Mujer joven: Está loco, y deberían echarlo de su cargo. No existen esas cosas de las que habla.
Anchor: De pie aquí, a la sombra de una gigantesca nave espacial invasora, con sus armas apuntando a la multitud, ¿cómo puede usted estar segura?
Mujer joven: Porque soy instruida, maldita sea. Está loco, y tendrían que echarlo del cargo.
Anchor (dirigiéndose a un muchacho adolescente): Disculpa. ¿Qué piensas de la afirmación del presidente de que seres alienígenas han aterrizado en nuestro planeta y están intentando destruir la Tierra?
Muchacho adolescente: Me asusta.
Anchor: ¿Eso es todo?
Muchacho adolescente: ¿Acaso no es suficiente?
41
Lo que Arthur vio en la cama era casi un fantasma: unos brazos delgados y pálidos sobre el cobertor, un rostro hinchado, un tubo de oxígeno translúcido, verde pálido, penetrando en su nariz, medicamentos destilando lentamente en su brazo controlados por una pequeña caja azul con una pequeña pantalla visora.
Su más viejo y querido amigo se había convertido en un arrugado anciano. Incluso los ojos de Harry estaban apagados, y el apretón de su mano fue débil.
Habían colocado una mampara de separación con una cortina entre la cama de Harry y la del otro ocupante de la habitación, un paciente del corazón que se pasó durmiendo toda la visita de Arthur.
Ithaca estaba sentada en una silla a la derecha de Arthur, el rostro tensamente controlado pero los ojos rodeados por el enrojecimiento de no dormir, el pelo atado en un moño. Llevaba una blusa blanca y una falda, con un jersey marrón rojizo. Arthur sabía que nunca se vestiría de negro; ni siquiera para el funeral de Harry.
—Me alegra que hayas venido —dijo roncamente Harry, con una voz que era apenas un suspiro.
—No creí que fuera tan pronto —dijo Arthur.
—Las bolitas mágicas fallaron su blanco. —Se encogió ligeramente de hombros—. Informe de la situación: cobré el dinero, pero, ¿quién me robó mi bolsa de patatas?
Simplemente hablar cansaba ahora a Harry. Cerró los ojos y soltó la mano de Arthur, retirándola lentamente hasta dejarla caer sobre las mantas.
—Dime qué está ocurriendo en el mundo real. ¿Alguna esperanza?
Arthur le habló de la conferencia y de los objetos dentro de la Tierra.
Harry escuchó intensamente.
—Ithaca me lee los periódicos…, y veo la televisión —dijo cuando Arthur hubo terminado—. Mi ensayo ya está completo…, lo acabé hace dos días. Dictado. Está en cinta. —Señaló hacia una grabadora portátil sobre la mesilla de noche—. Fue una suerte. Ahora ya no puedo concentrarme. Demasiadas… subidas y bajadas. Son unos hijos de puta. Ya no podemos echarlos…, como yo no puedo curarme, ¿verdad?
—Sospecho que no —dijo Arthur.
—Todos los hombres del rey. —Tamborileó suavemente con los dedos sobre la cama—. ¿Hay alguien dispuesto… a matar al capitán Cook?
Arthur sonrió, sintiendo que le tironeaba un músculo de la mejilla.
—Esperémoslo. Esperemos que sí. —Harry volvió la cabeza hacia un lado, contemplando un póster enmarcado de unas secoyas a la izquierda de la ventana—. El ensayo es sólo para ti. No quiero que sea publicado. No es mi mejor obra. Úsalo… como creas conveniente. —Cerró los ojos—. A veces no sé si estoy soñando o no. Desearía estar soñando ahora.
Arthur se volvió hacia Ithaca.
—Harry y yo tenemos que hablar a solas; sólo serán unos minutos.
—De acuerdo —dijo Ithaca, con resentimiento apenas disimulado. Se puso en pie y se dirigió al pasillo.
—¿Algo jugoso? —preguntó Harry, abriendo de nuevo los ojos.
—¿Recuerdas cuando teníamos once años, y te hice aquella mala jugada?
—¿Cuál de ellas? —preguntó Harry.
