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-Si, Joseph, te escucho.

-Si oprimes el botn de volumen en tu transmisor (no lo gires, oprmelo), sabremos que l est dormido. Comprendes?

-No dormir as.

-Qu quieres decir? Qu sabes de cmo duerme?

-Es como t, no es de los que duermen; est despierto da y noche. Es Joseph, no puedo regresar. No me obligues.

Miraba suplicante el rostro del hombre, esperando an que cediera, pero segua oponindosele rgidamente.

-Quiere que duerma con l, por Dios! Quiere una noche de bodas, Joseph. No te preocupa eso un poco? Me est tomando en el punto en que Michel me dej. No me gusta. Va a ajustar cuentas. Tengo que ir?

Se aferr a l tan furiosamente que al hombre le fue difcil desasirse. Estaba de pie, apretada contra l, con la cabeza gacha, contra su pecho, deseando que volviese a tomarla bajo su proteccin. Pero, en cambio, l le pas las manos por debajo de los brazos, obligndola a erguirse, y torn a ver su rostro, inmvil e inexpresivo, dicindole que el amor no era su territorio: ni el de l, ni el de ella, ni, muchsimo menos, el de El Jalil. La puso en camino; ella se desprendi de l y march sola; l dio un paso tras ella y se detuvo. La muchacha mir hacia atrs y le odi; cerr los ojos y los abri, dej escapar un profundo suspiro. Estoy muerta.

Sali andando a la calle, se irgui y, resuelta como un soldado e igualmente ciega, subi a paso vivo una callejuela, dejando atrs un srdido club nocturno en que se exhiban fotografas iluminadas de muchachas de treinta y algunos aos descubriendo unos pechos escasamente convincentes. Eso es lo que yo deba estar haciendo, pens. Lleg a una carretera, record su educacin peatonal, mir hacia su izquierda y vio la puerta de una torre medieval con el logotipo de las hamburguesas McDonald's, cuidadosamente pintado. Las luces verdes le dieron paso; sigui andando y vio altas colinas negras cerrando al final de la carretera, y un cielo plido y cargado de nubes revolvindose con impaciencia tras ellas. Mir a su alrededor y vio que la aguja de la catedral la segua. Gir a su derecha y camin con la mayor lentitud con que haba caminado en su vida, descendiendo por una frondosa avenida de casas patricias. Ahora contaba para s misma. Nmeros. Ahora deca versos. Joseph va a la ciudad. Ahora recordaba lo ocurrido en la sala de conferencias, pero sin Kurtz, sin Joseph, y sin los sanguinarios tcnicos de los dos irreconciliables bandos. Ante ella, Rossino haca pasar su moto silenciosamente, empujndola, por una puerta. Se acercaba a l y l le tenda un casco y una chaqueta de piel, y cuando se dispona a ponrselos, algo la impulsaba a mirar en la direccin de la que haba venido y vea un resplandor naranja que se estiraba lentamente hacia ella por sobre los guijarros hmedos, como el sendero del sol poniente, y reparaba en lo mucho que perduraba en el ojo despus de haber desaparecido. Entonces, por ltimo, oy el sonido que oscuramente haba estado esperando: un golpe sordo, distante aunque ntimo, como la rotura de algo irreparable en lo ms profundo de s; el exacto y definitivo fin del amor. Pues bien, Joseph, s. Adis.

Precisamente en ese mismo instante, el motor de Rossino entr violentamente en la vida, desgarrando la noche neblinosa con su rugido de risa triunfal. Tambin yo -pens ella-. Es el da ms divertido de mi vida.

Rossino conduca con lentitud, mantenindose en caminos apartados y siguiendo una ruta cuidadosamente concebida.

T conduces, yo te seguir. Quiz sea tiempo de hacerse italiana.

Una llovizna clida haba eliminado gran parte de la nieve, pero l avanzaba con respeto a la mala superficie y a su importante pasajera. Le deca a gritos cosas alegres y pareca estar pasndolo muy bien, pero ella no tena inters en compartir su talante. Atravesaron un gran portal y ella chill: Es ste el lugar?, sin saber cul era el lugar al que se refera, ni preocuparse por ello en absoluto; pero el portal daba a un camino sin asfaltar que iba por colinas y valles de bosques particulares, y los cruzaron solos, bajo una luna inesperada que haba sido propiedad privada de Joseph. La muchacha mir hacia abajo y vio un pueblo dormido, envuelto en un sudario blanco; percibi un aroma de pinos de Grecia y sinti cmo el viento haca desaparecer sus lgrimas tibias. Tena el cuerpo vibrante, nuevo, de Rossino apoyado en el suyo, y le dijo:

-Cudate a ti mismo, no queda nada.

