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—Supongo que podemos intentarlo.

—No digáis estupideces —interrumpió Delagard—. No hay ninguna posibilidad de gobernar este barco con una tripulación de tres personas.

—Podríamos orientar las velas a favor de la brisa reinante y limitarnos a seguir la corriente —dijo Lawler— Quizá de esa forma llegaríamos a una isla habitada. Es mejor que quedarse aquí. ¿Qué dices, Nid?

Delagard se encogió de hombros. Sundria estaba mirando en dirección a la Faz.

—¿Puedes ver a alguno de ellos? —preguntó Lawler.

—Ni a uno solo; pero oigo algo. Siento algo. Creo que es el padre Quillan, que regresa.

Lawler dirigió su mirada hacia la orilla.

—¿Dónde?

El sacerdote no estaba a la vista por ninguna parte; sin embargo, sin embargo… no había duda: Lawler también sintió una presencia de Quillan. Era como si el sacerdote estuviera allí mismo, junto a ellos en la cubierta. Otro truco de la Faz, decidió.

—No —dijo Quillan—. No es un truco. Estoy aquí.

—No es así. Usted está todavía en la isla —lo contradijo Lawler, monótonamente.

—En la isla y aquí, con ustedes, todo al mismo tiempo.

Delagard profirió un hueco sonido de asco.

—Hija de puta. ¿Por qué no nos deja tranquilos esa cosa?

—Os ama —respondió Quillan—. Os quiere. Nosotros los queremos. Vengan a reunirse con nosotros.

Lawler vio que la victoria era sólo provisional. La atracción continuaba presente —sutil ahora, como si se mantuviera en suspenso pero preparada para apoderarse de ellos en el momento en que bajaran la guardia— como una seductora distracción.

—¿Es el padre Quillan o la Faz quien nos habla? —preguntó.

—Ambos. Ahora pertenezco a la Faz.

—¿Pero todavía se percibe a sí mismo como el padre Quillan, que habita en el interior de la entidad llamada Faz de las Aguas?

—Sí. Sí, exactamente.

—¿Cómo puede ser eso? —preguntó Lawler.

—Venga a verlo —respondió Quillan—. Uno sigue siendo uno mismo, y sin embargo, se convierte en algo infinitamente más grande.

—¿Infinitamente?

—Infinitamente, sí.

—Esto es como un sueño —dijo Sundria—. Hablas con alguien a quien no puedes ver, y te responde con la voz de alguien a quien conoces… —su voz sonaba muy serena. Al igual que Delagard, parecía haber pasado más allá del miedo, más allá de la agitación. O bien la Faz se apoderaría de ellos o bien no lo haría, pero eso estaba casi fuera del control de ambos—. Padre, ¿puede oírme a mí también?

—Por supuesto, Sundria.

—¿Sabe usted qué es la Faz? ¿Es Dios? ¿Puede decírnoslo?

—La Faz es Hydros e Hydros es la Faz —dijo el sacerdote con voz queda—. Hydros es una enorme mente corporativa, un organismo colectivo, una sola entidad inteligente que se extiende por todo el planeta. La isla a la que hemos llegado, este sitio al que llamamos Faz de las Aguas, es una cosa viviente, el cerebro del planeta; y más que el cerebro: la Faz es la matriz central de todo. La madre universal de la que mana toda la vida de Hydros.

—¿Es por eso por lo que los Moradores no quieren acercarse a este lugar? —preguntó Sundria—. ¿Porque es un sacrilegio regresar al lugar del que uno proviene?

—Algo por el estilo, sí.

—Y la multitud de formas de vida inteligente de Hydros —dijo Lawler, que vio de pronto la conexión—. Todo eso existe porque todo está ligado a la Faz, ¿no es así? ¿Los gillies, los buzos, los peces espolón y absolutamente todo lo demás? ¿Un gigantesco conglomerado mundo-mente?

—Sí. Sí. Una inteligencia universal.

Lawler asintió. Cerró los ojos e intentó imaginar cómo sería formar parte de una entidad así. El mundo como un enorme mecanismo de relojería que latía, latía y latía, y todos los seres vivientes que había sobre él danzaban al ritmo de aquel latido.

