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– ¿Qué planes tienes? -preguntó, bruscamente.

Ashley le miró con expresión vacía.

– Sí, planes -repitió Kam-. Esas cosas que se hacen para organizar la vida: primero esto, luego lo otro -añadió, sarcástico.

Ashley se sentó frente a él.

– Sé perfectamente qué es un plan -dijo. Kam arqueó una ceja.

– Pensaba que tal vez no lo supieras. Ashley se encogió de hombros.

– No he hecho ninguno -dijo.

Los labios de Kam se tensaron en un gesto intransigente.

– Algo tendrías pensado cuando decidiste huir de la iglesia para venir aquí.

Hablaba como si pensara que era una estúpida, pero Ashley pensó que no era eso lo que realmente pensaba. Tal vez sólo lo hacía para mantener las distancias. Al fin y al cabo, se dijo Ashley, eso era lo que había intentado desde el principio.

– Sí -dijo al fin, lentamente, buscando en los ojos de Kam la respuesta a sus reflexiones-. Tenía un plan. Pensaba quedarme aquí hasta que tuviera el valor de marcharme.

– ¿Por qué aquí?

– Porque en mis paseos por la playa había visto lue la casa estaba vacía. Parece un sitio maravilloso, con los geranios en flor y el musgo creciendo en los troncos de los árboles. Me di cuenta de que la ventana de atrás no estaba bien cerrada y que sería fácil abrirla. Eso es lo que hice.

¿Así que elegiste mi casa premeditadamente?

Ashley sonrió.

– Después tuve la mala suerte de que el dueño decidiera venir el mismo día. No podía ni predecirlo ni evitarlo.

– ¿Si no hubiera venido te habrías instalado aquí?

– Probablemente -dijo Ashley, dirigiendo una mirada aprobadora a la cocina-. Pero la habría cuidado bien.

– Eso no lo sabemos -dijo él, dulcemente.

Ashley le dirigió una rápida mirada, sorprendida por la ternura de su tono, pero Kam se levantó, impidiendo que sus ojos se encontraran.

– Ya que estás aquí -dijo él, dándole la espalda-, puedes quedarte hasta que estés dispuesta a volver.

Cuando Kam salió de la habitación, Ashley lo siguió con la mirada. Le ofrecía lo que quería, un lugar en el que refugiarse, y sin embargo no estaba contenta.

Kam había dicho «hasta que estés dispuesta a volver» y eso la desconcertaba. ¿Qué quería decir con eso?.

Levantándose despacio, le siguió hasta el dormitorio.

Kam estaba acabando de hacer la cama cuando Ashley entró. Era demasiado tarde para ayudarle, pero fue directa a la silla y comenzó a doblar la manta que había usado la noche anterior.

– No quiero molestarte -dijo, queriendo parecer animada-. Sé que has venido a relajarte y no quiero que dejes de hacerlo por mí. Si me dices qué piensas hacer durante el día, haré lo posible por no coincidir contigo.

– No te preocupes -dijo él, indiferente-. Si te veo venir, echaré a correr.

El tono irónico que usó puso a Ashley en guardia. Estaba tratando de ser amable y no le gustaba que él la insultara. Se volvió con rapidez a la vez que él se incorporaba tras ajustar la sábana y chocaron. A punto de caer, Ashley se agarró de su camisa, a la vez que él la asía con firmeza, rozándole los senos.

Ashley se removió pero no se apartó, mirándolo sorprendida por la sensación que aquel contacto le había producido.

Kam la miró enfadado.

– ¡No hagas eso! -exclamó, maldiciendo entre dientes. Le irritaba lo que había pasado y que Ashley le mirara con aquella expresión de asombro.

– ¿Qué no haga qué? -preguntó ella, parpadeando sorprendida-. Te recuerdo que eres tú quien me ha tocado.

Kam sabía que tenía razón. Pero era ella la que le estaba dando más importancia de la que tenía. Él debía haberse separado de ella, pero Ashley parecía mantenerlo atrapado en un campo magnético.

– No lo he hecho a propósito -dijo, mirándola a los ojos.

– ¿No? -preguntó ella, levantando la barbilla hacia él, retadora. Sabía bien que no lo había hecho intencionadamente, pero en ese momento eso daba lo mismo.

