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– ¿Viste la cara de Katie cuando se dio cuenta de que solo estaba con ella para llegar hasta ti? -rió Patsy.

– Se puso hecha una furia -sonrió Nick-. No creo que ese tipo vuelva por aquí, pero tampoco creo que ella le eche de menos. Después, con ese Mac, el bailarín, para hacer planes. A mí no me gusta nada, pero Katie dice que forman una pareja divina. ¡Y ahora una cita con Derek!

– La verdad es que la chica sabe cómo divertirse, ¿no crees?

– Sabe cómo hacer que me salgan canas, desde luego.

– Nick, si no te gustan los hombres con los que sale, deberías salir tú con ella.

– ¿Cómo iba a explicarle eso a Lilian? Bueno, quizá podríamos salir los tres juntos…

– No, si quieres acabar vivo -advirtió Patsy.

– Tienes razón.

Nick fue a su habitación para quitarse la chaqueta y, cuando volvió al salón, Patsy le puso en la mano una taza de cacao caliente.

– Cálmate de una vez -dijo Patsy.

– Estoy calmado -protestó él-. ¿Por qué no iba a estarlo? Katie puede cuidar de sí misma.

– Lo sé. Es una chica muy decidida.

– Si con eso quieres decir que sabe cómo hacer que los demás hagan lo que ella dice, estoy de acuerdo.

– ¡Nick! ¿No lo dirás porque me he tomado un día libre para ir con ella de compras? Era lo mínimo que podía hacer después del desastre que organizó Horacio.

– ¡Y encima eso! Ese gato odia a todo el mundo y, de repente, aparece Katie y la adora.

– Todo el mundo adora a Katie, menos tú. Te estás volviendo un viejo cascarrabias -advirtió Patsy. Antes de que él pudiera contestar, oyeron risas en la puerta-. Ya están aquí -añadió. Las risas fueron seguidas de un largo silencio y la imaginación de Nick empezó a crear imágenes turbadoras. Obviamente, Derek la estaba besando y Katie, la pobre, había caído en sus garras. El silencio se alargaba y Nick apretaba los puños sin darse cuenta-. Cuando entren, no dejes que vean lo alterado que estás.

– No estoy alterado -replicó él.

Por fin oyeron el ruido de la puerta y unos murmullos mezclados con risitas cómplices. Después, más silencio y un gemido.

Aquello era una desgracia y Nick tenía que entrar en acción. Cuando encendió la luz del pasillo, los dos se apartaron con expresión culpable. Parecían venir de la ópera o algo parecido porque iban muy elegantes. Katie llevaba un vestido largo de color verde que la favorecía hasta gritar.

– ¿Sabéis qué hora es? -preguntó Nick.

– Son las dos de la mañana -contestó Katie, inocentemente.

– ¿Y te parece una hora razonable de llegar a casa?

– Deja de portarte como un padre Victoriano -protestó Derek-. Katie está a salvo conmigo.

– ¿Alguna mujer está a salvo contigo? -preguntó Nick.

– Katie, ¿te he hecho algo? -preguntó Derek.

– No -contestó ella, con tono dolido-. Y quiero saber por qué. ¿Es que no te gusto?

– Claro que sí -replicó él-. Además, te he besado.

– Sólo un besito de nada…

– Dos -ladró Nick.

– Dos besitos no son una peligrosa seducción -se quejó ella.

– ¿Quieres que Derek te seduzca? -preguntó Nick, perplejo.

– Esperaba que lo intentase por lo menos -contestó ella, indignada.

– Y lo ha intentado -dijo Nick-. Os he oído en la puerta.

– ¡Bah! Eso no es una seducción.

– De acuerdo, voy a volver a intentarlo -dijo Derek, tomándola en sus brazos y echándola hacia atrás de forma teatral. Katie se echó a reír y le devolvió el abrazo. Nick apretaba los dientes.

– Hacen buena pareja -intervino Patsy-. ¿No te parece?

– No -contestó Nick. Su posición no era muy cómoda. El era responsable de Katie, pero no tenía autoridad para evitar que hiciera las cosas que hacía. Cuando Derek y Katie se soltaron, riendo, ella lo miraba con ojos traviesos-. Deja de provocarme, Katie. He aprendido a no hacerte caso.

– ¿Y te ha costado mucho? -preguntó ella.

