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Crysania no respondió con palabras, pero su semblante preocupado y pálido hablaba por sí mismo.

—Mi pregunta no está dictada por un afán de venganza o de triunfo, Hija Venerable —siguió Dalamar—. Mi propio dios, Nuitari, ha estado manteniendo un extraño silencio últimamente, al igual que todos los dioses de la magia. En cuanto a mi soberana... —Dalamar se encogió de hombros y sacudió la cabeza—. El poder de Nuitari disminuye y, como resultado, mis propios poderes se resienten. Otro tanto ocurre con Lunitari y Solinari. Todos los magos han informado de lo mismo. Es casi como si los dioses estuvieran absortos en sus propios problemas...

Crysania se volvió hacia él.

—Tienes razón, milord. Cuando oí estos rumores, se los presenté al dios en mis oraciones. ¿Ves este amuleto que llevo al cuello? —La mujer señalaba un medallón de plata adornado con la imagen de un dragón moldeada con platino—. Cada vez que he rezado a Paladine en el pasado, sentía que su amor me rodeaba. Este medallón —lo tocó con gesto reverente— empieza a brillar con una suave luz. Mi alma se tranquiliza, mis problemas y temores se apaciguan. —Guardó silencio un momento y luego añadió con voz queda:

»Últimamente el medallón ha permanecido apagado. Sé que Paladine escucha mis plegarias; siento que desea consolarme, pero temo que no puede dar ningún consuelo. Pensé que quizá la amenaza planteada por lord Ariakan era la causa.

—Quizá —dijo Dalamar, pero saltaba a la vista que no estaba convencido de ello—. Puede que sepamos algo más muy pronto. Palin Majere ha cruzado el Portal.

—¿Es eso cierto? —Crysania estaba consternada.

—Me temo que sí.

—¿Cómo pudo entrar en el laboratorio? ¡Lo habías clausurado! Tenías guardianes apostados...

—Fue invitado a hacerlo, señora —respondió el hechicero secamente—. Creo que puedes suponer por quién.

Crysania se puso pálida y sus pasos se volvieron inseguros. El tigre apretó su cuerpo contra ella en un gesto reconfortante, ofreciéndole su apoyo.

Tanis se acercó a la mujer con rapidez y la agarró por el brazo. La sintió temblar y dirigió una mirada furiosa a Dalamar.

—¿Dejaste marchar a Palin? Deberías haberlo detenido.

—No tuve la menor opción, semielfo —replicó el hechicero con un centelleo en sus oscuros ojos—. Todos los que estamos aquí conocemos por experiencia el poder de Raistlin.

—Raistlin Majere está muerto —dijo firmemente Crysania, superada su momentánea debilidad. Erguida, apartó su brazo de Tanis—. Le fue concedida la paz por su sacrificio. Si Palin Majere ha sido engatusado para entrar en el Abismo... —su voz se suavizó por el pesar—, entonces ha sido por otra fuerza.

Dalamar abrió la boca para contestar, pero reparó en el gesto de advertencia de Tanis. El elfo oscuro se mantuvo callado, si bien sus labios se curvaron en una mueca burlona.

Ninguno de los tres volvió a hablar en lo que restaba del recorrido a la sala del consejo, cada uno de ellos sumido en sus propios pensamientos, ninguno de los cuales era muy agradable, a juzgar por sus sombrías expresiones. El comandante de la escolta los condujo a una estancia alargada, decorada con banderas. Cada uno de los estandartes lucía el blasón de las familias de quienes se habían alistado recientemente en la orden.

Las banderas colgaban inmóviles en el sofocante aire. Tanis recorrió con la mirada la larga fila y encontró el blasón de la familia Majere, recién diseñado para la admisión de los dos hermanos en la caballería.

El estandarte lucía un capullo de rosa —el símbolo de Majere, el dios cuyo nombre llevaba la familia— metido en una jarra de cerveza espumeante. A Tanis el blasón siempre le había parecido más el letrero de una posada que un estandarte de caballería, pero Caramon lo había diseñado y se sentía muy orgulloso de él. Tanis quería a su amigo demasiado para hacer ninguna crítica. Mientras lo contemplaba, dos jóvenes pajes, encaramados a una escalera, empezaron a cubrir la bandera con un crespón negro.

