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– Hola, Nick.

– ¿Katie? ¿Qué demonios…? -empezó a decir. Después, olvidándose de todo, la tomó en sus brazos y la apretó fuerte contra él-. Oh, Katie, Katie -murmuró. Ella le devolvió el abrazo sin palabras y él la besó una y otra vez, como para convencerse a sí mismo de que estaba realmente a su lado-. Me estaba volviendo loco de preocupación por ti. ¿Qué pretendías asustándome así? Creí que eras un ladrón y podría haberte hecho daño.

– Más bien, yo podría haberte hecho daño. Estaba ganando la pelea.

– ¡En tus sueños!

Se quedaron mirándose el uno al otro, pero Nick no la soltaba y ella no intentaba apartarse.

– Katie, ¿dónde has estado? Te he buscado por todas partes. Creí que no volverías nunca.

– Y me he ido.

– De eso nada -dijo él, apretándola más fuerte.

– Quería entrar y salir rápidamente sin que te dieras cuenta. En realidad, no estoy aquí.

– A mí me pareces muy real, pero quizá sea mejor que me asegure -dijo él, besándola de nuevo, fiera, posesivamente, hablándole de su amor sin palabras. Katie lo besaba con la misma pasión-. Claro que estás aquí -añadió él, con voz ronca-. Y vas a quedarte aquí para siempre.

– Nick, no puedo…

– ¿Has estado en el apartamento de Leonora?

– No.

– Deberías subir. Hay una carta de Isobel para ti. Empieza diciendo: Querido Nick. La mía empezaba diciendo: Querida Katie.

– ¿Has leído una carta dirigida a mí?

– El sobre venía a mi nombre y no me di cuenta hasta que era demasiado tarde. Pero no hubiera dejado de leerla por nada del mundo.

– ¿Qué decía? -preguntó Katie, nerviosa.

– Puedes leerla tú misma -dijo Nick, yendo al salón por ella. Cuando Katie la leyó, la dejó caer sobre la cama. No se atrevía a mirarlo a los ojos-. Bueno, ¿es cierto?

Katie asintió.

– Al principio, parecía una buena idea. Pensé que, como había cambiado tanto, empezaría a gustarte. O al menos, que despertaría tu interés.

– Y todos esos años, cuando actuabas como si yo fuera el enemigo público número uno…

– Yo hacía todo lo que podía para alejarte de Isobel. Cuando estaba en Australia, le pedía a mi hermana que me hablara de ti y cuando me dijo que no te habías casado, pensé que… Pero cuando volví, me di cuenta de que seguías enamorado de ella.

– Isobel se me ha olvidado hace tiempo -dijo él suavemente-. He tardado mucho tiempo en darme cuenta, pero ahora sé de quién estoy enamorado.

– Oh, Nick, ¿cuándo lo has sabido?

– Empecé a darme cuenta cuando encontramos a aquella niña perdida y vi lo grande que era tu corazón. O quizá siempre lo he sabido. Me decía a mí mismo que te llevaba a la casita en la playa para alejarte de Jake, pero en realidad quería estar a solas contigo. Entonces Jake me habló de ese hombre del que supuestamente estabas enamorada y me sentí celoso y destrozado porque quería que me quisieras a mí. Y cuando hicimos el amor, creí que lo había conseguido.

– ¿Por qué no me lo dijiste?

– Iba a hacerlo a la mañana siguiente, pero tú no me dejaste. Creí que estabas enfadada conmigo porque amabas a otro hombre. Si no era eso, ¿por qué lo estabas?

– Hablas en sueños, Nick. Y te oí repetir el nombre de Isobel -dijo ella, con voz trémula.

Nick se quedó mirándola, sorprendido. Entonces, recordó algo.

– Ya recuerdo. Pensaba en Isobel, pero no porque la amase. Creo que le estaba diciendo adiós porque me había dado cuenta de que estaba enamorado de ti.

– No lo sabía -dijo ella, mirándolo a los ojos-. Creí que te sentías culpable por haberla traicionado. Había sido tan maravilloso hacer el amor contigo que cuando oí que repetías su nombre, pensé… -pero no podía terminar la frase.

– Nunca volveré a hacerte daño, Katie -dijo él, apretándola entre sus brazos-. Cuando volvíamos de la playa, pensé que me odiabas y no podía soportarlo.

– No podría odiarte, Nick. Te quiero. Siempre te he querido. Desde que volvimos, decidí que tenía que marcharme e intentar olvidarte. Pero no podía. Seguía recordando los últimos días contigo en la playa. No podía pensar en otra cosa y cuando hablábamos me dolía tanto que no fuera como yo esperaba que sólo podía atacarte.

– Como en los viejos tiempos -sonrió él-. ¿Dejaremos algún día de pelearnos, Katie? ¿O, cuando seamos ancianitos y estemos rodeados de nietos seguirás metiéndote conmigo?

– Por supuesto que sí. Te lo mereces. Anoche, cuando subiste a mi apartamento, creí que habías empezado a entender, pero de repente te pusiste a hablar sobre mi parecido con Isobel…

– Es que lo tenéis. Y me di cuenta de lo que era. Me había enamorado de las dos a primera vista. Había tenido esa sensación la primera vez que nos vimos en la estación y he estado dándole vueltas a la cabeza desde entonces. Y, de repente, me di cuenta de lo que era. Intenté decírtelo, pero tú no quisiste escucharme.

– Creí que nunca podrías amarme. Pensaba irme de Londres y no volver a verte nunca.

– Y yo he estado intentando encontrarte en las listas de pasajeros de todas las compañías aéreas.

– Fui al aeropuerto, pensando en tomar el primer avión, fuera donde fuera -rió ella.

– ¿Qué te hizo cambiar de opinión?

– Me di cuenta de que se me había olvidado el pasaporte. Me lo había dejado en el cajón de la mesilla -señaló ella-. Por eso tenía que volver.

– ¿Se te había olvidado el pasaporte? -repitió Nick, incrédulo.

– Ya me conoces. Siempre pierdo las cosas. No puedes casarte conmigo, Nick. Tu vida se convertiría en un caos.

– Será un caos maravilloso -dijo él, mirándola con ternura-. Saliste a explorar el mundo y se te olvidó el pasaporte -sonrió, acariciando sus labios.

– Le podría pasar a cualquiera -dijo ella con dignidad.

De repente, la risa que Nick había guardado dentro de sí, estalló en ese momento y la rodeó con sus brazos, feliz.

– No, cariño. Sólo puede pasarle a mi preciosa, impredecible Katie, mi irritante, adorable Katie. Bésame, Katie. Bésame y quiéreme para siempre. ¡Mi querida Katie!

Lucy Gordon

***