Выбрать главу

No entendía por qué le interesaba tanto a la gente su relación con Markus. ¿Era por él? ¿Por la impresión que causaba? ¿Así es como se perciben las relaciones poco racionales? Pero es absurdo: ¿acaso hay algo más ilógico que una afinidad? A Nathalie todavía no se le había pasado el enfado provocado por su última conversación con Chloé. ¿Por quién se tomaban todos? Transformaba cada pequeña mirada en una agresión.

– Apenas si nos hemos besado, y tengo la impresión de que ahora todo el mundo me odia -le dijo a Markus.

– ¡Y a mí todo el mundo me adora!

– Para que veas…

– Nada, lo que hay que hacer es pasar de todo. Mira la carta. Eso sí es importante. ¿De primero qué quieres, la ensalada de endivias con roquefort o la sopa del día? Eso es lo único que cuenta.

Seguramente tenía razón. Pero aun así, Nathalie no conseguía relajarse. No entendía por qué reaccionaba de manera tan violenta. Quizá necesitara tiempo para comprender que todo estaba ligado al sentimiento que ya estaba naciendo en ella. Era una sensación vertiginosa que ella transformaba en agresividad. Contra todos, y sobre todo contra Charles:

– ¿Sabes?, cuanto más lo pienso más me parece que la reacción de Charles es una vergüenza.

– Yo creo que es que te quiere, nada más.

– No es una razón para comportarse así contigo.

– Cálmate, tampoco es tan grave.

– No puedo calmarme, no puedo…

Nathalie anunció que iría a ver a Charles después del almuerzo para decirle que se dejara de tanta tontería. Markus la vio tan decidida que prefirió no llevarle la contraria. Dejó que se instalara el silencio un ratito, y ella lo rompió reconociendo así:

– Perdona, es que estoy nerviosa…

– No tiene importancia. Y además, la actualidad evoluciona rápidamente, ¿sabes?… Dentro de dos días ya nadie hablará de nosotros… Acaba de llegar una secretaria nueva, y creo que a Berthier le gusta… Así que, ya ves…

– Eso no tiene mucho interés. A ése le gusta todo lo que lleve falda.

– Sí, es verdad. Pero en este caso es distinto. Te recuerdo que acaba de casarse con la contable… así que a mí me da que esto va a ser un culebrón, ya lo verás.

– Yo sobre todo lo que creo es que me siento perdida.

Nathalie pronunció esa frase de golpe y porrazo. Sin la más mínima transición. Instintivamente, Markus cogió un pedazo de pan y se puso a desmigarlo.

– ¿Qué haces? -le preguntó Nathalie.

– Pues como en el cuento de Pulgarcito. Si estás perdida, tienes que dejar miguitas de pan a tu paso. Así podrás encontrar el camino.

– ¿Y supongo que el camino me lleva hasta aquí… hasta ti?

– Sí. A no ser que tenga hambre y decida comerme las miguitas de pan mientras te espero.

97

Primer plato que eligió Nathalie en su almuerzo con Markus:

Sopa del día [10]

98

Charles ya no era en absoluto el hombre que había pasado la noche con Markus. A media mañana se había recuperado del todo y se arrepentía de su actitud. Se preguntaba también por qué había perdido los papeles de esa manera al descubrir a ese sueco. Quizá no fuera Charles un hombre muy realizado, tenía distintas angustias, pero no era motivo para reaccionar así. Y sobre todo ante testigos. Se sentía avergonzado. Ello lo iba a llevar a la violencia. De la misma manera que un amante puede mostrarse agresivo después de una actuación sexual poco gloriosa. Sentía que lo embargaban poco a poco todas las partículas de la lucha. Se puso a hacer unas flexiones pero, en ese preciso instante, entró Nathalie en su despacho. Charles se levantó del suelo:

– Podrías haber llamado a la puerta -le dijo en tono seco.

Nathalie avanzó hacia él, de la misma manera que había avanzado hacia Markus para besarlo. Pero esta vez fue para darle una bofetada.

– Hala, ya está hecho.

– ¡Pero bueno, ¿tú qué te has creído?! Te puedo echar por esto.

