—Nunca me dijiste nada de eso.
Sand agitó la cabeza y sonrió.
—¿Conoce usted a Jeremy Kemp? Él dice que le conoce a usted.
—Compartimos un camarote hace años, creo; alguna expedición… No, fue durante un seminario en Woods Hole. Kemp. Geofísico, terremotos, ¿no es eso?
—Correcto. —Sand le empujó hacia delante—. Tenemos que hablar. Es una auténtica coincidencia que él esté aquí y nosotros también. Y tengo que decirle que de alguna forma quebranté las reglas. Traje conmigo nuestras observaciones.
—¿Oh?
—Ya enviamos nuestros datos a La Jolla —dijo Sand, a modo de disculpa.
Samshow no se sintió completamente ablandado por aquello. Sand abrió la puerta de uno de los dormitorios traseros. Kemp y otros dos hombres estaban sentados en sillas y en el cobertor con dibujos polinesios de la cama, con cervezas y cócteles en la mano.
—¡Walt! Me alegra verle de nuevo. —Kemp se puso en pie, cambió su cóctel de mano, y estrechó firmemente la de Samshow. Fueron hechas las presentaciones, y Samshow se quedó de pie en un rincón mientras Sand animaba a Kemp a que explicara su propio problema científico.
—Me dedico a descubrir recursos para la Asian Thermal, un consorcio de energía en Taiwan y Corea. Estamos siguiendo el rastro del petróleo chino, para Beijing, eso es lo oficial, y de paso intentamos cartografiar todo el Pacífico sur oriental al sur de las Filipinas. En parte registramos los fenómenos sísmicos y analizamos la propagación de las ondas a través de la corteza profunda. Bien, esto al menos es tan secreto como lo que usted me ha contado… ¿Comprende?
Miró conspiradoramente hacia la puerta. Sand la cerró y dio una vuelta a la llave.
—Mi grupo ha estado escuchando las emisoras de las Filipinas y las Aleutianas. También hemos conectado con el Centro de Información y Vigilancia de Terremotos del Servicio Geológico de los Estados Unidos en Colorado y el LASA, el Sistema Sísmico de Gran Abertura en Montana. Tenemos un fenómeno sísmico anómalo. Creemos que es una lectura errónea o una interpretación equivocada. Pero quizá no. Procede de las inmediaciones de la fosa de Ramapo. La obtuvimos la noche del primero de noviembre, hora del Pacífico oriental.
—La noche de nuestro meteoro —dijo Samshow.
—Exacto. Situamos la hora aproximadamente a las ocho y media de la tarde. ¿Correcto?
—Ésa es nuestra hora también, con una variación de diez minutos —admitió Sand.
—De acuerdo. No fue un terremoto perse. No el deslizamiento de una falla. Más bien una detonación nuclear…, y sin embargo tampoco. Obtuvimos un PcP, un reflejo fuera del núcleo exterior, en Beijing, y reflejos del P260P y P400P en Colorado, luego obtuvimos ondas P-primo-P-primo en el LASA en Montana. No sólo eso, sino que obtuvimos persistencia en las ondas-P de alta frecuencia. Nada de ondas superficiales Love o Rayleigh, sólo ondas corporales. Nada de ondas transversales inmediatas. Sólo ondas de compresión en cantidades de microsismos realmente inusuales, como algo enterrándose. Exactamente en la fosa Ramapo. ¿Qué pudo ser?
Sand sonrió como un niño pequeño y malicioso.
—Algo que pese quizá cien millones de toneladas.
—Correcto —dijo Kemp, reflejando su sonrisa—. Así que digamos una locura. Alguna cosa, con una masa de diez a la octava potencia toneladas métricas, golpea el océano como una montaña. Pero todo lo que obtienes es una pequeña borrasca. De modo que no transfiere mucha de su energía. Un perfil muy pequeño. Simplemente golpea, pierde un pequeño, muy pequeño porcentaje de su velocidad en el agua, quizá también algo de calor. Algo de menos de un metro de ancho.
—Eso es ridículo —dijo Samshow.
—En absoluto. Una masa de materia superdensa, probablemente un agujero negro. Golpeando el océano, cayendo al fondo de la fosa Ramapo, voilà! Enterrándose.
