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Kam echó la cabeza hacia atrás, mirándola con severidad.

– No lo vuelvas a hacer.

Ashley no cabía en sí de sorpresa e indignación.

– Lo haré siempre que quiera y con quien quiera -la mirada recriminadora de Kam consiguió aumentar su enfado-. Ocúpate de la virtud de otra persona. De la mía ya me ocupo yo, gracias.

Kam se encogió de hombros.

– De eso estoy seguro -dijo, secamente.

Al volverse tropezó con el vestido de novia que seguía tirado en el suelo. Se agachó a recogerlo.

– Será mejor que lo cuelgues -dijo, sujetándolo en alto-. Estoy seguro de que querrás usarlo pronto.

– ¿Pronto? -Ashley frunció el ceño-. No lo creo. No quiero saber nada de los hombres.

Tal y como le ocurría siempre, el enfado se le había pasado con rapidez. Se encogió de hombros y trató de sonreír.

– Como te ha pasado a ti con la mujeres. Tal vez pudieras darme un cursillo sobre cómo eliminar al sexo opuesto de tu vida.

Kam, manteniendo una expresión fría y cínica, dejó el vestido en el respaldo de una silla.

– No es más que cuestión de tiempo -dijo-. Volverás.

Ashley se quedó desconcertada. No daba crédito a lo que oía.

– ¿Qué has dicho? -exigió, mirando a Kam a los ojos, con los suyos abiertos de par en par.

– Sabes perfectamente que volverás. Es el hombre perfecto para ti: rico, elegante…

– Arrogante, mandón, indiscreto. Tienes razón.

– Me encantan los hombres así -interrumpió Ashley. -¿Acaso no sabías todo eso cuando le aceptaste? Ashley se sentó en la cama.

– Si quieres que sea sincera, no lo sabía. Siempre que le había visto había sido un perfecto caballero. Cuando nos visitó en La Jolla lo pasamos en grande -el recuerdo la hizo sonreír-. Nadamos, jugamos al billar, bailamos hasta el amanecer. Era una persona distinta a la que me encontré cuando vine a Hawaii.

Kam, con los brazos cruzados, se apoyó en la jamba de la puerta.

– Lo que quieres decir es que no le amas.

Lo dijo como si hubiera encontrado un fallo en la explicación que Ashley le daba.

– Nunca le amé -dijo Ashley con un tono firme y seguro.

Kam la miró sorprendido.

– ¿Por qué ibas a casarte con él?

A Ashley le asombró su falta de imaginación. -Porque seguía soltera a los treinta años.

La expresión de Kam se relajó. Al fin creía entender los hechos.

– Veo que eres una astuta embaucadora.

Era obvio para Ashley que seguía sin entender. Suspiró hondo.

– Te equivocas. Intenta pensar en términos emocionales, no de lógica. No tengo nada de embaucadora.

– ¿Qué querías, su dinero?

– Te equivocas -respondió Ashley, soltando una breve carcajada. Tener más dinero era lo último que deseaba-. Sigues sin entender.

Ashley empezaba a pensar que no valía la pena tratar de explicarse si Kam iba a seguir creyendo lo que quisiera. Aun así, decidió hacer un último esfuerzo para hacerle comprender.

– Pensé que había llegado el momento. Deseaba formar una familia, las circunstancias eran adecuadas… -su voz se hizo apenas audible y se encogió de hombros.

Kam la contempló sin saber qué creer. Para él todo resultaba demasiado ilógico. No entendía cómo Ashley podía haber pensado en casarse con un hombre al que no amaba. Supuestamente las mujeres eran seres románticos y sin embargo, ésta hablaba del deseo de formar una familia dado que las circunstancias eran apropiadas. Kam sentía que le faltaban las claves para comprenderla.

– ¿No has estado nunca enamorada? -preguntó.

Ashley, sorprendida por la pregunta, titubeó. Sacudió la cabeza.

– No -dijo, dulcemente, a la vez que buscaba la mirada de Kam-. Creo que no. ¿Tú?

La expresión de Kam se nubló una vez más. -No estamos hablando de mí, si no de ti -dijo, mirándola fijamente-. ¿Dices en serio que nunca has estado enamorada?

