—Bien —dijo Stella, tirando de las riendas de su yegua para detenerla y volviéndose a él—. Yo ya casi estoy curada. ¿Qué hay con usted?
Edward asintió con la cabeza.
—Esto ayuda, sí.
Ella acercó su montura a la de él y dio una palmada en su hombro.
—He vivido aquí toda mi vida, con unos cuantos años en la escuela y viajando. Europa. África. El Cuerpo de Paz. Mi madre y mi hermana y yo hemos hecho todo lo posible por mantener unida la ciudad tras la muerte de mi padre. Esto se ha convertido en mi vida. A veces significa una terrible responsabilidad…, usted no lo creerá, puesto que el pueblo es tan pequeño. Pero pesa sobre mí. Mi madre lo resiste mucho mejor.
—Es una gran mujer —dijo Edward.
Stella inclinó la cabeza hacia un lado, contemplando tristemente el pedregoso suelo.
—¿Sabe?, dije que yo era una radical. En realidad la auténticamente radical era mi hermana. Fue a Cuba. Tenía las obras completas de Lenin y Marx en su biblioteca. Ama Shoshone tanto como yo, pero tuvo que irse. Creemos que está en Angola. Señor, vaya lugar para estar ahora. Yo soy simplemente una capitalista, como los demás.
—Supongo que debe ser duro para su madre.
—¿Quién, yo o mi hermana?
—Su hermana, quiero decir. Bueno, supongo que las dos.
—¿Qué hay de su familia?
—Nada digno de mencionar. Mi padre desapareció hace más de veinte años, y mi madre vive en Austin. No nos vemos mucho.
—¿Y sus conexiones con la universidad?
—No estoy seguro de que siga allí mucho tiempo, ahora.
—¿Nada de planes a largo plazo?
Edward alejó un zumbante moscardón y lo contempló serpentear entre los montículos hasta desaparecer.
—No veo por qué.
—Mi madre y yo hemos estado haciendo planes para vender los derechos minerales. Reharemos las instalaciones de alcantarillado con un préstamo del gobierno, pero este dinero extra…, puede mantener al pueblo en funcionamiento durante años, aunque los turistas sigan desviándose hacia Tecopa.
—El gran complejo turístico.
Ella asintió.
—Fue un desastre para todos nosotros. Tecopa no era más que un puñado de cabañas edificadas sobre un manantial de agua caliente. Ahora está de moda. El desierto es así.
—Esto es hermoso. Puede que le ocurra algo grande a Shoshone.
—Sí, pero, ¿lo deseamos? —Agitó la cabeza, dubitativa—. Me gustaría que se conservara de la misma forma que era cuando yo era niña, pero sé que no es práctico. La forma es como cuando papá estaba vivo. Parecía todo tan permanente entonces. Siempre podía volver. —Volvió a agitar la cabeza, lentamente, mirando más allá de la hierba hacia una colina cubierta de lava—. Lo que estoy intentando decir es que un geólogo sería de mucha utilidad aquí. En Shoshone. Nos podría ayudar a elaborar los derechos sobre los minerales y establecer qué es exactamente lo que tenemos.
—Eso podría ser estupendo —admitió Edward.
—¿Cree usted que ya ha pasado todo?
—Su negocio turístico tendría que ser realmente bueno durante los próximos meses —dijo él.
Stella hizo una mueca.
—Ahora sólo estamos viviendo de los fenómenos. Los locos religiosos. Todos hacia el cono de escoria. ¿Quién los necesita? Todos los demás se quedarán en casa y aguardarán a que haya pasado todo. ¿Cree usted que todo esto pasará?
—No lo sé. —Pero sí lo sabía, en lo más profundo de sus entrañas—. En realidad, no es cierto. Creo que ya ha pasado todo.
—¿Las cosas dentro de la Tierra?
—Quizá. Quizás algo de lo que ni siquiera sabemos nada.
—Eso me hace sentir malditamente loca —dijo Stella con voz quebrada—. Impotente.
—Sí.
—Pero voy a seguir planeando cosas. Aunque quizá todo se derrumbe. Los mercados se están volviendo locos. Tal vez nadie desee comprar derechos sobre minerales ahora. Pero tenemos que seguir actuando.
