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– Entonces, ¿a qué esperas? Katie está loca por ti. ¿Qué más quieres?

– Esa no es la… -la voz de Nick se perdió y se quedó mirando al techo. El mundo parecía estar girando sobre su eje. De repente, toda su confusión se deshacía y todo era sencillo y maravilloso. Sobre su cabeza estaba la luz del sol y a sus pies, el camino que llevaba a Katie y su amor.

Y qué amor. Un amor que había durado años, sin esperanza, desde el otro lado del mundo, Katie lo amaba. Katie lo amaba.

Un segundo después, subía corriendo hasta el apartamento de ella y apretaba el timbre con todas sus fuerzas. Por fin, Leonora abrió la puerta.

– Tengo que ver a Katie urgentemente.

– Lo siento, se ha ido.

– ¿Cuándo volverá?

– No va a volver.

– ¿Cómo? -preguntó él, mirándola sin entender.

– Se ha ido. Anoche. Y se ha ido para siempre. Estaba muy triste. ¿No serás tú el imbécil por el que estaba triste?

– Sí -contestó él-. Yo soy ese imbécil. Por favor, dime dónde ha ido.

– No lo sé. Dijo algo sobre cruzar el océano.

Nick no pudo evitar una sonrisa. Esa era su Katie y sus dramatismos.

– Pero tiene que haber dicho algo más.

– No. Sólo que iba a cruzar el océano -contestó Leonora, mirándolo con disgusto-. Y el océano es muy grande -añadió, dándole con la puerta en las narices.

Cuando volvió a bajar a su apartamento, se encontró con Derek en la puerta.

– ¿Ya has vuelto?

– No está -explicó Nick, frenético-. Se ha marchado al extranjero y Leonora no sabe dónde está.

– No te pongas nervioso. Seguramente habrá vuelto a Australia, así que puedes ir tras ella. Yo tengo que irme de viaje un par de días, pero no sé si debería quedarme. Pareces un nombre en crisis.

– No, estoy bien -dijo Nick, intentando controlarse-. Tienes razón sobre lo de Australia. Si ella intentara ponerse en contacto contigo, dile que… que… ¡maldita sea!

– Se lo diré -dijo Derek, mirándolo con pena.

En cuanto llegó a su oficina, Nick empezó a llamar a las diferentes compañías aéreas con vuelos a Australia, pero las listas de pasajeros eran confidenciales y no había manera de convencerlos de que le informaran. Por fin, colgó el teléfono de golpe y se sentó con la cabeza entre las manos. Cuando la levantó, Patsy estaba poniendo una taza de café frente a él.

– Supongo que ya te has enterado.

– Sé que Katie lo está pasando muy mal, pero no me ha dado detalles.

– ¿Has hablado con ella?

– Me llamó anoche, pero no dijo nada de Australia. De hecho, ni siquiera me dijo que fuera a marcharse.

– ¿Qué te dijo? -preguntó Nick ansiosamente.

– Sólo que por fin había aceptado que nunca podrías amarla porque seguías enamorado de Isobel.

– ¡Eso no es verdad!

– Eso es lo que yo le dije, pero me parece que no me hizo caso. Creo que estaba llorando.

– Patsy, ¿qué voy a hacer? Estoy llamando a todas las compañías aéreas, pero no consigo que me den la lista de pasajeros.

– Claro que no. Estas cosas se consiguen con mano izquierda. Toma, llama a Amos Renbury. Es un investigador privado amigo mío. Y me debe un favor.

Amos estuvo encantado de poder ayudarlo, pero cuando volvió a llamarlo media hora más tarde, seguía sin saber nada. El nombre de Katie no estaba en la lista de pasajeros a Sidney ni a ninguna otra parte. Amos se negó a presentarle la factura, dejando a Nick preguntándose qué era lo que podía deberle a Patsy.

– Patsy -dijo, con admiración-. Me parece que no sé nada sobre ti.

– Nick, querido, nunca te has enterado de nada. Por eso estás en este lío. Llama a Isobel.

Pero Isobel tampoco sabía dónde podía estar Katie y estaba furiosa con él.

– No me culparás por no haberme enamorado de Katie cuando tenía dieciséis años -protestó él.

– Claro que no. Sólo era una niña.

– Pues claro.

