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Comenzó la búsqueda por el salón. El parpadeo de la vela proyectaba sombras en todos los rincones y Kam creía ver figuras por todas partes. Se detuvo para tratar de escuchar, pero el sonido de la lluvia hubiera ahogado cualquier ruido. Retornó al vestíbulo y echó una ojeada en la cocina. Un impulso repentino le llevó de nuevo a la habitación donde estaba el traje de novia y donde la ventana aún seguía abierta. En el momento en que estraba en el dormitorio vio una sombra entrar precipitadamente en el armario. Kam levantó la vela para ver mejor.

– ¡Quieta ahí! Te he visto.

La sombra no se movió. Kam, irritado, metió la mano en el armario y asió con fuerza lo que obviamente era e4 brazo de una mujer, tirando de ella hacia fuera.

A primera vista le pareció una raterilla, con el cabello rubio encrespado enmarcando un rostro de ojos azules y mirada desafiante. Por un instante, le hizo pensar a Kam en esos personajes de las novelas victorianas que se desarrollan en Londres, a los que caballeros de alta alcurnia se ocupan de lavar y educar.

– Tócame otra vez y llamo a la policía -dijo Ashley, a la vez que se soltaba de la mano de Kam.

Kam la miró, sorprendido por su actitud impertinente.

Que tú vas a llamar a la policía? ¿De quién te crees que es esta casa?

– Tu sabrás -respondió ella, elevando la barbilla on gesto desafiante-. ¿Cómo voy yo a saber si la Gasa te pertenece o no? Podrías haber entrado en ella para protegerte de la tormenta.

Kam frunció el ceño. Aquella mujer tenía carácter y lo demostraba tratando de ponerle a él a la defensiva.

– Al menos admitirás que no te pertenece a ti.

– No pienso admitir nada -respondió Ashley.

– Por supuesto que no. Los ladrones nunca admiten nada.

Ashley sintió un escalofrío que trató de ocultar. Sabía perfectamente que iba a ser difícil salir de aquella situación. Él tenía todas las de ganar.

– No soy una ladrona.

– ¿Ah, no? -respondió Kam, sin poder evitar una leve sonrisa-. ¿Cómo te describirías?

– Como una… visita -balbuceó Ashley, satisfecha de haber dado con esa palabra.

– Estoy de acuerdo contigo -dijo él-. Aunque reconocerás que no has sido invitada.

Al ver que aquel hombre no iba a hacerle daño, Ashley fue perdiendo parte de su arrogancia.

– No voy a entrar en una discusión sobre ese punto -dijo, evasiva-. ¿Es o no es ésta tu casa?

– Sí, es mi casa -respondió él.

Por tanto, cabía la posibilidad de que llamara a la policía, pensó Ashley.

– En pequeña y confortable -dijo, para ganar tiempo.

Kam elevó una ceja y respondió, sarcástico.

– A mí me gusta. Tal vez tú estés acostumbrada a sitios más lujosos.

Ashley le dirigió una rápida mirada, preguntándose qué le habría hecho adivinarlo, y asintió con la cabeza.

– Así es -dijo-. Pero es cierto que es muy agradable.

Kam sintió deseos de reír pero se contuvo. Le costaba creer que aquella intrusa tuviera el valor de mostrarse tan displicente con la casa. Ello confirmaba el hecho de que no era una ladrona, si no un regalo de su hermano, que Kam pensaba devolver en aquel mismo instante.

– Escucha -dijo, bruscamente-. ¿Cuánto te paga? Ashley le miró, sorprendida.

– ¿Qué?

– Sea lo que sea, yo te pagaré el doble para que te vayas.

Ashley le miraba sin salir de su asombro. Aquello la libraba de la policía, de las esposas y los grilletes.

– Te aseguro que no tienes que pagarme para librarte de mí. Me iré encantada -dijo.

– De acuerdo. Puedes irte en seguida -dijo él, apoyándose contra la pared con los brazos cruzados.

– Ahora mismo me voy -dijo Ashley, dirigiéndose hacia la puerta.

De pronto, recordó que fuera diluviaba y que no tenía dónde ir, y su paso se hizo menos decidido. -Espera un segundo.

