– Ibas a contarme lo de las ceremonias de iniciación.
Eve parecía reacia a abordar aquel tema.
– Como consecuencia de todo ello formaron un grupo disidente. Sara, la del padre asesinado, era una de ellas, y Nicky Anerley también. Una de las cosas a las que se oponían era a ser educadas con el otro sexo. Querían que hubiera institutos y universidades dirigidas por mujeres y que sólo tuviesen profesoras. Eso sería lo mejor, desde luego, lo ideal, ¿entiende?, pero resulta un tanto utópico.
– Sobre todo si se tiene en cuenta que fue hace pocos años que las mujeres consiguieron ser admitidas en ciertas universidades de hombres y en Oxford en concreto.
– Eso no viene al caso. Se trataría de echar a los hombres por completo. Edwina y el resto de las que iban a institutos mixtos querían hacer huelga hasta que éstos accedieran a no admitir hombres. Pero Caroline no lo aceptó. Supongo que tenía miedo de perder su trabajo.
– ¿Y eso causó la ruptura del grupo?
– Bueno, en parte. Ocurrió durante el verano y el otoño del año pasado, pero el asunto quedó zanjado cuando Edwina fue a Oxford en octubre y las demás empezaron a volver poco a poco. Da igual que se lo cuente; al fin y al cabo era una especie de fantasía. Edwina decía que una mujer tiene que matar a un hombre para demostrar que es una verdadera feminista. -Eve lo miró con cautela-. Con esto no quiero decir que toda mujer que quisiera afiliarse a ARRIA tuviera que matar un hombre. La idea era que se formaran grupos de tres o cuatro mujeres para…
– Pero eso no es realmente una ceremonia de iniciación, ¿no? Si quieres puedo hablarte de algunas de ellas.
12
Con expresión inescrutable, Jenny Burden estaba sentada leyendo el manifiesto de ARRIA. Ya había pasado la etapa en que se acicalaba para disimular su embarazo. Era imposible disimularlo y su estado no le favorecía. Aunque siempre había aparentado tener menos años de los que tenía, ahora parecía demasiado mayor para tener un niño. Y no era ya que tuviera arrugas en la cara, sino que había perdido la firmeza de antaño y tenía los ojos hundidos y el mentón flácido. Como ya no tenía regazo, había apoyado las delgadas hojas sobre un libro colocado sobre la mesa.
No obstante, viendo la cara de satisfacción de Burden, Wexford sabía que estaba contento de que su esposa estuviera cuando menos haciendo ese pequeño esfuerzo para huir de la apatía que se había ido apoderando de ella a medida que progresaba la psicoterapia a la que estaba sometiéndose. Ya no se rebelaba ni reaccionaba con violencia a causa de su odio por la niña: se había resignado. Ahora aguardaba con pasividad, sin esperanza. Cuando Wexford llegó a casa, la había cogido de la mano, había acercado la mejilla para que le besara y preguntado con voz ausente por Dora y las hijas. Él había pensado: es posible que cuando nazca la niña se vuelva completamente loca, y pase el resto de la vida en un hospital. No sería la primera a la que le suceda algo semejante.
Sin embargo ahora estaba leyendo el estatuto de ARRIA y, al parecer, prestando atención a todas y cada una de sus palabras. Wexford no quería hablar sobre el caso Williams en su presencia y Burden lo sabía. De pronto Jenny empezó a leer en voz alta.
– «Artículo 6: Con ciertas excepciones, ninguna mujer dependerá financieramente de un hombre.» A continuación enumeran las excepciones. «Artículo 7: Todas las mujeres harán un curso de artes marciales o técnicas de defensa propia. Artículo 8: Todas las mujeres llevarán un arma autorizada para defenderse a sí mismas, por ejemplo: un pulverizador de amoníaco, un alfiler, una navaja, un pimentero, etc. Artículo 9: Ninguna socia contraerá matrimonio, formará parte de la institución burguesa del noviazgo ni compartirá el mismo alojamiento con un hombre en situación de cohabitación. Artículo 10…» ¿Queréis que os lea la décima norma?
