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– No puede ser usted el hombre con el que he hablado por teléfono. El hombre que llamaba era un tirano y usted es… -pero no terminó la frase.

– Sólo puedo hacerlo por teléfono -explico Jake-. Cuando tengo a alguien enfrente, no me atrevo. ¿Me he pasado con el tono dominante?

– Desde luego.

– ¡Ay, Dios! Lo siento. Mire, dejemos de hablar de mí. ¿Katie se encuentra bien?

– Perfectamente. Había salido a cabalgar cuando me marché.

– Pero usted ha dicho que está asustada. ¿No ha ido nadie con ella por si sufre una caída?

Nick miró al joven con simpatía.

– Está loco por ella, ¿verdad?

– Es muy fácil enamorarse de Katie -sonrió el joven-. Es inevitable. Consigue que uno quiera hacer cualquier cosa por ella.

– Y ella lo sabe -murmuró Nick.

– ¿Usted también…?

– No -contestó él rápidamente-. Katie se dedica a hacerme la vida imposible. Es su gran diversión.

– No creo que eso sea verdad -protestó Jake suavemente-. Katie es una chica de gran corazón.

– Se dedica a destrozarme la vida, se lo aseguro.

Nick había hablado en broma, pero no había humor en la expresión de Jake.

– Estoy seguro de que está equivocado. Katie es una mujer generosa, dulce y…

– Ya sé que es todas esas cosas, pero también es una pequeña bruja y una lianta. Mire, no la estoy criticando. Sólo estoy explicándole por qué no estoy enamorado de ella.

– ¿Seguro que no lo está?

– Claro que no. No todos los hombres están enamorados de Katie.

– Todos los que yo conozco, sí.

– Pues no debería dejárselo tan claro. En lugar de tirarse a sus pies, ¿por qué no se hace el duro para ver si funciona?

– ¿Para qué voy a hacerme el duro si no le intereso lo más mínimo?

Nick no sabía qué contestar y, simplemente, se tomó su café. Cuando dejó la taza sobre la mesa, Jake le sirvió otro amablemente.

– ¿Usted no toma café?

– Nunca tomo estimulantes. Pero la verdad es que necesito algo -dijo, abriendo la nevera y tomando una botella de agua mineral.

– Parece que sabe cuidarse -dijo Nick, señalando la nevera, llena hasta los topes.

– Mi yogur favorito no se encuentra en todas partes, así que viajo con él -explicó Jake-. Pero en el hotel han sido muy amables y me han buscado un queso bajo en calorías. Bueno, ya sé que soy un poco extravagante.

– En absoluto -dijo Nick.

– Señor…

– Por favor, llámame de tú -dijo Nick-. Haces que me sienta como un anciano.

– Lo siento. Es que, como cuida de Katie, yo le miro como a un padre.

– ¿No me digas? Pues no soy su padre.

– Quiero decir que, como es usted mayor…

– Tengo veintinueve años -interrumpió Nick, irritado.

– Quiero decir que es usted una figura paterna, una autoridad en la que ella puede buscar refugio.

– Jake, será mejor que no le hables a Katie de mi supuesta autoridad porque si lo haces, te dará una patada en la espinilla.

– Es una chica llena de energía, ¿verdad?

– Desde luego.

– Por eso es tan emocionante estar con ella.

– Es agotador estar con ella -corrigió Nick-. Y seguirla desde Australia no ha sido buena idea.

– No he venido a Inglaterra sólo por Katie. Mi padre tiene negocios aquí y alguien tenía que atenderlos. Aunque admito que me ofrecí voluntario.

– ¿Cómo te enteraste de que estábamos aquí?

– Les seguí desde Londres. No era fácil mantener la distancia para que no se dieran cuenta, pero lo conseguí.

Nick lo miró con simpatía.

– ¿Cuántos años tienes, Jake?

– Veinticuatro.

– Hazme caso y olvídate de Katie. Ella es demasiado para ti.

– Lo siento, señor pero usted no comprende lo que siento.

– Claro que lo comprendo -dijo Nick suavemente-. Yo también tuve veinticuatro años y estaba enamorado de una mujer que… Bueno, el caso es que yo intentaba ser la clase de hombre que ella quería que fuera. Y al final, la perdí porque apareció un hombre con una enorme sonrisa.