—Te dije que un hombre del espacio se había apoderado de mi cuerpo. Que mi cuerpo estaba siendo usado para ayudar a investigar la Tierra.
—Jesús —dijo Harry, agitando la cabeza y sonriendo—. Lo había olvidado. Realmente lo llevaste hasta sus últimos extremos.
—Era un crío. Y la vida era tan aburrida.
—Te pasaste tres semanas actuando como un alienígena siempre que estabas cerca de mí. Haciendo todo tipo de preguntas extrañas, hablándome de la vida en tu planeta.
—Nunca me disculpé por tomarte el pelo de aquella manera.
Harry alzó una mano.
—Me dijiste que habías rezado a Dios para que te dijera si yo era o no un hombre del espacio, y que Dios había dicho…
—Dios me había dicho que eras un fraude. —El rostro de Harry parecía casi saludable ahora, con el regreso de los recuerdos—. Por aquel entonces yo no era más que un pequeño teólogo rampante. Así que tú lo dejaste correr.
Arthur asintió.
—Dije que iba a marcharme, y que nunca volvería…, el alienígena que había dentro de mí, quiero decir. Y eso hice.
—Luego te negaste a reconocer que jamás hubieras actuado como un alienígena. Todos tus recuerdos habían sido borrados. Vaya bribón.
—Nuestra amistad sobrevivió. Eso me sorprendió un poco, años más tarde, cuando pensé en ello…
—Nunca te hubiera creído si no hubiera deseado hacerlo. Como tú has dicho, la vida era muy aburrida.
Arthur contempló los flacos brazos de Harry.
—No estuvo bien. Lo lamenté profundamente. Creo que es la única cosa entre nosotros dos que lamento realmente…
—Aparte robarme a Alma Henderson.
—Eso fue un favor. No. De veras. Y lo lamento especialmente ahora, porque…, voy a hacerlo de nuevo.
La sonrisa de Harry tuvo un asomo de desconcierto. La expresión de Arthur era mortalmente seria pero entusiasmada; sus brazos se agitaban como si sostuvieran algo, y alzó una mano para pellizcarse la mejilla, como hacía siempre cuando pensaba.
—De acuerdo —dijo Harry.
Arthur sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. La forma en que Harry aceptaba siempre todo lo que viniera de él, sin vacilar, con los ojos cerrados, puso un nudo en su garganta. Podría estar casado un millón de años y ser imposible una relación tan instantánea. Arthur sintió en aquel momento un afecto hacia Harry como jamás había sentido nada parecido en su vida. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas, e inspiró profundamente y se inclinó hacia delante y le susurró algo al oído de su amigo.
—Cristo —dijo Harry cuando hubo terminado. Miró ansiosamente a Arthur. Uno de sus dedos tabaleó lentamente sobre el cobertor—. Ahora sé que estoy soñando. —Parpadeó hacia la luz del sol filtrada por las nubes que entraba por las cortinas de la ventana—. No es posible… —Abandonó la pregunta, y dijo—: ¿Cuándo te ocurrió?
—Esta mañana.
Harry miró a la cortina.
—Ithaca. Ella puede decírmelo. He estado tan confuso. Ella dejó…
Arthur sacó la araña de metal de su bolsillo y la tendió delante de Harry, descansando sobre la palma de su mano. La araña movió sus patas en una lenta e inquieta danza. Los ojos de Harry se abrieron mucho mientras hacía un esfuerzo por retroceder contra las almohadas.
—Cristo —repitió—. ¿Qué es eso? ¿Qué hace aquí?
—Es una miniatura de una sonda von Neumann —dijo Arthur—. Explora, recluta. Investiga. Reúne muestras. Hace copias de sí misma. —Devolvió la araña a su bolsillo—. El capitán Cook tiene sus propios enemigos —dijo.
—Así que, ¿qué eres tú ahora, un esclavo?
Por un momento, Arthur no respondió.
—No lo sé —dijo al fin.
—¿Quién más…?
Arthur agitó la cabeza.
—Hay otros.
—¿Y si no es más que… otro engaño? —preguntó Harry, cerrando de nuevo los ojos.