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– Pobre Nick. Deberías haberte quedado con nosotros.

– ¿Cómo se lo ha tomado Jake?

– Bien. Es un chico muy bueno.

– Es que está enamorado de ti. Cree que todo lo que haces es perfecto.

– Exactamente al contrario que tú, ¿no? Tú crees que todo lo que hago es un crimen y no me perdonas ni una.

– Bueno, eso era antes. Ahora entiendo muchas cosas.

– ¿Qué es lo que entiendes? -preguntó ella, intentando encontrar su voz.

– Me he dado cuenta de que no eres feliz y ahora sé por qué. Deberías habérmelo contado, Katie. Me duele que no lo hayas hecho.

– ¿Qué… qué es lo que sabes? -preguntó ella, moviendo los troncos.

– Jake me ha contado algo, pero el resto lo he imaginado yo mismo. De repente, todo tiene sentido. ¿Cómo he podido vivir todas estas semanas contigo sin darme cuenta de lo que estaba pasando? Katie, deberías habérmelo contado.

Katie lo miraba como si no creyera lo que estaba oyendo.

– ¿Hubieras querido que te lo dijera? -susurró ella.

– Claro que sí. Creí que confiabas en mí.

– No es algo fácil de decir.

– Lo sé -dijo él, acariciando su pelo-. Nunca es fácil hablar de las cosas que uno lleva en el corazón, pero a veces hay que encontrar valor.

Ella volvió la cabeza para rozar su mejilla contra su mano. Era tan preciosa como una flor y Nick hubiera deseado besarla, pero se obligó a sí mismo a no hacerlo. Katie necesitaba amistad, no la clase de pasión que él deseaba en aquel momento.

– No sabía qué dirías -susurró ella-. Me daba vergüenza contártelo.

– Soy tu amigo. Puedes contármelo todo, Katie.

– Oh, Nick…

Katie levantó la cabeza y él vio que sus ojos brillaban. ¿Cómo podían brillar por aquel cerdo que la maltrataba?, pensaba con una punzada de celos.

– Quiero saberlo todo sobre ese hombre.

– ¿Qué?

– El hombre al que conociste en Australia y no has podido olvidar. A Jake le hablaste de él.

De repente, los ojos de Katie habían dejado de brillar.

– Tú has dicho que te has imaginado el resto.

– Bueno, supongo que lo conociste en Australia y viniste a Londres para olvidarte de él. Pobre Katie.

Un escalofrío la recorrió entera y tuvo que cubrirse los ojos.

– Nunca lo olvidaré -dijo ella con voz ronca-. Nunca.

– ¿A tu edad? Claro que lo olvidarás, Katie. Y encontrarás a alguien mucho mejor.

– Pero es que yo sólo le quiero a él. Nunca podré enamorarme de nadie más -dijo ella. La frase melodramática le recordaba a la antigua Katie y tuvo que sonreír-. No te rías de mí.

– No me estaba riendo. Es que siempre has sido muy intensa. Para ti todo es una cuestión de vida o muerte.

– Algunas cosas son cuestiones de vida o muerte. ¿Es que no te das cuenta?

– Cuéntame quién es.

– No quiero decir su nombre. Pero lo he querido desde que lo conocí. Ese día me di cuenta de que era el hombre al que amaría toda mi vida.

– Pero si cuando te fuiste a Australia eras casi una niña.

– Eso no importa. Él es especial. Es como si mi corazón hubiera decidido por su cuenta.

– Sí. Es el Corazón el que decide -murmuró él, mirándola a la luz de la chimenea. Katie levantó los ojos y después los apartó, como si hubiera visto algo que no se atrevía a mirar-. Siempre has sido muy impulsiva…

– No. Era más que eso. Lo supe desde el primer momento.

– Amor a primera vista -dijo él-. Pero eso no dura, Katie. No es más que una ilusión.

– Tú te enamoraste de Isobel a primera vista y tu amor no ha muerto todavía.

– No creo que debamos hablar de ella -dijo él, incómodo.

– No, claro. Pero entiendes lo que quiero decir.

– ¿Conoces bien a ese hombre?