—No creo que pueda quedarme —dijo él—. Suena como algo maravilloso, pero…
Los ojos de la mujer se entrecerraron.
—¿Inquieto?
—No creo que en estos momentos pueda fundar realmente un hogar en ninguna parte. Ni siquiera aquí, por hermoso que sea esto.
—¿Dónde piensa ir?
—Viajaré. Probablemente me separe de Reslaw y Minelli. Me independice.
—A veces me gustaría hacer lo mismo —dijo ella, con añoranza—. Pero mis raíces están demasiado hundidas aquí. No me parezco demasiado a mi hermana. Y tengo que quedarme con mamá.
—Había un lugar —dijo Edward— donde mi padre solía llevarnos a mi madre y a mí antes de marcharse. Mi último verano con él fue el mejor verano que jamás haya pasado. No he vuelto allí desde entonces. No deseaba sentirme decepcionado. Me preguntaba si el lugar podía haber cambiado… a peor.
—¿Dónde era?
—El Yosemite —dijo él.
—Es un hermoso lugar.
—¿Ha estado allí recientemente?
—El verano pasado, mientras iba camino del país del vino. Era realmente encantador, incluso con toda la gente. Sin estar atestado, tendría que ser maravilloso.
—Quizá vaya allí. Vivir un tiempo de mis sueldos atrasados. He soñado con ello, ¿sabe? Esos sueños peculiares en los que vuelves a un sitio y es completamente distinto, pero sigue siendo algo especial. Pienso para mí mismo, después de todos esos años de simplemente soñar en volver allí, que finalmente estoy de vuelta. Y entonces despierto…, y no es más que un sueño.
Stella adelantó una mano y la posó en su brazo.
—Si… si no funciona, siempre puede volver aquí.
—Gracias —dijo Edward—. Eso sería estupendo. Mi posición como profesor estará seguramente cerrada por aquel entonces. No puedo esperar que aguarden eternamente.
—Hagamos un trato —dijo Stella—. El próximo verano, viene usted aquí y nos ayuda a mamá y a mí. Después se va al Yosemite, y después dejamos que las cosas sigan su curso.
—De acuerdo —dijo Edward, sonriendo. Adelantó a su vez una mano y la posó en el brazo de ella, y luego se inclinó para darle un beso en la mejilla—. Es un trato.
PERSPECTIVA
Compunews Network, 29 de noviembre de 1996, informa Frederick Hart:
Aquí en el desierto invernal, a sólo unos pocos kilómetros del propio Valle de la Muerte, la noche es terriblemente fría, y miles de fuegos de campamento iluminan la hierba y la arena en torno al lugar declarado por el gobierno como Emplazamiento de Seguridad Nacional. En medio de este lugar, alzándose contra las nubes de estrellas como un gran montículo negro, se halla el denominado Aparecido, la imitación de un volcán extinto que se ha enterrado en la imaginación nacional del mismo modo que los objetos de Kemp se han enterrado en el núcleo de la Tierra y en nuestras pesadillas. La gente ha venido aquí de todo el mundo, y es mantenida alejada del lugar por barricadas de alambre de espino. Todo el mundo parece haber venido a adorar el lugar, o simplemente a permanecer sentado en silencio bajo el cálido sol del desierto y a mirar. ¿Qué significa esto para todos ellos, para nosotros? Si desearan arrasar el lugar, ¿sería capaz el Ejército de mantenerlos a raya?
Entre ellos hay aproximadamente diez mil creyentes en la Fragua de Dios, con sus distintos profetas y guías religiosos. La rama americana de este culto ha surgido en apenas tres semanas, sembrada en el fértil suelo religioso del Sur y el Oeste americanos por las brutales e inexorables palabras del presidente. He hablado con esas personas, y comparten las convicciones del presidente. La mayor parte son cristianos fundamentalistas, que ven todo esto como el Apocalipsis predicho en la Biblia. Pero muchos proceden de otras fes, otras religiones, de todo el mundo. Dicen que permanecerán aquí hasta el final. Como me dijo un ocultista: «Esto es el centro. Así es como son las cosas. Olvide Australia. El Fin del Mundo empieza directamente aquí, en el Valle de la Muerte.»