en lo alto de la Villa Olmpica. Su renuente escolta la preceda. Ella perciba olor a aceite y oa el trueno reprimido de una caldera; una oleada de calor en el rostro la llev a pensar en desmayarse o marearse. El asa de la cartera le haca sangre, senta el clido limo salir gota a gota por entre sus dedos.

Haban llegado a una puerta en que pona Vorstrand. El hombre con aspecto de mayordomo golpe en ella y llam: Oberhauser! Schnell! Mientras l haca esto, la muchacha mir hacia atrs y vio a dos jvenes bien parecidos, vestidos con chaquetas de piel, en el pasillo, tras ella. Estaban armados. Cristo todopoderoso!, qu es esto? La puerta se abri. Oberhauser entr primero e inmediatamente se hizo a un lado, como desconocindola. Se encontraba en un plat de Journey's End. Los bastidores y los camerinos estaban protegidos con sacos de arena; grandes trozos de entretela revestan el cielo raso, sostenidos en su lugar por alambres. Los sacos de arena hacan las veces de barrera, trazando un camino en zigzag a partir de la puerta. En el centro del escenario haba una mesita de caf baja con una bandeja con bebidas. Junto a sta, en un silln bajo, estaba sentado Minkel, como una figura de cera, con los ojos clavados en ella. Frente a l, su esposa, y junto a l, una alemana rechoncha con una estola de piel que Charlie tom por mujer de Oberhauser.

Ms all de los genios, y preparndose entre bastidores, en medio de los sacos de arena, estaba el resto del equipo, en dos grupos distintos, sus portavoces hombro con hombro en el centro. El equipo local estaba encabezado por Kurtz; a la izquierda de ste haba un hombre agradable, de mediana edad, de rasgos poco definidos, que permitieron a Charlie olvidar rpidamente a Alexis.

Prximos a Alexis estaban sus jvenes lobos, con sus rostros hostiles vueltos hacia ella. Enfrente de ellos haba partes de la familia que la muchacha ya conoca, con desconocidos agregados, y la oscuridad de sus facciones judas, en contraste con las de sus equivalentes alemanes, compona una de esas imgenes que se mantendran en su memoria mientras viviera. Kurtz, el director de circo, tena el dedo sobre los labios y la mueca izquierda alzada para escrutar la esfera de su reloj.

Comenz a decir Dnde est?, y entonces, con una rfaga de jbilo y de clera, le vio, apartado de todos, como de costumbre, el agobiado y solitario productor en la noche del estreno. Aproximndose a ella rpidamente, se situ ligeramente a un lado, abrindole camino hacia Minkel.

-Di tu parlamento para l, Charlie -le indic serenamente-. Di lo que hayas de decir e ignora a todos cuantos no estn en el reparto. -Y lo nico que ella necesitaba era el sonido de la claqueta al cerrarse ante su rostro.

La mano de l se acerc a la de ella, que senta el vello del hombre en contacto con su piel. Hubiese deseado decir: Te amo Cmo eres? Pero haba que recitar otro texto, as que inspir pro-fundamente y lo recit, porque aqul era, despus de todo, el nombre de su relacin.

-Profesor, ha sucedido algo terrible -empez con mpetu-. Los estpidos del hotel enviaron su cartera a mi habitacin con mi equipaje; me vieron hablando con usted, supongo, y all estaba mi equipaje y estaba su equipaje, y de alguna forma ese chiquillo tonto se meti en la tonta cabeza que sta era mi cartera

Se volvi hacia Joseph para decirle que se le haba terminado el texto.

-Entregue la cartera al profesor -orden l.

Minkel estaba de pie, sin expresin alguna en el rostro y perdido en sus pensamientos, como un hombre al que se le comunica una larga condena a prisin. Minkel se desviva por sonrer. Las rodillas de Charlie estaban paralizadas, pero, con la mano de Joseph en el codo, se las arregl para lanzarse hacia adelante, alcanzando la maleta al hombre mientras pronunciaba algunas lneas ms.