– Estoy en ello. Y ahora me voy a la cama. Buenas noches.

Derek y Katie seguían pasando mucho tiempo juntos, pero para alivio de Nick, Derek tendría que salir de viaje unos días más tarde y estaría fuera un par de semanas. El día que se marchó, Katie se matriculó en el estudio de baile y, desde entonces, pasaba allí las mañanas.

– ¿Puedes pagar las clases? -preguntó Nick-. No son nada baratas.

– Lo sé. Voy a buscar un trabajo para pagarlas y para pagarte el alquiler.

– ¡Qué dices!

– En serio. No quiero vivir gratis en tu casa.

– ¿Qué diría Isobel si aceptara dinero de ti? ¡Ni pensarlo! -exclamó. Katie no replicó y entonces empezó a sonar la alarma. Sabía que cuando Katie no discutía era porque simplemente iba a ignorarlo-. No pienso aceptar dinero, Katie. Lo digo muy en serio.

– ¡Sí, señor! -contestó ella, haciendo un saludo militar.

– Muy graciosa.

Había creído que era inmune a las locuras de Katie, pero no estaba preparado cuando ella volvió aquella noche diciendo que iba a trabajar como camarera en un club llamado El papagayo alegre.

– No te alteres -le advirtió Patsy.

– ¡Que no me altere! Va a trabajar en un sitio de mala muerte…

– Es un club nocturno -protestó Katie.

– Sí, ya me imagino qué clase de club.

– Yo lo conozco, Nick -dijo Patsy-. Y es un sitio muy respetable.

– Patsy, te agradezco mucho que siempre le des la razón a Katie, pero tú no sabes nada de la vida nocturna.

– ¿Cómo que no? Para tu información, de vez en cuando salgo con un amigo. El mes pasado estuvimos en ese club y a mí me pareció un sitio muy agradable.

– ¿Qué llevaban las camareras? -preguntó Nick, suspicaz.

– Una especie de traje de baño, con plumas. Muy mono. Pero trabajan muchísimo, Katie. Vas a terminar agotada.

– No va a terminar agotada, porque simplemente no va a trabajar en ese club -dijo Nick con firmeza-. Por Dios bendito, ¿qué diría Isobel?

– No te preocupes por eso -dijo Katie-. Puedes decirle que me lo has prohibido, pero que yo no te he hecho caso. Después de todo, eso es lo que va a pasar.

Nick sabía que no iba a hacerla cambiar de opinión. Cuando llamó a Isobel, ella estuvo de acuerdo en que no podían hacer nada.

– Sé que lo has intentado, Nick, pero también sé lo testaruda que es mi hermana -había dicho ella-. Lo único que puedes hacer es echar un vistazo para ver qué clase de sitio es.

– Desde luego que lo haré -había contestado él. Cuando se volvió, Katie había desaparecido y Patsy lo miraba con simpatía.

– ¿Cómo vas a explicarle a Isobel que no has cumplido tu palabra?

– ¿Qué quieres decir? Me paso el día preocupado por esa chica…

– Pero no sales con ella. Cuando empiece a trabajar en el club, no tendrá muchas noches libres, así que será mejor que te espabiles.

Patsy tenía razón y, cuando Katie salió de su cuarto, él le ofreció una taza de té y sugirió que salieran juntos.

– Eso, si puede encontrar un día libre en su apretada agenda, señorita Deakins.

Katie dejó que pasaran unos segundos, como si estuviera considerando la propuesta.

– Bueno, si está decidido a salir conmigo, señor Kenton, creo que encontraré algún hueco.

– Bueno, como me ha recordado Patsy, le prometí a Isobel que saldría contigo alguna vez y la verdad es que no lo he hecho.

– Muchas gracias -dijo ella, indignada-. Esa es una invitación irresistible, desde luego.

– Mañana a las siete, en el Cottage Pie. Es un pub cerca del río. Tengo que verme allí con un cliente, pero terminaré enseguida y después podremos ir a cenar.

Había planeado saldar la conversación con su cliente antes de que llegara Katie, pero el hombre no parecía querer marcharse y Nick estaba empezando a ponerse nervioso. En ese momento, ella apareció en la puerta y Nick cruzó los dedos, imaginando el desastre que podría causar aquella alocada chica. Pero Katie se dio cuenta de la situación y se sentó en una mesa lejos de ellos.