– Pero… una mujer tiene que apreciar a un hombre que intenta superarse para ella. ¿No cree?

– Por supuesto, pero si sólo es eso lo que hay entre los dos, no vale para nada. Tiene que haber magia, tiene que haber algo. Si no lo hay, es una pérdida de tiempo. No puedes enamorarte de alguien sólo porque esa persona esté enamorada de ti, ni puedes dejar de amar a alguien porque no te ame -explicó, sorprendiéndose a sí mismo. Y tampoco podía enamorarse de una mujer porque fuera elegante, distinguida y una esposa adecuada, se decía a sí mismo. Si no había magia, se encontraría casado con la primera y soñando con una cría de ojos alegres y un perverso sentido del humor. Porque ella sí era mágica. También era irritante e insoportable. Podía hacer que uno se subiera por las paredes. Pero era mágica-. ¿Por qué no cenas con nosotros esta noche?

– ¿Lo dice de verdad? -preguntó el joven, con los ojos brillantes.

– Tanta perseverancia se merece una recompensa. Pero yo creo que es hora de que empieces a olvidarte de ella. Eres demasiado bueno para Katie.

– Ningún hombre es demasiado bueno para Katie -la defendió el chico apasionadamente.

– Jake, tú eres un buen muchacho, pero Katie no es una diosa. Es una bruja, un bicho que disfruta volviendo loco a todo el mundo.

– Sí, es verdad. Es inolvidable.

– Y tú eres imposible -suspiró Nick-. Bueno, pon las flores en agua y así podrás dárselas esta noche.

– ¿Darle flores que no sean frescas? -preguntó, como si fuera un insulto-. No podría hacerlo. Le compraré un ramo nuevo, el mejor que encuentre.

No había esperanzas para aquel chico, pensaba Nick.

Katie volvió a la casa por la tarde. Había cabalgado durante horas y, al final, se había perdido. Para variar.

No había ni rastro de Nick, pero lo que vio en el salón la dejó parada en la puerta. Había una mesa puesta para dos, con la mejor vajilla, copas de cristal y servilletas inmaculadas a cada lado de los platos. Un aroma delicioso llegaba de la cocina y oía a Nick canturreando.

Una sonrisa gigante se extendió por la cara de Katie. Le brillaban los ojos mientras observaba cada detalle de la mesa, preparada para pasar una velada romántica.

– Nick -llamó alegremente, dirigiéndose a la cocina-. Nick…

Se encontraron en la puerta de la cocina, de donde él salía con una ensaladera y una servilleta como mandil.

– Vaya, por fin has llegado.

– Sí, lo siento. Me he perdido. Si hubiera sabido que ibas a preparar…

– No lo sabía hasta hace unas horas -dijo él, dejando la ensaladera sobre la mesa-. Pero ha pasado una cosa que me ha hecho cambiar de planes.

– ¿Qué?

– He conocido a Jake Ratchett -dijo él, mirándola a los ojos.

– ¿Has conocido a… Jake? -preguntó Katie, pálida.

– Sí. Te había enviado un ramo de rosas y yo me enfadé y fui a devolvérselas -contestó él, cruzándose de brazos. Por una vez, tenía la satisfacción de ver a Katie Deakins quedarse sin palabras-. No sé cómo puedes mirarme a la cara. Jake Ratchett es un pobre chico que, por razones inexplicables para mí, cree que tú eres la octava maravilla del mundo. Me hiciste creer que era una especie de monstruo…

– Yo nunca he dicho eso.

– Quizá nunca has usado esas palabras, pero me hiciste creer que lo era. Iba a preguntarte por qué lo has hecho, pero creo que conozco la respuesta.

– ¿Ah, sí? -preguntó ella, sin voz.

– Por supuesto. Es parte de tu plan para hacer que me sienta ridículo. Pero esta vez, te he ganado la partida. Lo he invitado a cenar.

– ¿Quieres decir que todo esto es… por él? -preguntó Katie, señalando la mesa.

– Eso es. Vas a cenar con Jake Ratchett y vas a ser muy, muy amable con él. Te traerá un ramo de flores nuevas porque no ha querido ni oír hablar de venir con las mismas que había enviado esta mañana y tú le dedicarás toda tu atención.