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– No deberías decir eso.

– ¿Por qué no? Es la verdad.

La sintió temblar.

– No va a suceder… nunca volverás a ver esa imagen.

La estudió, se sintió a la vez humilde y sorprendido de que ella no lo viese por lo que era… que creyera, no ingenuamente sino con simple convicción, que si se mantenía firme, él no traspasaría los límites del honor y la tomaría.

Estaba equivocada, pero valoraba su confianza, la atesoraba demasiado como para sacudirla innecesariamente.

Así que enarcando una ceja, sonrió.

– En eso me temo que es poco probable que estemos de acuerdo.

Como había anticipado, ella se puso rígida, elevó la nariz y se giró hacia la siguiente obra de arte.

Tristan dejó pasar un día -un día que en el que se dedicó a comprobar sus variados contactos, todos ellos con la tarea de encontrar a Montgomery Mountford- antes de volver a Montrose Place e inducir a Leonora para que lo acompañara en un paseo hasta Richmond. Lo había planificado con antelación; el Star and Garter * era aparentemente el lugar para ver y ser visto.

Era el aspecto “ser visto” el que necesitaba.

Leonora se sintió curiosamente despreocupada mientras caminaba bajo los árboles, con la mano unida a la de Trentham. No era precisamente de rigueur [*], pero cuando ella lo había señalado, él simplemente había enarcado una ceja y continuado sosteniendo su mano.

Su disposición era debida a él; no podía imaginar sentirse de esta manera con cualquier otro caballero conocido. Sabía que era peligroso, que echaría de menos la inesperada cercanía, los totalmente imprevistos momentos compartidos -la sutil emoción de caminar al lado de un lobo- cuando finalmente se diera por vencido y le dijera adiós.

No le importaba. Cuando el momento llegara, se desanimaría, pero por ahora estaba decidida a agarrar el momento, un efímero intermedio mientras la primavera florecía. Ni en sus sueños más salvajes había imaginado que semejante estado de tranquilidad se pudiera elevar de la intimidad, de un simple acto de intercambio físico.

No habría ninguna repetición. A pesar de lo que Trentham pensara, él no había tenido intención de que pasara en primer lugar, y sin importar lo que dijera, no precipitaría otro encuentro contra los deseos de ella. Ahora que sabía que Trentham se sentía obligado por su honor a casarse con ella, sabía que era mejor no yacer de nuevo con él. No era tan tonta como para tentar más al destino.

Sin importar lo que sintiera estando con él.

Sin importar lo mucho que la tentara el destino.

Le lanzó una mirada ladeada.

Él la captó, enarcó una ceja.

– Un penique por tus pensamientos.

Ella sonrió, negó con la cabeza.

– Mis pensamientos son demasiado valiosos. -Demasiado peligrosos.

– ¿Qué valor tienen?

– Más del que posiblemente puedas pagar.

Cuando no respondió inmediatamente, ella lo miró.

Él encontró su mirada.

– ¿Estás segura?

Leonora estaba a punto de descartar la pregunta con una sonrisa, cuando leyó el verdadero significado en sus ojos. Se dio cuenta en un arrebato de entendimiento que, tan frecuentemente como solía suceder, sus pensamientos y los de ella estaban muy en sintonía. Que él sabía lo que había estado pensando… y muy literalmente quería decir que pagaría lo que ella pidiera…

Estaba todo en sus ojos, grabado en el cristalino castaño, agudo y claro. Ahora raramente adoptaba su máscara con ella, no cuando estaban en privado.

Habían aflojado el paso; se detuvieron. Leonora aspiró con fuerza.

– Sí. -Sin importar el precio que él estuviera preparado para pagar, ella no podía -no debía- aceptar.

Se quedaron quietos encarándose, mientras pasaba un largo momento. Debería haberse vuelto incómodo, pero, como en la galería, un entendimiento más profundo -la aceptación de cada uno por el otro- lo previno.

Al final, él simplemente dijo:

– Ya veremos.

