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Gerane llevaría a cabo lo que se había propuesto, parecía no quedarle duda alguna a Alvin al respecto. Jeserac era demasiado viejo como para echar por la borda una forma de vivir de toda una vida, a pesar de su gran deseo de recomenzar una nueva. Pero aquello no importaba, ya que otros tendrían éxito con la diestra inteligencia y hábil guía de los psicólogos de Lys. Y una vez que unos cuantos escapasen del molde de mil millones de años todo se reduciría a una cuestión de tiempo en que el resto siguiera los mismos pasos.

Se preguntó qué ocurriría a Diaspar y a Lys cuando las barreras hasta entonces existentes entre dos mundos tan diversos cayeran. De algún modo, los mejores elementos de ambos mundos subsistirían, mezclándose y creando una nueva cultura, más saludable y poderosa. Era una tarea formidable y necesitaría toda la sabiduría y toda la paciencia que todos y cada uno pudiera aportar.

Ya se habían encontrado algunas de las dificultades de los reajustes que tendrían que tener lugar en el futuro. 1,05 visitantes de Lys, aunque cortésmente, habían rehusado vivir en los hogares que se pusieron a su disposición en la ciudad. Dispusieron una acomodación temporal en el Parque, entre un entorno que les recordaba algo de la tierra de Lys. Hilvar fue la única excepción, aunque le disgustaba vivir en una casa con paredes indeterminadas y mobiliario fantasmal y efímero, aceptó de buen grado la hospitalidad que le brindó Alvin, con la seguridad de que no sería por mucho tiempo.

Hilvar no había sentido la soledad en toda su vida; pero la conoció en Diaspar. La ciudad le resultaba más extraña que Lys para Alvin, sintiéndose oprimido y sobrecogido por su infinita complejidad y las minadas de seres extraños que parecían colmarlo todo a rebosar en cada pulgada de espacio que le rodeaba por doquier. Hilvar estaba acostumbrado a conocer más o menos directamente a todo el mundo en Lys, tanto si le había saludado o no. Pero en mil vidas que tuviera, creyó que jamás llegaría a conocer a nadie en Diaspar y aunque supuso que era un sentimiento irracional en el fondo, se sintió vagamente deprimido. Sólo su lealtad a Alvin le sostuvo en un mundo que nada tenía en común con él.

Había tratado muchas veces de analizar sus sentimientos respecto a Alvin. Su amistad había surgido de la misma fuente que inspiraba su simpatía hacia todas las pequeñas criaturas que luchaban por la vida. Aquello habría sorprendido a los que pensaban que Alvin era un hombre voluntarioso, tenaz y dueño de sí mismo, sin necesitar afecto de nadie e incapaz de devolverlo en el caso de que le fuese ofrecido tal afecto.

Hilvar conocía el problema mejor; lo había sentido instintivamente desde el principio. Alvin era un explorador, y todos los exploradores están buscando algo que creen haber perdido. Suele ser raro que lo encuentren y más infrecuente todavía, que el hallazgo y el logro de sus propósitos les haga más felices que la búsqueda y la exploración. Hilvar ignoraba qué era lo que Alvin buscaba, en realidad. Se sentía impulsado por fuerzas puestas en juego, edades antes, por los hombres geniales que planearon Diaspar con tal perversa destreza… o por los grandes hombres igualmente de genio que se habían opuesto a ellos. Como cualquier ser humano, sus acciones estaban predeterminadas por su herencia. Aquello no alteraba su necesidad por comprensión y simpatía, ni le hacían tampoco inmune a la soledad y a la frustración. Para su propia gente, era una criatura insólita y que era incapaz de compartir sus emociones. Necesitaba la presencia de un extraño procedente de un entorno totalmente distinto para verse como otro ser humano.