– Pero no es culpa suya que pareciera el palo de una escoba.

– No era por su aspecto. Era porque siempre estaba atacándome.

– Lo hacía para llamar tu atención. Una vez me dijo que cuando estabas enfadado con ella, al menos la mirabas. Mientras vivía en Australia me pedía fotografías tuyas. Yo pensé que se habría olvidado de ti, pero no ha sido así. Cuando volvió y la vi tan guapa y tan estupenda, pensé que se fijaría en otro hombre, pero sigue enamorada de ti.

– Pero tú me has engañado -dijo Nick-. Me pediste que cuidara de ella.

– Fue idea de Katie -explicó Isobel tranquilamente.

Nick se quedaba helado ante la perfidia de aquellas mujeres-. Se supone que tenías que cuidar de ella y ahora está en alguna parte sola y triste. Y eso es culpa tuya. ¿Cómo es posible que no te dieras cuenta de que estaba enamorada?

– Porque siempre he creído que yo estaba enamorado de ti -dijo él, por fin.

– Nick, no seas absurdo. Nunca estuviste realmente enamorado de mí. Te gustaba adorarme desde lejos, sin comprometerte. Cuándo te enfrentas con una mujer de carne y hueso que te quiere, te apartas. Si le pasa algo a Katie, tú serás el responsable -añadió ella, antes de colgar, dejando a Nick mirando el teléfono, estupefacto.

– ¿Por qué todo el mundo insiste en que es culpa mía?

– Porque es culpa tuya -dijo Patsy-. Todos hemos intentado ayudarte a ver la luz.

– Ah, sí, claro, tú también estabas en la conspiración, es verdad.

– Bueno, yo hice un pequeño papel. Me fui del apartamento para que Katie y tú estuvierais solos, arreglé lo de la casita de la playa y mantuve a Lilian alejada. Katie te hacía feliz, Nick, y eso te convertía en un hombre mejor. Te reías, te animabas, incluso hacías bromas. Está claro que es la chica para ti. Todos tus amigos hemos estado intentando ayudarte y tú vas y lo estropeas.

El apartamento parecía extrañamente silencioso aquella noche. Había estado silencioso cuando Katie se había ido, pero era diferente. Entonces no sabía lo que había perdido. En aquel momento lo sabía bien. Amaba a Katie, más que eso, la adoraba. Ella le había abierto a la vida y había llenado su mundo de alegría. ¿Y cómo le había devuelto aquellos maravillosos regalos? Rompiendo su corazón y haciendo que se marchara. Quizá en aquel momento no tenía un techo bajo el que guarecerse.

La acusación de Isobel de que él sólo quería adorarla de lejos sin tener que comprometerse le había dolido. ¿Realmente él era así?, se preguntaba.

Recordaba algo que Derek había dicho cuando le había hablado de Isobeclass="underline" «Entonces, esa es tu excusa para evitar los compromisos. Una excusa muy conveniente, desde luego».

¿Habría sido esa fidelidad a Isobel una manera de no comprometerse de verdad con nadie? ¿O había estado esperando inconscientemente que Katie creciera? Le gustaría creer eso último, porque lo haría sentirse mejor sobre sí mismo. En aquel momento, se sentía como un canalla.

Estuvo despierto durante horas y, cuando estaba empezando a quedarse dormido, un ruido lo despertó. No podía oír nada, pero algo en la cualidad del silencio le decía que no estaba solo.

Entonces escuchó un sonido ahogado en la otra habitación y saltó de la cama sin hacer ruido. Quizá Derek había vuelto, se decía. Silenciosamente, abrió la puerta y salió al pasillo. En la habitación que había sido de Katie, podía ver una sombra recortada contra la ventana.

La idea de que un ladrón estuviera en el sitio en el que ella había dormido hizo que la sangre se le subiera a la cabeza y se lanzó sobre la sombra con todas sus fuerzas. Era más pequeño de lo que esperaba, pero luchaba vigorosamente y casi le dejó sin aliento. Intentaba sujetarle los brazos a los lados, pero en ese momento, el hombre dio un tirón y los dos cayeron sobre la cama.

– ¡Ahora! -exclamó Nick, buscando el interruptor de la lámpara-. Espero que tenga una explicación… -Nick no pudo terminar la frase.