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– ¿Podría ser esta? -preguntó Kathy-. Una estudiante muerta bajo un tren.

Dudley dudó hasta que alcanzó el ratón.

– Yo lo haré -dijo haciendo clic sobre la lista-. ¿Veis como tenía razón? No está entre las primeras.

– Oh, Dudley. No digas esas cosas solo porque aún no te hayan publicado la historia. Estoy segura de que alguna vez lo harán.

Kathy echó un vistazo a las pocas líneas del Correo diario de Liverpool y después al principio de la página.

– Bueno, es extraño -dijo-. Fue la semana que viene de hace cinco años.

– Y ya sabe lo que es más extraño aún -dijo Patricia-. La fecha en que escribió la historia.

– No lo recuerdo -dijo Kathy girándose apuradamente hacia Dudley-. Enséñamela otra vez.

Dudley cubrió el ratón con su mano y estuvo a punto de romperlo. Después volvió a la ventana anterior que contenía la historia.

– Es el mismo día que pone el periódico -dijo Kathy-. ¿Tan inspirado estabas cuando lo leíste que escribiste la historia justo después? Ojalá no hubiese enviado esa. Elegí mal y, aunque no lo sabía, te pido disculpas.

Patricia luchaba por controlar la frustración que le hacía sentir la piel tensa y en carne viva.

– Apuesto a que hay una historia donde arrojan a alguien a la carretera del túnel del Mersey -dijo.

– Seguro que la viste cuando te dejé ojear sus historias.

Patricia no había hecho tal cosa, pero discutir sobre aquello solo le haría perder más tiempo.

– Espero que recuerde el título, ¿o no es así, Kathy?

– Enséñanos La cabeza por delante en la hora punta, Dudley. Adelante, no hay nada que temer.

Como consecuencia de aquel comentario o de su ira, mostró los dientes a la vez que abría el documento.

– ¿Y cuándo la escribiste? -preguntó Kathy como si quisiera darle la bienvenida a la respuesta-. Vaya, esto es aún más extraño, ¿no? El viernes pasado hizo dos años.

– Mire las noticias -dijo Patricia con toda la compostura con la que fue capaz de ordenar-. Y veamos qué pasa después.

– No me digas que fue otra de sus inspiraciones instantáneas.

Patricia no creía que pudiera mirar a Kathy a la cara. Miró a Dudley con la mano sobre el ratón y después, mientras él regresaba a Internet, vio que sonreía. Abrió en la pantalla la página del día en cuestión y dio un paso atrás.

– No quiero que nadie piense que estoy escondiendo algo. Mirad lo que queráis.

Kathy se acercó para leer la información de las noticias y repitió el mismo ejercicio con una mirada que sugería que le hacía gracia lo que le iba a decir a Patricia.

– Bueno, a menos que esté ciega, no veo nada. Ninguna chica de aquí fue asesinada aquel día y por supuesto, no de la forma en que mataron a la chica de su historia.

– ¿Estás ya satisfecha, Patricia?

Patricia cerró los ojos y aspiró algo del seco aire. Estaba más confusa de lo que creía y había caído en el juego de Dudley. Ni siquiera pudo tragar cuando oyó que él dijo:

– ¿Me dejáis ya que vaya y arregle mis asuntos?

– Vete. Esperaré a Patricia abajo hasta que se seque su ropa.

– Adiós, Patricia. Siento que pensaras que podías volver a mi madre en mi contra. Supongo que Patricia pensó que nuestra historia no era lo bastante extraordinaria. Así deben de ser todos los periodistas.

Al principio, Patricia no sabía lo que estaba mascullando, pero resultaron ser palabras:

– Espera un minuto, Dudley.

– ¿Qué pasa ahora?

Fue Kathy quien habló con algo más que impaciencia, pero Patricia no desistió de su propósito.

– Kathy, echémosles un vistazo a las noticias del día siguiente.

– Oh, qué tontería. Sabes perfectamente que no vamos a encontrar nada.

– Si es así, lo dejaré -dijo Patricia temiendo que estuviese yendo demasiado rápido-. Si usted no quiere mirar, yo lo haré.

– Estoy segura de que Dudley preferirá que lo haga.

Dudley dio un paso atrás que podía haberse descrito como subrepticio.

– Haz lo que quieras si es que no te has dado cuenta aún de lo que intenta hacer.

Kathy tecleó la fecha en el cuadro de búsqueda y el clic del ratón sonó igual que al cortarse una uña. La pantalla comenzó a llenarse de titulares y párrafos. Una advertencia de sequía que había sido inminente hacía dos años, una serie de ataques con incendios provocados, un tren descarrilado porque un camión había volcado por el calor, una anciana pareja que había muerto por deshidratación… Entonces uno de los titulares se volvió más oscuro y más sólido a medida que la vista de Patricia se ciñó sobre él. «Caída mortal al túnel del Mersey», decía el titular.

Kathy leyó el párrafo y se volvió para encontrar a su hijo.

– Siento decirte esto delante de Patricia, Dudley, pero espero que no escribas nada más sobre asesinatos actuales ahora que has visto los problemas que la gente te ha causado por uno solo. Para ser honesta, me hace sentir algo incómoda.

Patricia esperó, deseando que aún no hubiese terminado. Cuando el gruñido indiferente de Dudley demostró que la reprimenda había llegado a su fin, Patricia dijo:

– ¿Y cómo lo sabía?