– En realidad, no. Siempre estábamos discutiendo. Sólo entonces se fijaba en mí.

– No parece que te haya hecho muy feliz.

Una sonrisa apareció en los labios de Katie. Era una sonrisa llena de tristeza y, sin embargo, contenía una especie de nostalgia de alegría. De la que había vivido o de la que había soñado poseer.

– Me hacía feliz estar con él. Y, además, podía soñar -dijo, con voz temblorosa-. Pero él nunca…

De repente, ella se puso las manos en la cara y empezó a llorar.

– Katie. Por favor, no llores.

– No puedo evitarlo -sollozó ella-. Él nunca me querrá.

– Entonces, es un idiota -dijo Nick, tomándola en sus brazos-. No llores, Katie. Pasará, ya verás.

– No puedo seguir viviendo de sueños, pero es lo único que tengo. Nick, me duele tanto…

El dolor de ella parecía atravesarlo. Nick la apretaba con fuerza, acariciando su pelo, murmurando palabras de consuelo.

– No llores, Katie, por favor -suplicó-. Ya verás como todo se arregla.

– No es verdad. He sido una estúpida. Creí que podría hacer que me quisiera, pero no es así…

Nick se sentía lleno de confusión. Había visto a Katie feliz, cansada, deprimida o enfadada, pero nunca antes la había visto tan desolada como en aquel momento y la ternura lo desbordaba. Le hubiera gustado protegerla de todo y de todos. Si aquel desconocido amante hubiera entrado en la habitación, Nick le habría ordenado que amase a Katie, amenazándolo de muerte.

– Estoy aquí -susurró él-. Sé que yo no soy el hombre que quieres, pero estoy aquí contigo, Katie.

– Abrázame, Nick -dijo ella-. No me sueltes.

– Claro que sí, cariño -Nick no había querido decir aquella palabra, pero no lo había podido evitar. Katie se abrazaba a él como si fuera su última esperanza y él inclinó la cabeza para besar su pelo.

No sabía cómo había ocurrido. Quizá ella había levantado la cara en ese momento, pero sus labios se habían rozado y, en lugar de apartarse, se había quedado quieta. Nick sabía que no debía hacerlo, pero nada en la tierra le hubiera obligado a abandonar aquella delicia. Podía sentir su cuerpo a través de la seda del albornoz. Estaba temblando entre sus brazos y, poco después, se dio cuenta de que él también estaba temblando.

Nick inclinó los labios sobre los de ella, acariciando su boca dulcemente drogado por su dulzura. Al principio, no estaba seguro de lo que iba a hacer, pero de repente, ella enredó los brazos alrededor de su cuello, para devolverle el beso.

Nick no sabía qué le estaba pasando, qué locura lo había poseído. Sólo sabía que aquel era el momento más hermoso que había vivido nunca.

Aquello no debería estar pasando, pero se sentía indefenso contra el poder del deseo que lo atenazaba. Lo único que hubiera podido pararlo en aquel momento hubiera sido el rechazo de Katie, pero en lugar de hacerlo, ella se apretaba contra él. Y tampoco protestó cuando él desató el cinturón del albornoz, descubriendo sus pechos desnudos y empezó a acariciarlos reverentemente con los labios y con la lengua, disfrutando de la respuesta femenina. Ella era cálida e invitadora y antes de que se diera cuenta de lo que hacía le había quitado el albornoz y se había quitado de un tirón su propia camisa.

En ese momento se dio cuenta de cuánto deseaba estar desnudo a su lado. Mientras se tumbaban uno junto al otro sobre los almohadones, Nick se sentía invadido de deseo, de amor y de la urgencia de hacerla suya para siempre. Los labios de Katie respondían ansiosamente a sus besos y todo su cuerpo era una llama.

Nick sentía las manos de Katie acariciándolo, primero tentativamente, como si no pudiera creer lo que estaba pasando y después con alegría, con el placer de explorar el cuerpo masculino. Acariciaba su piel delicadamente, besándolo entre caricias, a veces parándose para mirarlo con sorpresa. La inocencia de sus ojos inflamaba aún más su deseo, pero sus movimientos eran cada vez más tiernos, como si no quisiera romper su delicada belleza.