Leonora sonrió, fácilmente, amigablemente, y continuaron su paseo.

Después de examinar los ciervos y deambular bajo los robles y las hayas, volvieron a su carruaje y se dirigieron al Star and Garter.

– No he estado aquí desde hace años -admitió ella mientras tomaba asiento en una mesa al lado de la ventana-. No desde el año que fui presentada.

Leonora esperó mientras él ordenaba té y bollos, luego dijo:

– Tengo que admitir que me es difícil verte como un hombre joven en la ciudad.

– Probablemente porque nunca fui uno. -Se echó hacia atrás, sostuvo su mirada-. Me metí en la Guardia a los veinte, más o menos directo desde Oxford. -Se encogió de hombros-. Era la ruta aceptada en mi rama familiar… éramos el brazo militar.

– Así qué, ¿dónde estuviste destinado? Debiste asistir a bailes en la ciudad más cercana, ¿no?

Tristan la mantuvo entretenida con historias de sus proezas, y las de sus pares, y luego desvió el tema sacándole a ella recuerdos de su primera temporada. Leonora tenía lo suficiente para contar y ofrecer una historia decente; si él se dio cuenta de que sus relatos estaban retocados, no dio señal de ello.

Se movieron hacia sus observaciones de la alta sociedad y sus presentes habitantes cuando un grupo en una mesa cercana, levantándose para marcharse, volcó una silla. Ella miró alrededor, y se dio cuenta, por las miradas fijas de las tres muchachas y su madre, que la razón de la conmoción era que toda su atención había estado centrada en ellos.

La madre, una matrona vestida con demasiada elegancia, les lanzó una mirada altanera y apretó los labios, y después se movió para reunir a sus chicas.

– ¡Vamos, niñas!

Dos se movieron para obedecer; la tercera se quedó mirando más tiempo, después se volvió y siseó, su susurro claramente audible:

– ¿Dijo Lady Mott cuándo sería la boda?

Leonora continuó mirando a las espaldas que se alejaban. Sus sentidos daban vueltas, lanzándose en todas direcciones; mientras escena tras escena se reproducía en su mente, se sintió helada, después acalorada. Enojo, una erupción más poderosa que ninguna que hubiera conocido, la sobrepasó. Lentamente, giró la cabeza, y encontró la mirada de Trentham.

No leyó en la mirada castaña ninguna onza de arrepentimiento, ni siquiera un indicio de exculpación, sino simple, clara e inequívoca confirmación.

– Eres malvado -susurró la palabra. Sus dedos se apretaron contra el asa de la taza de té.

Los ojos de él ni siquiera parpadearon.

– No te lo recomendaría.

No se había movido de su postura repantigada, pero ella sabía lo rápido que se podía mover.

De repente se sintió mareada, aturdida; no podía respirar. Se levantó de la silla.

– Déjame salir de aquí.

Su voz tembló pero él actuó; Leonora fue vagamente consciente de que la estaba mirando con mucha atención. La sacó al exterior, barrió a un lado todos los obstáculos; ella estaba demasiado alterada para mantener su orgullo y no tomar ventaja de la huida que él había arreglado.

Pero en el instante que sus botas de media caña tocaron la hierba del parque, apartó de un tirón la mano de su brazo y se marchó a zancadas. Lejos de él. Lejos de la tentación de golpearlo… intentar golpearlo; sabía que él no la dejaría.

La bilis le quemó en la garganta; había pensado que él estaba fuera de su ambiente en la alta sociedad, pero era ella la que había tenido los ojos cerrados. Engañada como una tonta por un lobo… ¡que ni siquiera se había molestado en llevar un disfraz de cordero!

Apretó los dientes para evitar soltar un grito, uno dirigido a sí misma. Había sabido cómo era Trentham desde el principio… un hombre extraordinariamente despiadado.

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* Famosa taberna en la zona londinense de Pall Mall, en el distrito de Richmond, que posteriormente se convirtió en un hotel.

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[*] En Español, “ser necesario”.