– No -respondió él. Sus ojos verdes brillaban. Mantenía los puños cerrados con fuerza-. Cuando quiero tocar a una mujer, no me ando con rodeos.

Ashley miró su boca sensual y sintió un estremecimiento.

– Estás muy seguro de ti mismo -dijo, provocativa.

– Así es -dijo él, dulcemente.

Una corriente recorrió la espalda de Ashley, activando todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo. No quería analizar lo que le estaba ocurriendo porque sabía que si lo hacía tendría que interrumpirlo, y no quería dejar de sentirlo. Al menos mientras la tensión entre ambos fuera tan exquisita.

Ningún otro hombre le había hecho sentir aquel vértigo.

– No estoy de acuerdo -dijo, enfrentándose a la arrogancia de Kam con una mirada inquisitiva-. Creo que es tan sólo una fachada.

Kam la miró sorprendido.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó.

Ashley pensó que debía separarse de él, pero en lugar de hacerlo, se aproximó aún más, quedando a pocos milímetros de él.

– Pienso que no tocas a las mujeres -dijo, provocadora. Sabía que jugaba con fuego, pero no podía evitarlo-. Ni siquiera creo que las mujeres te interesen.

Kam la miró con ojos llameantes. Sabía que Ashley trataba de provocarle y que irritarse no sería sino morder el anzuelo. Pensó que debía reír y apartarse de ella, pero una fuerza irresistible le impedía hacer lo que más le convenía.

– Me encantan las mujeres -dijo, entre dientes.

La tomó por los hombros y hundió sus ojos en los de ella. Estaba seguro de que iba a besarla-. Lo que no me gustan son las niñas ricas -continuó, haciendo un último esfuerzo por contenerse.

– ¿Por qué? dijo ella, sarcástica-. ¿Porque no puedes competir? -se echó levemente hacia delante, levantando el rostro hacia él-. ¿O acaso crees que no puedes estar a mi nivel?

Kam la tomó con fuerza por los hombros y la atrajo hacia sí. Su boca era decidida y cálida, y Ashley se abrió a ella como una flor a un rayo de sol. Su calor la invadió, fundiéndose con cada rincón de su cuerpo. Nadie la había besado antes de aquella manera, ni le había hecho sentir la sangre en ebullición.

Estaba acostumbrada a besos corteses, faltos de pasión, carentes de deseo. En éste había algo primitivo que la aturdió hasta darle miedo, atravesándola con la certeza de que desearía más y más.

Entonces Kam se separó de ella, se pasó el dorso de la mano por la boca y contempló a Ashley.

– No puedo creer que me haya dejado llevar -murmuró.

Ashley sonrió. Un deliciosa sensación de letargo ralentizaba sus movimientos.

– Ni yo haberlo provocado -susurró, a su vez.

Kam fue a decir algo pero se detuvo. Había pasado justo lo que quería haber evitado. Ya era bastante problema tener una mujer en casa como para además empezar a hacer aquellas estupideces. Estaba decidido a no volver a intimar con una mujer. No debía olvidarlo.

Ashley observó la mirada preocupada de Kam. Era obvio que estaba disgustado y ella no podía explicarse la causa. Deseó decirle que no se preocupara, que el beso no tenía mayor importancia. Al fin y al cabo esa era la verdad. Había sido uno de esos maravillosos momentos imposibles de evitar. Aunque su corazón seguía latiendo con fuerza, Ashley se reafirmó en la idea de que no había tenido importancia.

– Te tomas la vida demasiado en serio -comentó, dulcemente-. No te preocupes, no ha sido nada.

– ¿Nada? -sus ojos se ensombrecieron al percibir un tono compasivo en Ashley-. Supongo que tampoco fue nada tu compromiso de boda -añadió, hablando lentamente-. Un día estás a punto de casarte y al siguiente estás dispuesta a seducir a otro. ¿Por eso me dices que me tomo la vida demasiado en serio?

Ashley enrojeció de rabia, separándose de él dolida y en actitud defensiva.

– No he tratado de seducirte. Tan sólo nos hemos dado un beso. No hace falta que vayamos a juicio por ello.