—Milores, Hija Venerable, entrad, por favor.

El comandante abrió las puertas que daban a una gran estancia e invitó a los tres a presentarse ante el Consejo de Caballeros.

El Consejo de Caballeros se convocaba únicamente en ciertas ocasiones, estipuladas por la Medida. Su finalidad podían ser las decisiones sobre estrategias para la guerra; la designación de órdenes; la selección de un lord guerrero, previa a la batalla; la presentación de cargos respecto a una conducta impropia de un caballero; rendir honores a aquellos que hubieran actuado con valentía; y resolver cuestiones planteadas concernientes a la Medida.

El consejo lo componían tres caballeros, uno de cada orden: de la Rosa, de la Espada y de la Corona. Los tres se sentaban a una gran mesa decorada con los símbolos de las órdenes, que se colocaba en el extremo opuesto de la entrada de la sala de consejos. Los caballeros cuyas obligaciones se lo permitían podían estar presentes durante la celebración del consejo. Los que deseaban presentarse ante el consejo se situaban de pie en la zona despejada que quedaba directamente delante de la mesa.

Después que todos los caballeros presentes en la sala recitaran el Código, Est Sularis oth Mithas, a veces se entonaba el himno de la caballería si el motivo de la convocatoria del consejo era gozoso.

En esta ocasión, los tres caballeros presentes pronunciaron el Código y después tomaron asiento. No se cantó el himno.

—He de decir que ésta es una reunión histórica —comentó sir Thomas, una vez que estuvieron hechas las presentaciones y se llevaron sillas para los visitantes—. Y, disculpadme por decirlo, una que no es particularmente de mi agrado. Para hablar sin rodeos, esta reunión de vosotros tres, en este momento... —sacudió la cabeza—, presagia desastre.

—Di mejor que se nos ha traído aquí para evitar el desastre, milord.

—Ruego a Paladine para que estés en lo cierto, Hija Venerable —contestó sir Thomas—. Veo que te agita la impaciencia, señor mago. ¿Qué noticias nos traes que son tan urgentes como para justificar la presencia de un Túnica Negra ante el Consejo de Caballeros, algo que jamás había ocurrido en la historia de la caballería?

—Milord —empezó Dalamar rápidamente, decidido a no perder más tiempo—, sé por fuentes fidedignas que los Caballeros de Takhisis atacarán esta fortaleza mañana al amanecer.

Lady Crysania dio un respingo.

—¿Mañana? —El tigre que estaba junto a ella gruñó suavemente. La mujer lo tranquilizó con una palabra susurrada y una suave caricia en la cabeza—. ¿Tan pronto? ¿Cómo es posible?

Tanis suspiró para sus adentros.

«Así que es por esto por lo que Dalamar me advirtió que no me quedara aquí. Si lo hago, me encontraré enredado en la batalla. Tiene razón. Debería marcharme, volver a casa.»

La mirada preocupada de sir Thomas fue de Dalamar a Tanis, de éste a Crysania, y de vuelta a Dalamar. Los otros dos miembros del consejo, un Caballero de la Espada y un Caballero de la Corona, permanecieron sentados muy erguidos, sin que sus severos semblantes revelaran lo que estaban pensando. Le estaba reservado al caballero de más rango el derecho de hablar primero.

Sir Thomas se dio unos suaves tirones del bigote que era característico de los caballeros.

—Espero que no lo tomes a mal, milord Dalamar, si te pregunto las razones que tienes para revelarnos esta información.

—No veo la necesidad de explicarte las razones que tengo para hacer cualquier cosa, milord —replicó fríamente el hechicero—. Baste decir que he venido aquí para preveniros y que hagáis los preparativos que consideréis necesarios para hacer frente al ataque. Tanis el Semielfo, aunque no puede responder por mis motivaciones, sí puede garantizar mi veracidad.

—Creo que yo puedo responder respecto a sus razones —añadió Crysania en voz baja.

—Si lo que quieres saber es cómo me he enterado del ataque, puedo satisfacer fácilmente tu curiosidad a ese respecto —prosiguió Dalamar, sin inmutarse por la intervención de la Hija Venerable—. He estado recientemente en compañía de un Caballero de Takhisis, un hombre llamado Steel Brightblade.