Descendieron una ltima colina, traspusieron otro portal y entraron en una carretera bordeada de alerces sin hojas, como los rboles de Francia en las fiestas de fin de ao. El camino volvi a subir y, al llegar a la cima, Rossino par el motor y se deslizaron cuesta abajo por un sendero del bosque. El hombre abri una maleta y sac de ella un montn de prendas y un bolso de mano que le arroj a ella. Sac una linterna y a su luz la observ mientras se cambiaba, y hubo un momento en que se encontr semidesnuda ante l.

Me quieres; tmame; estoy disponible y no tengo compromisos.

Se encontraba sin amor y sin valor ante sus propios ojos. Se encontraba donde haba comenzado, y todo el podrido mundo poda aplastarla.

Pas todas sus baratijas de un bolso al otro: polvos de maquillaje, tampones, dinero, su paquete de Marlboro. Y su pequeo radiodespertador para ensayos. -Oprime el volumen, Charlie, me escuchas?-. Rossino le cogi el viejo pasaporte y le entreg otro nuevo, pero ella no se molest en averiguar qu nacionalidad haba adquirido.

Ciudadana de Ninguna parte, nacida ayer.

Hizo un montn con sus viejas ropas y las meti en la maleta, junto con su vieja mochila y sus gafas. Espera aqu, pero mira hacia la carretera -dijo l-. Encender una luz roja dos veces. Haca menos de cinco minutos que l se haba marchado cuando la vio titilar al otro lado de los rboles. Albricias, un amigo al fin!

26

El Jalil la cogi por el brazo y casi la arrastr hasta el brillante coche nuevo, porque ella sollozaba y temblaba tanto que no era capaz de andar normalmente. Despus de las humildes ropas de un conductor de furgoneta, l daba la sensacin de haberse puesto el disfraz completo del intachable gerente alemn: abrigo negro ligero, camisa y corbata, cabello cepillado y peinado hacia atrs. Abriendo la puerta, se quit el abrigo y cubri con l solcitamente los hombros de la muchacha, como si se tratara de un animal enfermo. Ella no tena la menor idea de cmo l esperaba que se comportase, pero se le vea menos impresionado que respetuoso de su estado. El motor ya estaba en marcha. Puso la calefaccin en su punto mximo.

-Michel estara orgulloso de ti -dijo l amablemente, y la observ durante un instante a la luz del interior del coche.

Ella inici una respuesta, pero en lugar de completarla volvi a romper en sollozos. El hombre le tendi un pauelo, que ella cogi con las dos manos, retorcindolo entre los dedos, mientras las lgrimas caan y caan. Le permitieron hablar al llegar a la parte baja de la colina boscosa.

-Qu ocurri? -susurr.

-Has obtenido una gran victoria para nosotros. Minkel muri al abrir la cartera. Se inform que otros amigos del sionismo estaban gravemente heridos. An los estn contando. -Se expresaba con brutal satisfaccin-. Hablan de atropello. Conmocin. Asesinato a sangre fra. Deberan visitar Rashideyeh algn da. Invito a toda la universidad. Hay que reunirlos en los refugios y acribillarlos a medida que salgan. Hay que quebrarles los huesos y obligarlos a mirar cmo se tortura a sus hijos. Maana el mundo entero leer que los palestinos no se convertirn en los pobres negros de Sin.

La calefaccin era potente, pero no bastaba. Se acurruc ms en el abrigo de l. Las solapas eran de terciopelo y ella perciba el olor caracterstico de las prendas nuevas.

-Quieres contarme cmo fue? -pregunt l.

La muchacha neg con la cabeza. Los asientos eran mullidos y suaves; el motor estaba silencioso. Escuch, pero no oy ningn otro coche. Mir el retrovisor. Nada detrs, nada al frente. Cundo lo hubo? Tom conciencia de los ojos oscuros de El Jalil, que la observaban.