– Oh, ya la he leído -dijo Wexford-. ¡Es una herejía!
Jenny no debía de conocer la cita.
– Es lógico que pienses de esa manera, ¿no? Quizá debería haber leído todo esto antes de conocerte, Mike.
Éste encajó el golpe con una mueca de dolor.
– ARRIA no existía entonces, aunque a principios de año, antes de que dejara de trabajar, ya estaba funcionando. Siempre he querido tener su manifiesto, pero ni siquiera querían hablar conmigo al respecto. Como soy una mujer casada…
– Supongo que he tenido suerte al conseguirlo -dijo Wexford.
Burden intentaba recuperarse del dolor que le había causado su esposa.
– Quiero saber qué dice ese artículo.
– De acuerdo. «Artículo 10: Las mujeres que deseen procrear deben seleccionar al futuro padre por su físico, salud, altura, etcétera, y asegurarse de que la fecundación se produzca en un constructo de violación o de intento de violación.»
– ¿Que se produzca en qué? ¿Qué demonios significa eso? Wexford dijo:
– Margaret Mead dice que los hombres de Arapesh temen ser violados por las mujeres de igual manera que las mujeres de otras culturas temen ser violadas por los hombres.
– Estoy alucinado. -Wexford sabía que, al decir esto, Burden se refería a que habría deseado de buena gana indagar los entresijos de aquel asunto, pero que la inhibición se lo impedía-. El problema es que la mayor parte de esto seguramente sea obra de lesbianas como Edwina Klein y Caroline Peters. No parece que esté dirigido a mujeres que quieren realmente a los hombres, que seguramente son la gran mayoría…
Jenny miró fríamente a su marido.
– Después de los artículos hay una especie de parte explicativa en la que pone que las autoras se hacen cargo de que una mujer pueda sentir cariño por los hombres e incluso… Cito: «lo que se denomina amor sexual», pero añaden que se debe renunciar a algo por la causa. En el pasado ha habido mujeres que se han privado de esta satisfacción y han sido ampliamente resarcidas. Luego dice: «Al fin y al cabo, en qué consiste el denominado “amor” cuando una mujer lo contrasta con sus concomitantes: en una explotación brutal, en la pornografía, en la degradación, en la prohibición o restricción de las actividades profesionales, en la violación, en el incesto paternofilial y en la persistencia del doble rasero.»
– No parece que esto tenga mucho que ver con nuestras vidas domésticas, ¿verdad?
Jenny tenía lágrimas en los ojos, observó Wexford. Allí estaban, brillantes, sin brotar.
– Los revolucionarios son siempre extremistas -dijo ella-. El Terror de 1793 y el estalinismo son un buen ejemplo. Si no lo son, si se comprometen con el liberalismo, todos sus principios quedan en nada y se vuelve a la situación anterior. ¿No es esto lo que le ha ocurrido a la parte más moderada del movimiento para la liberación de la mujer?
Los dos hombres la miraron con expresión de duda y desconcierto. Burden había palidecido.
– Si estas chicas logran alcanzar una mínima parte de lo que se proponen -prosiguió Jenny-, si consiguen que la gente vea en qué consiste en realidad el «arbitraje injusto», quizá… quizá no me importe tanto que nazca mi hija. -Esta vez no rompió a llorar-. Sé que queréis hablar. Os dejo. -Se volvió hacia su marido, le besó en la frente y se dirigió torpemente hacia la puerta. No deseaba tener al niño que cargaba, y sus movimientos carecían de dignidad y belleza… Burden extendió un dedo para tocar el manifiesto de ARRIA como alguien que tiene que armarse de valor para aproximarse a algo que le produce fobia.
– Tengo la sensación de que todo esto supone una amenaza para mí. Le temo.
– Es bueno que seas lo bastante franco para reconocerlo.
– ¿Realmente piensas que tiene importancia esta idea de matar hombres?