Sentado en la mesa de la autocaravana, trazó un camino hacia el suroeste con un rotulador amarillo en el mapa de un autoclub, luego volvió a sentarse en el asiento del conductor y se sujetó el cinturón de seguridad.
El frío aire septentrional era delicioso, aunque arrastrara consigo el denso olor de la madera ardiendo. Nunca había conocido un aire tan vigorizante.
Edward salió del aparcamiento y se encaminó hacia el oeste.
Esperaba que el Yosemite aún estuviera allí cuando llegara.
PERSPECTIVA
Sky and Telescope On-line, 4 de febrero de 1997:
Hoy, Venus se halla en una conjunción superior, detrás del sol y fuera de la vista. Hoy es también la fecha proyectada del impacto de un enorme trozo de hielo, supuestamente de Europa. Lo que le hará a Venus es una fascinante pregunta. El impacto causará una enorme fractura sísmica, quizá hasta cuarteando el manto profundo y realineando la estructura interna del planeta. Virtualmente, Venus no posee agua; con los billones de toneladas de agua proporcionadas por la bola de hielo, y la renovada actividad geológica, el planeta puede, en unas pocas decenas de miles de años, convertirse en un jardín del Edén…
51
—Casi una tercera parte de los chicos han sido sacados de la escuela —dijo Francine, colgando el teléfono. Acababa de telefonear para decir que Marty iba a pasar unas vacaciones con ellos. Arthur llevaba una caja de equipo de camping y, por ninguna razón en particular, el Astrocan, desde la sala de estar a la camioneta en el garaje.
—No es sorprendente —dijo.
—Jim e Hilary llamaron para decir que Gauge está bien.
—¿Por qué no podemos llevarnos a Gauge con nosotros? —preguntó Marty desde el garaje.
—Ya hablamos de esto la otra noche —dijo Arthur.
—Podría sentarse en mis rodillas —ofreció Marty, acuclillado al lado de la camioneta, seleccionando juguetes.
—No será por mucho tiempo —predijo Arthur—. Además, tiene niños con los que jugar y buena gente que lo cuidará.
—Sí, pero yo no le tengo a él.
No había nada que Arthur pudiera decir a aquello.
—Llamé al automóvil club —dijo Francine— y les pregunté cómo estaba el tráfico entre aquí y Seattle, y siguiendo la costa hacia abajo. Dijeron que era realmente fluido. Eso fue sorprendente. Una pensaría que todo el mundo estaría intentando disfrutar al máximo de los últimos momentos, yendo a Disneylandia o los parques.
—Mejor para nosotros —dijo Arthur desde el garaje. Arregló las atestadas cajas en la parte de atrás de la camioneta. Marty se sentó en el suelo de cemento, aún eligiendo entre sus juguetes, sin demasiado entusiasmo.
—Es difícil —dijo.
—Te crees que sólo tú tienes problemas, amigo —dijo Arthur—. ¿Qué hay de mis libros?
—¿Nos limitamos a dejarlo todo cerrado? —preguntó Francine, de pie en la puerta que daba del garaje a la casa. Llevaba una caja llena de discos y papeles…, las notas que había tomado para su libro.
—Sólo como si nos fuéramos de vacaciones —dijo Arthur—. Así que somos atípicos.
—Es extraño, ¿no?, que todo el mundo se quede en casa, precisamente en estos momentos. —Encajó la caja en un hueco en un rincón de la camioneta.
—¿Cuánta gente comprende realmente lo que está ocurriendo? —preguntó él.
—Un punto a tu favor.
—Los chicos de la escuela lo comprenden —dijo Marty—. Saben que el mundo se acaba.
—Quizá —dijo Arthur. De nuevo, el intentar tranquilizarles fue doloroso para él. El mundo se acaba. Tú lo sabes, y ellos lo saben también.
—Quizá todo el mundo quiera estar con lo que más ha querido en su vida —dijo Francine, volviendo a la cocina. Regresó con una caja de comida en lata y deshidratada—. Permanecer en un sitio familiar.