Charles se tocaba la cara. Y repitió su amenaza temblando.

– Y yo puedo acusarte de acoso. ¿Quieres que te enseñe los e-mails que me has enviado?

– Pero ¿por qué me hablas así? Yo siempre he sido respetuoso con tu vida.

– Sí, claro, venga ya… Sólo querías acostarte conmigo.

– Francamente, no te entiendo.

– Yo lo que no entiendo es lo que has ido a hacer con Markus.

– ¡Como si no tuviera derecho a cenar con un empleado!

– ¡Sí, bueno, pues ya basta! ¿Entendido? -gritó ella.

A Nathalie, decirle eso a Charles le sentó de gloria, y le habría gustado cantarle las cuarenta un poco más. Su reacción era excesiva. Al defender así su territorio con Markus, traicionaba su turbación. Esa turbación que nunca había sido capaz de definir. El diccionario Larousse termina ahí donde empieza el corazón. Y quizá fuera por eso por lo que Charles había dejado de leer definiciones al volver Nathalie a la empresa. No había nada que decir, bastaba con dejar que hablaran por sí solas las reacciones primitivas.

Cuando estaba a punto de salir del despacho, Charles declaró:

– He cenado con él porque quería conocerlo… saber cómo habías podido elegir a un hombre tan feo, tan insignificante. Puedo entender que me rechaces, pero esto, perdona que te diga, esto no lo entenderé nunca…

– ¡Cállate!

– Si crees que voy a dejar que esto quede así estás muy equivocada. Acabo de hablar con los accionistas por teléfono. De un momento a otro, tu querido Markus va a recibir una propuesta muy importante. Una propuesta que sería suicida rechazar. La única pequeña pega es que el puesto es en Estocolmo. Pero con la pasta que le van a pagar, me parece que su vacilación será sólo pasajera.

– Eres patético. Sobre todo porque nada me impide presentar mi dimisión para irme con él.

– ¡No puedes hacer eso! ¡Te lo prohíbo!

– Qué pena me das, de verdad…

– ¡Y tampoco se lo puedes hacer a François!

Nathalie lo miró fijamente. Charles quiso disculparse al instante, sabía que había ido demasiado lejos. Pero ya no podía moverse. Ella tampoco. Esa última frase los paralizó a los dos. Nathalie salió por fin del despacho de Charles, despacio, sin decir una palabra. Éste se quedó solo, con la certeza de haberla perdido para siempre. Avanzó hacia la ventana para contemplar el vacío, con una inmensa tentación.

99

Una vez sentada a su mesa, Nathalie consultó su agenda y llamó a Chloé para pedirle que anulara todas sus citas.

– ¡Pero no puede ser! Tiene que presidir la comisión dentro de una hora.

– Sí, ya lo sé -la interrumpió Nathalie-. Bueno, muy bien, ya la llamaré luego.

Nathalie colgó, sin saber qué hacer. Era una reunión importantísima, llevaba mucho tiempo preparándola. Pero era evidente que ya no podría trabajar en esa empresa, después de lo que acababa de pasar. Recordó entonces la primera vez que había venido a ese edificio. En aquella época todavía era una chica joven. Recordó los primeros tiempos, los consejos de François. Quizá fuera eso lo más duro de su fallecimiento: la ausencia repentina y brutal de sus conversaciones. La muerte de esos momentos en que se habla, en que se comenta la vida del otro. Nathalie estaba sola en el borde del precipicio, y se daba perfecta cuenta de que la fragilidad la contaminaba; que llevaba tres años representando la comedia más patética que existe; que, en lo más hondo de sí misma, nunca había estado convencida de querer vivir. Su sentimiento de culpa, cuando pensaba en el domingo de la muerte de su marido, era aún tan grande, tan grande y tan absurdo… Debería haberlo retenido, no haber dejado que se marchara a correr. ¿No es ése el papel de una esposa? Hacer que los hombres dejen de correr. Debería haberlo retenido, haberlo besado, haberlo querido. Debería haber dejado su libro, haber interrumpido su lectura en lugar de permitir que François hiciera pedazos su vida.

вернуться

[10] No hemos podido obtener detalles con respecto a la naturaleza exacta de esta sopa.