Ashley se volvió con gesto inquisitivo. En la penumbra, el hombre parecía ser alto, su gesto era severo y su mirada penetrante y profunda. -¿No es esa mi camisa? -continuó Kam. Ashley miró hacia abajo.

– Así es -dijo, retirándose el pelo de la cara y mirándole de soslayo-. ¿Te importa dejármela? Kam frunció el ceño.

– ¿Acaso no tienes otra cosa que ponerte? -preguntó.

Ashley se encogió de hombros y sonrió por primera vez. Su rostro se iluminó.

– Tan sólo un traje de novia muy estropeado -dijo, sacudiendo la cabeza en un gesto de desamparo.

Su sonrisa no pasó desapercibida a Kam, pero estaba acostumbrado a resistirse.

– ¿Viniste vestida así desde el aeropuerto? -preguntó, a la vez que daba un leve puntapié al traje.

Ashley lo observó, con la cabeza inclinada hacia un lado. El parecía creer saber quién era Ashley y por qué estaba allí, pero ella no tenía ni idea de qué le estaba diciendo.

– No exactamente -respondió, esperando a ver qué pasaba.

Kam suspiró y la miró con gesto sorprendido.

– ¡Vestida de novia! ¡Mitch y tú tenéis ideas extrañas sobre mis gustos!

¿Quién era Mitch? Estaba claro que aquel hombre creía saber quién era Ashley y, sin embargo, estaba completamente equivocado. Ashley frunció el ceño.

– No sé quien crees que soy -dijo.

– No te preocupes -interrumpió Kam-. Supongo que eres una actriz en paro y que aceptaste porque necesitabas algo de dinero.

La situación empezaba a ser ridícula y Ashley tenía que aclararla.

– No soy actriz -protestó.

Kam sonrió.

– Por eso has interpretado el papel tan mal -dijo.

– Me han acusado de ser una comediante -dijo Ashley, con aspereza-. Pero jamás me han acusado de ser actriz.

– Una comediante o una actriz son la misma cosa.

Ashley le miró atónita, preguntándose si siempre entendería las cosas de una forma tan literal.

– Mitch siempre me ha dicho que no tengo sentido del humor. Tal vez esté en lo cierto -dijo Kam.

Ashley lo seguía observando, tratando de adivinar por qué se tomaba las cosas tan en serio. Por otro lado, debía estar agradecida de que no fuera a llamar a la policía. Pero era difícil demostrar agradecimiento cuando la echaba en una noche oscura y lluviosa sin un lugar en el que refugiarse.

Miró por la ventana. Tal vez debía pensar en volver. Podía imaginarse la mirada triunfante de Wesley al verla entrar. Podía escucharle reprenderla por haber causado aquel escándalo y sermonearla sobre la necesidad que tenía de casarse y de que alguien se ocupara de ella, pues no estaba capacitada para desenvolverse sola.

Tal vez Wesley tenía razón, pensó Ashley, sintiendo un escalofrío y mirando al hombre que estaba a su lado sujetando la vela.

– Será mejor que me vaya -dijo, resignada, dejando escapar un hondo suspiro-. No te preocupes, te devolveré la camisa.

Al fin iba a marcharse y dejarle tranquilo, permitiendo que las cosas volvieron a la normalidad, tal y como Kam quería. Sin embargo al mirarla y observar sus piernas desnudas y aquella ridícula camisa, supo que no podía dejarla marchar así.

– Espera -dijo, siguiéndola hasta el vestíbulo-. ¿No tienes un abrigo?

Ashley sacudió la cabeza de lado a lado. -¿Dónde piensas ir? -siguió Kam. Ashley le miró con curiosidad. -¿Acaso te importa? -preguntó. Kam reflexionó antes de continuar.

– Podría dejarte un abrigo y llevarte al aeropuerto.

– No voy al aeropuerto -dijo ella.

Un rayo los iluminó unos segundos. Kam envuelto en la luz plateada hizo pensar a Ashley en una aparición fantasmagórica. Ella, pensó Kam, parecía una niña abandonada a punto de perderse en la tormenta.

Kam quería mantenerse firme. Se suponía que no tenía corazón. Al menos eso le decían. Pero en ese instante supo que tendría que ser un verdadero monstruo para dejarla marchar en una noche como aquella.