– Lo debiste haber oído por la radio, ¿no, Dudley? Lo estarían dando en las noticias.

– ¿Tanto escucha él la radio? -preguntó Patricia, esperando no parecer demasiado desesperada-. No sabía que tuvieras una.

– Claro que tenemos -protestó Kathy sin retirar los ojos de su hijo-. Aunque no recuerdo haber escuchado esta información. ¿Cuándo te enteraste?

– ¿Me estás cuestionando como ha hecho ella?

– Solo estoy intentando demostrarle lo equivocada que está con respecto a ti. No te ofendas y dinos cuándo.

Dudley fijó la mirada en Patricia.

– Lo leí en el periódico de alguien en el tren de vuelta.

– Pero aquí dice que ocurrió de noche -dijo Kathy-. Fue después de que regresaras a casa del trabajo.

Dudley se pasó la punta de la lengua por la sonrisa, como para suavizarla.

– Me lo he inventado para ver qué decía ella. ¿No lo has adivinado?

– Entonces, ¿cuál es la verdad? -preguntó Patricia-. Estoy segura de que no te importará que la sepa.

– Estoy de acuerdo con ella, Dudley. Demuéstrale que no tienes nada que esconder.

¿Estaba Kathy convencida de aquello o era que deseaba que fuese así? Patricia y ella lo único que consiguieron fue una mirada de la desafiante máscara de la cara de Dudley. Cuando ellas se la devolvieron, se volvió a humedecer los labios.

– Ya he tenido suficiente -espetó-. Salid de mi habitación.

– Eso no arreglará nada, ¿verdad? -dijo Kathy-. Solo dinos…

– No le voy a decir nada a nadie. Piensa lo que quieras, si crees que me he molestado en mentir. No estarías molesta ahora si no hubieses entrado en mi habitación. Todo esto empezó cuando le diste mis historias para que las leyera sin mi permiso.

– No, empezó mucho antes de eso -dijo Patricia-. Me pregunto cuándo exactamente. ¿Cuándo fue la primera…?

No le dio tiempo de agacharse cuando él se abalanzó sobre ella. Su cansancio la habría hecho caer y de todos modos no iba a mostrarle ningún miedo. Cualquier cosa que hiciera lo traicionaría ante Kathy, así que Patricia se acurrucó. Mientras él se acercaba, ella pensó que quería cogerla y tirarla por la ventana, por lo que apretó las rodillas contra la parte inferior del escritorio. Pero él se detuvo para desenchufar el cable del ordenador.

– Mira lo que me has hecho hacer -gritó, o más bien gruñó-. Espero que ahora estés contenta. Espero que esto haya borrado todas mis historias.

– Seguro que no -suplicó Kathy-. Vuelve a encenderlo y…

– No, hasta que no haya nadie aquí.

Al ver que su mirada no la movía ni a ella ni a Patricia, dijo:

– No voy a perder más tiempo. No me importa que os quedéis aquí. Tengo cosas importantes que hacer.

Patricia se dio cuenta de que debería haberlo agarrado mientras estuvo a su alcance. Su reacción pudo haber sido lo único que le faltaba para convencer a Kathy. Estaba casi en la puerta cuando Kathy dijo:

– No, Dudley. Quédate tú también.

Pareció como si se estuviese dirigiendo a alguien de la mitad de la edad de su hijo. La boca y labios de Dudley forzaron una sonrisa, pero no pudieron permanecer callados.

– ¿Con quién te crees que estás hablando? -preguntó.

– Con mi hijo, espero. Quédate y haz la maleta mientras tienes la oportunidad.

– No quiero que me des una oportunidad.

En cuestión de segundos, alcanzó la puerta, donde se giró con aire desdeñoso.

– Nadie le dice al señor Matagrama lo que tiene que hacer -dijo-. Y menos, las mujeres.

– Dudley, haz lo que te digo por una vez. Dudley. Dudley.

Su madre corrió hacia el rellano, pero el portazo la silenció. Patricia intentó levantarse, pero sus músculos le temblaban tanto que tuvo que quedarse hundida en la silla. Vio que Dudley daba una carrera al cruzar la calle y al subir por el camino de la colina. Kathy regresó y se quedó de pie a su lado mientras él desaparecía entre los árboles.

– Tendrá que regresar -dijo.

– ¿De verdad lo cree?

– Cuando se tranquilice. ¿Por qué no habría de hacerlo? ¿A qué otro sitio podría ir?

– ¿No cree que lo que ha ocurrido lo mantendrá alejado?

– Tiene que haber alguna explicación, ¿no? Solo es una historia. Quizá la página de las noticias de sucesos sea incorrecta. Incluso los medios de comunicación cometen errores, ya sabes.

Patricia no sabía hasta qué punto debía tomarse aquel comentario como algo personal. Lo único que importaba era asegurarse de que Dudley no fuera muy lejos antes de que la policía se enterase de lo suyo. Sabía que Kathy no estaba preparada para llamarlos.

– Podemos averiguarlo enseguida -dijo agachándose con cuidado para volver a enchufar el ordenador.

Temió que Kathy la detuviera o de que la información se hubiese borrado de verdad. Pero Kathy dejó que la pantalla reviviera y, cuando el ordenador halló los errores, Patricia tecleó ambas contraseñas. Ahora lo único que debía temer era la reacción de Kathy cuando la verdad fuese inevitable.

– ¿Aún piensa que solo se trata de una historia? -dijo Patricia sin encontrar en aquello ningún placer-. Veámoslo.