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Todos los demás la encontraban divertidísima y encantadora. Y, seguramente, él habría pensado lo mismo si no hubieran estado siempre de uñas. Katie tenía la casa llena de animales abandonados, a los que cuidaba con mimo y, cada vez que veía un recién nacido se ponía loca de contento, de modo que no podía ser tan mala persona.

Pero con Nick sí lo era. Desde el primer momento lo había mirado con recelo y su mayor diversión era irritarlo y meterse con él.

Los recuerdos aparecían como en cascada. El día que había presentado Isobel a su hermano Brian… La forma en que se habían sonreído. Su corazón, que había dado un vuelco.

Y después, la tarde que la había encontrado en la cocina de su casa, vestida con un albornoz y Brian tras ella, descamisado y besándola en el cuello. La imagen contaba su propia historia. Cuando se habían percatado de su presencia, Isobel se había ruborizado.

– Lo siento, Nick -había dicho.

Brian no había dicho nada. Simplemente se había quedado allí parado, con una sonrisa en los labios.

¿Y Katie? ¿Dónde estaba justo en el momento en el podía haber hecho algo útil? No estaba en ninguna parte. Había desaparecido dejando el campo libre, como nunca había hecho para él.

A la odiosa Katie le gustaba Brian. De modo que no había intentado interponerse entre su hermana y sus posibles pretendientes. Sólo entre Isobel y él.

Por supuesto, Nick se había recuperado de la desilusión. Sólo en los melodramas un hombre sufre eternamente. En la vida real, Nick estuvo bailando el día de la boda y se convirtió en padrino de su primer hijo. Y, a medida que pasaba el tiempo, tenía que aceptar que no había sido traicionado. Brian e Isobel se habían enamorado a primera vista y no era culpa de nadie. Pero ella seguía viviendo en su corazón como una especie de ideal femenino con el que tenían que compararse el resto de las mujeres. Y siempre salían perdiendo.

Durante la boda, Nick había escondido su corazón partido bajo un incómodo esmoquin y recordaba a Katie con un vestido de satén azul y cara de pocos amigos. Isobel le había dado un beso especial, lleno de comprensión y Brian los había mirado con una sonrisa en los labios, sin siquiera tener la decencia de sentirse celoso. Katie también estaba mirando y Nick hubiera jurado que la bruja sonreía.

No había vuelto a verla desde entonces. Habían pasado cinco años y ella se había marchado con su padre a Australia. Durante ese tiempo, Nick volvía a Delford por navidades y pasaba las vacaciones jugando con sus sobrinos. Eran tiempos alegres y el pasado estaba aparentemente enterrado.

Pero, durante el resto de su vida tendría que preguntarse si las cosas hubieran sido diferentes de no haber estado Katie por medio.

La idea de tener que cuidar de ella era deprimente. Tendría que llamar a Isobel y decirle que hiciera otros planes, se decía. El tráfico estaba parado de nuevo y Nick decidió aprovechar para llamar por teléfono. Incluso entonces sentía una punzada de placer al oír su voz: suave, un poco ronca, deliciosamente femenina.

– ¿Has recibido mi carta, Nick? Menos mal que puedo contar contigo.

– Ya sabes que puedes hacerlo, pero es que…

– Eres un cielo. ¿Puedo hacerte una confidencia?

– Claro que sí -suspiró él, nuevamente sin defensas.

– Katie me preocupa desde que volvió de Australia. Cree que es una mujer, pero en realidad es una niña. Está decidida a ir a Londres…

– Tienes que convencerla de que no venga, Isobel.

– Ya lo sé, pero no puedo. Si me opongo, irá de todas formas y dormirá en cualquier sitio. Es una chica muy testaruda y un poco imprudente, así que tendrás que vigilarla.

– ¿Y qué pasará cuando yo esté trabajando? ¿Estás segura de que esto es una buena…?

– La verdad es que será una forma de alejarla de cierto chico -lo interrumpió ella-. Le ha dicho cientos de veces que no está interesada, pero él parece no entenderlo. Se llama Jake Ratchett. Es posible que intente localizarla en Londres.