—Increíble —dijo Sand, agitando la cabeza, aún sonriendo.
—De acuerdo. Ambos tenemos anomalías. Mi gente posee un perfil de fenómeno nuclear que no es tal, y ustedes tienen un registro dentado en sus instrumentos. —Kemp alzó su vaso—. Brindemos por los misterios compartidos.
Sand había sacado su bloc de notas electrónico y estaba atareado entrando cifras.
—Un agujero negro de ese tamaño sería una fuente intensa de rayos gamma, ¿no?
—No lo sé —dijo Kemp.
Sand se encogió de hombros.
—Pero es tan denso y tan pequeño que cae directamente al centro de la Tierra. En realidad, pasa del centro a causa de las fuerzas de Coriolis, y asciende por el otro lado. Es una pequeña draga muy efectiva. Para ella es como atravesar tenue aire.
Kemp asintió.
—Cuando alcanza el núcleo, está viajando a unos diez kilómetros por segundo. ¿Pueden imaginar ustedes la onda de choque que brota de esa cosa? Toda la Tierra resonaría como una campana…, sus microsismos. El calor liberado sería increíble. No sé cómo calcularlo… Necesitaríamos a alguien versado en dinámica de fluidos. Su período, el tiempo que tarda en «orbitar» en su bucle cerrado en torno al centro de la Tierra, sería de unos ochenta, noventa minutos.
—El sonido que hiciera, ¿no se perdería en el ruido de fondo? —preguntó Samshow, sintiéndose años desfasado.
—Oh, lo estamos oyendo, sí —dijo Kemp—. Charloteando como un niño travieso. ¿Puede prestarme un momento su bloc de notas?
A regañadientes, Sand se lo tendió. Kemp tecleó cifras durante unos instantes.
—Si despreciamos los efectos de la fricción, saldría exactamente por las antípodas de su punto de entrada. Pero no sé si llegaría a hacerlo, debe estar absorbiendo materia y soltando parte de sus rayos gamma, creando un plasma, o quizá… Infiernos, no lo sé. Supongamos que el núcleo posee poco efecto de retención sobre él. Quizá no llegue a romper la superficie…
—Pero la onda de choque sí —dijo Sand.
—Correcto. Así que tenemos que observar tremendos efectos en… —Kemp frunció el ceño.
—El Atlántico sur —dijo Samshow—. Treinta al sur y cuarenta al oeste. A unas mil cien millas náuticas al este de Brasil, en algún lugar a lo largo de la latitud de Porto Alegre.
—Muy bien —dijo Kemp, con su sonrisa fija ahora—. Algún fenómeno sísmico allí, y luego de vuelta a la fosa Ramapo ochenta o noventa minutos más tarde. Y de nuevo, y de nuevo, hasta que su movimiento se vea frenado por la resistencia que encuentra y termine descansando directamente en el centro de la Tierra. ¿Se dan cuenta ustedes de lo que puede hacer un agujero negro en el centro de la Tierra?
Samshow, repentinamente alterado, se puso en pie y cruzó la abierta puerta corredera a la terraza. Miró a lo lejos de la jungla nocturna detrás de la casa de la señora Fusetti, tranquila excepto el ruido de la fiesta y el sonido de los insectos.
—¿Cómo demonios puede haber llegado algo así a la Tierra? ¿Cómo no lo han detectado nuestros radares, nuestros satélites?
—No lo sé —dijo Kemp.
—Definitivamente hay alguna relación, Walt —dijo Sand—. Nuestros gravímetros trabajaban perfectamente. —Se unió a Samshow en la terraza.
—La fiesta está llena de conversaciones acerca del anuncio del presidente —dijo Kemp, de pie en la abierta puerta—. He estado pensando…
Sand abrió mucho los ojos.
—Oh, Jesús —dijo—. Ni siquiera se me había ocurrido…
—¿Qué? —preguntó Samshow.
—Puede que no sea sólo una fantasía —dijo Kemp—. Ustedes tienen un fenómeno que no pueden rastrear, la llegada de un meteoro que no pueden explicar, y nosotros tenemos ondas de compresión que tampoco podemos explicar. Y el presidente tiene a sus alienígenas.
—Hey, espere —interrumpió Samshow—. No tenemos ninguna información del Atlántico sur.