Ashley asintió en silencio. Nunca lo había admitido antes. Llegado un momento había asumido que era incapaz de amar. De no ser así, pensaba que ya habría estado enamorada.

Le gustaba la gente y siempre había tenido numerosos amigos de ambos sexos. Pero nunca había sentido ese algo especial sobre el que leía en los libros o veía en las películas.

Sin embargo, y aunque hubiera deseado sentirlo, nunca le había dedicado demasiado tiempo a ese pensamiento. Era difícil echar de menos algo que no conocía, y se había convencido de que la vida era más tranquila sin mezclarse en asuntos amorosos.

– Nunca he estado enamorada -admitió-. Por eso me decidí por alguien que fuera compatible. Sinceramente pensé que Wesley y yo eramos perfectos el uno para el otro. Fuimos a los mismos colegios, teníamos amigos comunes, nuestras familias se conocían de siempre. Pensé que encajábamos a la perfección.

Kam la miraba impasible.

– Parece razonable -dijo.

– Pero no tenía suficiente información -continuó ella-. Debía haber sabido entonces lo que sé ahora. Kam emitió un sonido indefinido, a la vez que se separaba de la puerta.

– Déjate de historias, Ashley -dijo-. Estás jugando un juego desde el momento que te escapaste de la iglesia. Todo el mundo estará desconcertado, incluido Wesley. ¿No crees que ya es hora de volver y recoger tu recompensa?

Ashley le miró fijamente. No estaba segura de entender.

– ¿Recompensa? -repitió.

– El escándolo que planeaste -Kam sonreía con arrogancia-. Ahora eres el centro de atención. Hasta Wesley hará lo que sea por contentarte.

Ashley no podía creer que alguien pudiera pensar algo así de ella. Kam había sido antipático y poco cordial, pero además estaba decidido a pensar mal de ella, dijera lo que dijera.

En aquellas condiciones, no podía quedarse en la casa. Hubiera deseado pasar allí un par de días, pero era imposible después de aquello. Su autoestima le exigía marcharse.

– Se acabó -dijo, levantándose de la cama y retirándose el cabello hacia atrás-. Me marcho -pasó unto a él y se dirigió hacia la puerta de salida. -Espera -dijo él, sin creer que fuera a marcharse.

– Me voy -insistió Ashley, volviéndose hacia él desde la puerta-. No pongas esa expresión de suficiencia. Pertenece a otro siglo, querido. Adiós.

Abrió la puerta y salió al porche. Kam la siguió, sonriendo aún, convencido de que Ashley no cumpliría su amenaza.

– ¿Qué vas a hacer? -preguntó, arqueando una ceja-. ¿Tienes dinero? Ashley volvió la cabeza.

– No lo necesito -dijo, mintiendo con decisión.

La risa suficiente de Kam la indignó.

– No tienes ni dinero ni un sitio al que ir -dijo Kam.

Ashley lo miró con ojos furiosos. Nunca había estado tan enfadada.

– No se preocupe usted de mí. Tengo recursos-dijo.

– ¿Qué recursos?

– Están todos aquí -dijo ella, señalándose la cabeza.

– Estoy seguro -dijo él, sonriendo.

– No necesito que tú me ayudes.

Kam sacudió la cabeza, tratando de reprimir una sonrisa.

– Ashley, será mejor que te quedes hasta que decidas volver. Una mujer como tú…

– ¿Una mujer como yo? interrumpió ella. Todo lo que Kam decía empeoraba las cosas. Levantó los brazos hacia él en un ademán retador-. ¿Qué sabes tú de mi? Presupones cosas que llegas a creer. Debes ser un gran abogado.

Se volvió y continuó su marcha. Kam la contempló alejarse hacia la playa. El sol iluminaba su rubio cabello. Parecía tener una aureola.

Kam quiso seguirla y convencerla de que volviera. ¿Cómo iba a arreglárselas sin dinero? ¿Dormiría en la playa? O tal vez, pensó, alguno de sus amigos ricos la ayudaría. Era mejor así. Mejor para él.

– De buena te has librado -dijo, en voz audible.

Se sentía libre. Podía hacerse una limonada y echarse en la playa a beberla. Tomar el sol y relajarse. A eso había ido y por fin podía hacerlo.