A los pocos días de haber llegado a Diaspar, Hilvar conoció a más personas de las que hubo conocido en toda su vida anterior. Las había conocido, aunque prácticamente lo ignoraba todo respecto a ellas. A causa de su vivir multitudinario y de proximidad como en una colmena, los habitantes de la ciudad mantenían paradójicamente una reserva que resultaba difícil penetrar. La única sensación de vida privada que conocía era de su mente, y aun así resultaba difícil mantenerla a través de las actividades sin fin en el aspecto social de la vida en Diaspar. Hilvar sintió pena por ellos, aunque se dio cuenta de que para nada necesitaban su simpatía.

Sin duda, no sabían lo que se perdían; ellos no podían comprender el sentido de la comunidad, la sensación de pertenecer y que como un eslabón encadenado ligaba a cada miembro con los demás en la sociedad telepática de Lys. Naturalmente, aunque procuraban comportarse con extremada cortesía, la gente de Diaspar, a su vez, miraba a Hilvar con cierta lástima, aunque procuraban ocultarlo, al considerarle como a un ser extraño que arrastraba una existencia sombría y monótona.

Eriston y Etania, los guardianes de Alvin, fueron descartados rápidamente por Hilvar como perfectas nulidades como personas. Halló algo confuso el oír a su amigo referirse a ellos como a padre y madre; palabras que en Lys seguían teniendo su viejísimo sentido biológico, tan profundo y emotivo. Requería para Hilvar, un continuo esfuerzo de imaginación el recordar que las leyes de la vida y de la muerte habían sido cambiadas por los constructores de Diaspar y había veces, en que Hilvar encontraba la ciudad medio vacía, a pesar del bullicio y sus multitudes, sencillamente por la ausencia de niños en ella.

Se preguntó qué sería ahora de Diaspar, cuando su larguísimo aislamiento había terminado. Lo mejor que podría hacerse, pensó, sería el destruir los Bancos de Memoria que la habían tenido petrificada durante tantos siglos. Milagrosos como eran en realidad, tal vez el supremo triunfo de la ciencia que jamás hubieran producido, eran las creaciones de una cultura enfermiza, una cultura que había tenido miedo de tantas cosas. Algunos de tales temores tenían una sólida base en la realidad; pero otros eran sólo producto de la imaginación. Hilvar tenía algún conocimiento de la pauta general y que iba emergiendo de la exploración de la mente de Vanamonde. En poco tiempo, Diaspar lo sabría también, y entonces descubriría cuánto de su pasado era realmente un puro mito.

Pero con todo, de ser destruidos los Bancos de Memoria, dentro de mil años, la ciudad entera estaría muerta, puesto que sus habitantes ya habían perdido el poder de reproducirse por sí mismos. Aquél era el tremendo dilema con que había que encararse y ya Hilvar había oteado una posible solución. Siempre había existido y existirá la respuesta a cualquier problema técnico y sus gentes eran maestros de las Ciencias Biológicas. Lo que podía ser hecho, podía deshacerse, si es que Diaspar así lo deseaba.

Primero, sin embargo, la ciudad debería aprender lo que había perdido. Su educación en tal aspecto llevaría muchos años, tal vez siglos. Pero sería el principio; muy pronto, el impacto de la primera lección sacudiría a Diaspar hasta los cimientos en cuanto tomase contacto con la propia Lys.

Lys, a su vez, también se sentiría profundamente sacudida en sus estructuras de vida. No había que olvidar que las raíces profundas de ambas culturas, procedían del mismo árbol y en tiempos habían compartido las mismas ilusiones y esperanzas. Y ambas resurgirían con más riqueza y saludables efectos, cuando llegara el momento de mirar, con ojos tranquilos, en el pasado que habían perdido en el decurso de cientos de siglos de apartamento y separación.

CAPÍTULO XXIV

El anfiteatro había sido diseñado para soportar perfectamente a la totalidad de la población de Diaspar y apenas sí alguno de sus diez millones de asientos aparecía vacío. Al mirar la gigantesca curva de su estructura impresionante, vista desde el ventajoso punto que ocupaba, Alvin no pudo evitar que volviera a su recuerdo la idea de Shalmirane. Los dos cráteres tenían casi las mismas dimensiones y aproximadamente la misma forma. De haber llenado con personas el cráter de Shalmirane, el resultado habría sido muy parecido.