—Nosotros no necesitamos eso, ¿verdad? —preguntó Marty, echando a un lado un montón de robots y naves espaciales de plástico y metal que ya no quería.
—Todo lo que necesitamos es estar juntos —admitió Arthur.
En la oficina, buscó en la parte posterior del estante superior del armario y tomó la caja de madera que contenía las arañas. Parecía peculiarmente ligera. La abrió. Estaba vacía. Por un momento se quedó allá de pie, inmóvil, con la caja en la mano, y por alguna razón que no pudo entender sonrió. Tenían más trabajo que hacer. Miró su reloj de pulsera. Miércoles. Las diez A.M…
Ya era hora de estar en la carretera.
—¿Todo preparado? —preguntó.
Marty dio un último vistazo al montón de juguetes rechazados y aferró una caja de puros White Owl llena con los elegidos. La caja de puros había sido heredada del padre de Arthur, el cual a su vez la había heredado de su padre. Estaba destrozada y reforzada por todos lados con cinta adhesiva, y representaba la continuidad. Marty conservaba la caja como su mayor tesoro.
—Listo —dijo el niño, y subió al asiento de atrás—. ¿Vamos a dormir en un montón de moteles?
—Apuesta a que sí —dijo Arthur.
—¿Podré comprar algunos juguetes allá donde paremos?
—No veo por qué no.
—¿Y algunas piedras bonitas? Si las encontramos, quiero decir.
—Nada que pese más de una tonelada —dijo Francine.
—La piedra que rompió la parte de atrás del Buick —dijo Arthur, y se dirigió a la casa para una última comprobación.
Adiós dormitorio, adiós despacho, adiós cocina. La nevera aún llena de comida. Adiós, paredes forradas de madera nudosa de pino, porche elevado, patio de atrás y ciruelo silvestre. Adiós, río suave y cantarín. Pasó junto a la cama de mimbre de Gauge en el porche de servicio, y sintió un nudo en la garganta.
—Adiós, libros —susurró, contemplando las estanterías de la sala de estar. Cerró la puerta delantera, pero no echó la llave.
52
Trevor Hicks, terminado su trabajo en Washington, D.C., tomó el tren a Boston, con una sola maleta y el ordenador portátil. En la estación, fue recibido por una mujer de mediana edad, pelo castaño y mirada perdida vestida con una falda de lana negra y una vieja blusa estampada con flores. Lo llevó a su casa en Quincy en un destartalado sedán Toyota.
Allá descansó durante dos días, observado con unos ojos como de búho por el hijo de cinco años y la hija de siete de la mujer. La mujer llevaba tres años sin marido, y la vieja casa de estructura de madera necesitaba urgentes reparaciones: desagües que rezumaban, paredes agrietadas, peldaños rotos en la escalera. Los niños parecían sorprendidos de que él no compartiera su dormitorio, lo cual le condujo a creer que no le había faltado compañía masculina en aquel tiempo. Nada de aquello le importaba mucho, puesto que nunca había hecho juicios de valor sobre tales asuntos antes de su posesión. Pasaba la mayor parte de su tiempo sentado en el medio roto sillón de la sala de estar, pensando o interactuando con la red, ayudando a una docena de otras personas en el noreste a compilar listas de gente a ser contactada y/o preparada para su salida de la Tierra.
Durante toda su vida Hicks había trabajado con personalidades fuertes, hombre y mujeres brillantes, eruditos, pendencieros y a menudo avinagrados. La mayor parte de la gente con la que se comunicaba ahora dentro de la red encajaba con esta descripción. Para su sorpresa, fuera lo que fuese lo que mantenía y controlaba la red, no desanimaba el comportamiento fuerte entre sus miembros. Había considerables discusiones, incluso violentas, a medida que eran decididas primero las categorías de contactados y «salvados», luego las comunidades específicas, y finalmente los individuos.