-Slo que yo no la vi hasta hace media hora, la metieron en el armario y mis vestidos, colgados, la ocultaban; entonces, cuando la vi y le la etiqueta, estuve a punto de desmayarme

Minkel hubiese cogido la cartera, pero tan pronto como ella se la ofreci, otras manos la hicieron desaparecer en el interior de una gran caja negra dispuesta en el suelo, de la que salan como serpientes gruesos cables. De pronto, todos parecieron asustarse de ella y se refugiaron tras los sacos de arena. Los fuertes brazos de Joseph la llevaron a reunirse con l; con una mano la oblig a bajar la cabeza hasta que ella se encontr mirndose la cintura. Pero no antes de que hubiese visto a un buzo enfundado en un pesado traje blindado, que se aproximaba a la caja. Llevaba un casco con un espeso visor de vidrio y, debajo de ste, un tapabocas de cirujano para evitar empaarlo desde el interior. Una orden que lleg amortiguada conmin al silencio; Joseph la haba atrado junto a s y la sofocaba con su cuerpo. Otra orden determin un alivio general; las cabezas volvieron a elevarse, pero l sigui sujetndola all abajo. Ella oy sonidos de pies con metdica prisa y, cuando al fin el hombre la liber, vio a Litvak alejarse con precipitacin, con lo que evidentemente era una bomba de su propia fabricacin, mucho ms tosca que la de El Jalil, con cables an sin conectar que pendan de ella. Entretanto, Joseph la guiaba firmemente de regreso al centro de la habitacin.

-Prosigue con tus explicaciones -le orden al odo-. Estabas contando cmo leste la etiqueta. Contina a partir de all. Qu hiciste?

Inspiracin profunda. El parlamento se reanuda:

-Entonces, cuando pregunt en recepcin, me dijeron que usted estara fuera durante la noche, que tena su conferencia en la universidad; de modo que cog un taxi y, quiero decir que no s cmo me podr perdonar. Mire: debo marcharme. Buena suerte, profesor, que pronuncie un gran discurso.

A una seal de Kurtz, Minkel haba sacado un llavero del bolsillo y finga buscar una llave, si bien no tena cartera que abrir. Pero Charlie, bajo la apremiante direccin de Joseph, ya se alejaba hacia la puerta, en parte andando, en parte arrastrada por el brazo con que l le rodeaba el talle.

No lo har, Joseph; no puedo, he agotado mi coraje, como t dijiste. No me dejes ir, Joseph, no. Oy a sus espaldas rdenes apagadas y los sonidos de pasos precipitados mientras todo el mundo pareca batirse en retirada.

-Dos minutos -grit Kurtz tras ellos, a modo de advertencia. Se hallaban nuevamente en el corredor con los dos jvenes bien parecidos y sus armas.

-Dnde le encontraste? -pregunt Joseph en voz baja y con tono seco.

-En un hotel llamado Edn. Una especie de casa de citas, en las lindes de la ciudad. Cerca de una farmacia. Tiene una furgoneta de Coca-cola, de color rojo. FR ocho-nueve-seis- dos-dos-cuatro. Y un turismo Ford. No he retenido el nmero de matrcula.

-Abre tu bolso.

Ella lo abri. Rpidamente, tal como l hablaba. Extrayendo del interior del bolso el pequeo transmisor de pulsera de la muchacha, lo remplaz por uno similar, procedente de su propio bolsillo.

-No es el mismo tipo de aparato que utilizbamos antes -se apresur a advertir-. Recibir una sola emisora. Seguir indicando el tiempo, pero no tiene alarma. Pero emite, y nos dice dnde ests.

-Cundo? -dijo ella, estpidamente.

-Qu rdenes te dio El Jalil para este momento?

-Debo volver andando a la carretera y continuar andando, Joseph, cundo vendrs? Por el amor de Dios!

El rostro del hombre reflejaba una gravedad trasnochada y heroica, pero no haba en l concesin alguna.

-Escucha, Charlie. Me escuchas?