– Isobel, yo…

– Nick, no sabes el peso que me quitas de encima.

– Ya sabes que haría cualquier cosa por ti -dijo él por fin, olvidando todas sus resoluciones.

– Un par de semanas serán suficientes. Cuidarás de ella, ¿verdad?

– Claro que sí.

– Asegúrate de que no se acuesta muy tarde.

– Confía en mí.

– ¿Te importaría salir con ella un par de veces, para enseñarle la ciudad?

– Lo haré por ti.

– Su tren llega a Londres mañana a las cinco y media. Le diré que vas a ir a buscarla.

– Isobel…

– Tengo que dejarte, Nick. El niño está llorando. Un beso de parte de Brian. Adiós, cariño.

Patsy Cornell era la mujer que dirigía su vida. Oficialmente, era su secretaria y delante de todo el mundo lo llamaba «señor Kenton», pero aquello no era más que una cortina de humo. Era una viuda de cincuenta años con dos hijos mayores y cuatro nietos y una profunda falta de respeto por los hombres. Gracias a algunas sabias inversiones podría haberse retirado cómodamente, pero sus hijos habían volado del nido y ella disfrutaba con su trabajo en la oficina.

Después de treinta años con Devenham & Wentworth, lo sabía todo sobre asuntos financieros. Nick reconocía la deuda que tenía con ella, que le había enseñado mucho de lo que sabía y lo había hecho, además, con gran tacto. Casi podría haber ocupado su puesto, pero prefería estar en la sombra porque de ese modo tenía más tiempo libre.

Cuando Nick la invitó a comer en el mejor restaurante de Londres, ella lo miró con sus ojos inteligentes y suspicaces, como intentando leer sus pensamientos.

– ¿De qué quieres convencerme? -preguntó la regordeta y alegre Patsy, con un brillo de ironía en los ojos.

– Quiero que vengas a vivir a mi apartamento -contestó Nick sin pensarlo dos veces.

– ¡Qué halagador! Lo siento, Nick, pero no estoy buscando un amante. Además, no eres mi tipo. Si se hubiera tratado de ese amigo tuyo tan guapo…

– ¿Por qué todas las mujeres piensan que Derek es guapo? -preguntó él, irritado.

– Porque es irresistible.

– Pues ese es justo el problema. Quiero que te interpongas entre el irresistible encanto de Derek y una jovencita por cuyo buen nombre tengo que velar.

– ¿No me digas? Cuéntame -rió Patsy. Él puso el problema sobre la mesa, figuradamente hablando-. La verdad es que la tienes tomada con esa pobre chica -opinó la mujer cuando Nick hubo terminado el relato.

– Tú no lo entiendes, Patsy. No es una chica normal, es una extraterrestre enviada a la tierra con el único propósito de arruinar mi vida.

Patsy casi se atraganta con un espárrago.

– No digas tonterías. Por lo que me has contado es una chica normal y corriente.

– No -insistió Nick-. Ésta no es humana. Tenía los codos como cuchillos. Lo sé porque solía clavármelos en el estómago. Aún tengo cardenales.

– No creo que siga haciéndolo a los diecisiete años.

– No estoy yo tan seguro.

– ¿Qué edad tenías tú entonces? -preguntó Patsy, intentando disimular una sonrisa.

– Veinticuatro, ¿por qué?

– Lo que me imaginaba. Algo raro le pasa a los hombres a los veinticuatro. Empiezan a decirse a sí mismos que ya son hombres maduros y que merecen un respeto, pero no es verdad. Katie sólo te recordaba que seguías siendo un crío y tú no lo podías soportar.

– ¡No era eso! -protestó Nick-. Bueno, quizá un poco. Pero en serio, Londres es una ciudad peligrosa para una chica ingenua como ella.

– ¿Lilian no puede ayudarte? Se supone que es tu novia.

– Mi relación con Lilian no es tan seria como eso -dijo Nick-. Y no creo que pudiera resistir ningún susto. Katie sólo estará en Londres dos semanas y va a quedarse en mi apartamento.