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Ya se le había pasado el enfado. Contempló todavía un instante su mesa y luego guardó algunos efectos personales en su bolso. Apagó el ordenador, ordenó los cajones y salió de su despacho. Se alegró de no cruzarse con nadie, de no tener que pronunciar una sola palabra. Su huida tenía que ser silenciosa. Cogió un taxi y le pidió al taxista que la llevara a la estación Saint-Lazare, donde compró un billete. Cuando el tren abandonó la estación, Nathalie se puso a llorar.

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Horarios del tren París-Lisieux

tomado por Nathalie:

Salida: 16.33h – París Saint-Lazare

Llegada: 18.02h – Lisieux

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La desaparición de Nathalie alteró inmediatamente la dinámica de toda la planta. Tenía que presidir la reunión más importante de todo el trimestre. Se había marchado sin dejar la más mínima instrucción, sin avisar a nadie. Algunos protestaban por los pasillos, criticando su falta de profesionalidad. En pocos minutos, perdió muchísimos puntos: se impuso la hegemonía del presente sobre una reputación adquirida a lo largo de los años. Como todos conocían su vínculo con Markus, no dejaban de ir a verlo: «¿A lo mejor tú sabes dónde está?» Él tuvo que reconocer que no. Lo que casi equivalía a decir: «No, no tengo ningún vínculo especial con ella. No me pone al corriente de todos sus movimientos.» Era una pesadez tener que justificarse así. Con ese nuevo episodio, iba a perder el prestigio acumulado desde el día anterior. Era como si la gente recordara de pronto que tampoco era tan importante. Y todos se preguntaban incluso cómo habían llegado a pensar, por un momento siquiera, que pudiera ser íntimo de Natalie Portman.

Markus intentó llamarla varias veces. Sin resultado. Su teléfono estaba apagado. No podía concentrarse en el trabajo. Recorría nervioso su despacho de un extremo a otro. No era un recorrido muy largo, porque era un despacho muy pequeño. ¿Qué hacer? La confianza de esos últimos días se desmoronaba rápidamente. En su cabeza repasaba una y otra vez el almuerzo: «Lo importante es saber qué tomar de primero.» Recordaba haber dicho algo así. ¿Cómo se podía hablar así? La cosa estaba muy clara. No había estado a la altura. Y eso que Nathalie le había dicho claramente que estaba perdida, pero él, subido a su nube, sólo había sido capaz de ofrecerle frasecitas huecas. ¡Pulgarcito! Pero ¿en qué mundo vivía? Desde luego no en uno en el que las mujeres te dejan su dirección antes de salir huyendo. Todo era culpa suya y de nadie más. Hacía que las mujeres salieran corriendo. A lo mejor hasta se metía a monja. Hacía que las mujeres cogieran trenes y aviones para huir del aire que él respiraba. Le dolía. Le dolía haber actuado mal. El sentimiento amoroso es el que más culpabilidad provoca. Se puede llegar a pensar que uno tiene la culpa de todas las heridas del otro. Se puede llegar a pensar, siempre en esa locura, en un arrebato casi demiùrgico, que se es el núcleo mismo del corazón del otro. Que la vida se resume a unas válvulas pulmonares sin relación con el mundo exterior. El mundo de Markus era el de Nathalie. Era un mundo íntegro y totalitario, donde él era a la vez responsable de todo e insignificante.

Y, poco a poco, el mundo sencillo volvió a él. Lentamente, logró recuperar el control de su estado de ánimo; equilibrar el blanco y el negro. Se rememoró toda la ternura de los instantes que habían pasado juntos. Esa ternura del todo real que no podía borrarse de un plumazo. El miedo de perder a Nathalie lo había confundido. Lo que más lo angustiaba era su fragilidad, esa misma fragilidad que también podía ser su mayor atractivo. Tanta fragilidad al final acaba siendo una fortaleza. No sabía qué hacer, ya no quería trabajar, ya no pensaba en ese día de manera racional. Le apetecía hacer una locura, huir él también, coger un taxi y subirse al primer tren que pasara.