Quillan era ahora parte de él, al igual que Gharkid, Lis, Pilya, Neyana, Tharp, Felk, incluso el pobre y torturado Kinverson. Tragados todos por la cabeza deiforme. Perdidos todos en la inmensidad de lo divino.

De pronto, Delagard habló, aunque sin levantar la cabeza de la postura de profunda depresión en la que estaba hundido.

—¿Quillan? Dime una cosa, Quillan: ¿Qué hay de la ciudad submarina? ¿Existe o no existe?

—Es un mito —replicó la voz del invisible Quillan—. Una fábula.

—Ah —dijo Delagard con amargura.

—O una metáfora, para ser más fieles a la verdad. Tu marinero vagabundo tenía algo así como la idea fundamental, pero falseada. La gran ciudad es absolutamente todo Hydros; está bajo el agua, en el interior del planeta y en su superficie. El planeta es una sola ciudad; cada criatura viviente de él es un ciudadano de ella.

Delagard levantó la vista. Sus ojos estaban apagados por el agotamiento. Quillan continuó:

—Los seres que viven aquí han habitado siempre en el agua, guiados por la Faz, unidos con la Faz. Al principio eran completamente acuáticos, y luego la Faz les enseñó a construir islas flotantes para prepararlos para un futuro lejano en el que las tierras comenzarán a elevarse de las profundidades. Sin embargo, nunca ha existido una ciudad submarina secreta. Esto no es más que un mundo acuático, y todo está armoniosamente limitado por el poder de la Faz.

—Todo excepto nosotros —dijo Sundria.

—Todo excepto unos pocos humanos vagabundos que han hallado la forma de vivir en este mundo, sí. Que incluso insisten en ello. Alienígenas que han escogido vivir apartados de la armonía que es Hydros.

—Porque no tienen derecho a ser parte de la armonía —intervino Lawler.

—No es cierto. No es cierto. Hydros acoge a todo el mundo de buen grado.

—Pero sólo en sus propios términos.

—No es cierto —dijo Quillan.

—Sí, pero, en cuanto uno deja de ser uno mismo… — continuó Lawler—. Cuando uno se convierte en parte de una entidad de mayor tamaño…

Frunció el entrecejo. Algo acababa de cambiar en aquel preciso momento. Sintió que se hacía un silencio total. El aura, el manto de pensamiento que los había envuelto, que los había rodeado durante el coloquio mantenido con Quillan, había desaparecido.

—Creo que ya no está aquí —dijo Sundria.

—No, no lo está —confirmó Lawler—. Ha retrocedido ante nosotros.

La Faz misma, la sensación de una vasta presencia cercana, parecía haberse marchado; al menos, por el momento.

—Qué extraño resulta volver a estar solos.

—Yo diría que resulta agradable. Sólo nosotros tres, cada uno en sus cabales y sin que nadie nos hable desde el cielo. Durante el tiempo que sea al menos, antes de que vuelva a comenzar.

—Volverá a comenzar, ¿verdad? —preguntó Sundria.

—Así lo supongo —respondió Lawler—; y tendremos que volver a la lucha. No podemos permitir que nos trague. Los seres humanos no tienen por qué convertirse en parte de un mundo alienígena. No estamos hechos para eso.

Delagard habló con un tono de voz extraño, suave y reflexivo.

—Parecía feliz, ¿verdad?

—¿Lo crees así? —preguntó Lawler.

—Sí, eso creo. Siempre fue muy extraño, muy triste, muy distante. Preguntándose siempre dónde estaba Dios. Bueno, ahora ya lo sabe. Por fin está con Dios.

Lawler le dirigió una mirada de curiosidad.

—No sabía que creyeras en Dios, Nid. ¿Ahora piensas que la Faz es Dios?

—Quillan lo piensa; y Quillan es feliz. Por primera vez en su vida.

—Quillan está muerto, Nid. Fuera lo que fuese lo que nos estaba hablando, no era Quillan.

—Sonaba igual que Quillan. Había algo más, pero era Quillan, a pesar de todo.

—Si prefieres pensar eso…