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Entonces el director de recursos humanos lo llamó a su despacho. Decididamente, todo el mundo quería verlo. Acudió a la cita sin una sombra de temor. Ya se había librado de su miedo a la autoridad. Desde hacía varios días, todo era pura comedia. El señor Bonivent lo recibió con una sonrisa de oreja a oreja. Markus pensó enseguida: esa sonrisa es un crimen. Lo esencial en un director de recursos humanos es que parezca que se implica en la carrera de un empleado como si se tratara de su propia vida. Markus constató que el tal señor Bonivent se merecía su puesto:

– Ah, señor Lundell… cuánto me alegro de verlo. Hace ya un tiempo que sigo de cerca su trayectoria en la empresa, ¿sabe?…

– ¿En serio? -contestó Markus, convencido (con razón) de que ese hombre acababa de descubrir su existencia.

– Por supuesto… Cada trayectoria es importante para mí… y tengo que reconocer que siento verdadero afecto por usted. Por esa forma suya de ser siempre tan discreto, de no pedir nunca nada. Es muy sencillo, si no fuera porque soy muy concienzudo, perfectamente podría no haberme percatado siquiera de su presencia en el seno de esta empresa…

– Ah…

– Es usted el empleado que todo directivo sueña con tener.

– Es usted muy amable. ¿Puede decirme por qué quería verme?

– ¡Ah, eso es típico de usted! ¡La eficacia, siempre la eficacia! ¡Nada de perder tiempo! ¡Ojalá todo el mundo fuera como usted!

– ¿Y bien?

– Bueno… voy a exponerle la situación con toda franqueza: la dirección quiere ofrecerle un puesto de director de grupo. Con un aumento de sueldo importante, por supuesto. Es usted un elemento esencial en el reposicionamiento estratégico de nuestra empresa… Y tengo que decir que esta promoción me alegra mucho… pues hace ya tiempo que la respaldo activamente.

– Gracias… No sé qué decir.

– Así que, por supuesto, le facilitaremos todos los trámites administrativos para su traslado.

– ¿Mi traslado?

– Sí. El puesto es en Estocolmo. ¡En su país!

– No pienso volver a Suecia bajo ningún concepto. Prefiero irme al paro antes que volver a Suecia.

– Pero…

– No hay pero que valga.

– Pues yo creo que sí, me parece que no tiene usted elección.

Markus no se tomó la molestia de contestar y se marchó del despacho sin decir una palabra.

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El Círculo de las paradojas

Creado a finales de 2003 con el fin de dar a conocer la ANDRH [11] a los directivos de recursos humanos que aún no eran miembros, el Círculo de las paradojas reúne a directores de recursos humanos una vez al mes en la Casa de los Recursos Humanos para debatir algún tema de interés para estos profesionales que diariamente tienen que afrontar las contradicciones de la empresa. Estos encuentros mensuales buscan ser sabiamente iconoclastas; en ellos se trata algún tema sensible, en tono profesional pero relajado. ¡El humor es bienvenido, pero no así la palabrería hueca! [12]

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Habitualmente, Markus se tomaba su tiempo cuando recorría un pasillo. Siempre había considerado esos desplazamientos como una pausa. Podía levantarse y decir: «Voy a estirar un poco las piernas» como otros salen a fumarse un pitillo. Pero ya no se trataba de tomarse la vida con calma, ahora Markus iba que se las pelaba. Era tan extraño verlo avanzar así, como impulsado por la furia. Era un coche diesel con el motor trucado. También en él había algo trucado: le habían hurgado en los cables sensibles, en los nervios que van directos al corazón.

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[11] Asociación Nacional de Directores de Recursos Humanos

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[12] Tema del martes 13 de enero de 2009: «El reconocimiento en tiempos de crisis: ¿ha de darse prioridad a lo individual o a lo colectivo?», de 18.30h a 20.30h, ANDRH, calle de Miromesnil número 91, París 75008.