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Kathy se esforzaba por parecer seria sin que se notara. Entonces se oyó un coche fuera. Se recordó a sí misma que no podía tratarse de la policía.

– Creo que es tu taxi.

Patricia le sostuvo la mirada hasta que el taxista tocó el claxon. Después dijo:

– ¿Dónde está mi bolso? ¿También se lo ha llevado Dudley?

– No es un ladrón, Patricia.

Seguramente se había llevado el móvil de la chica por puro despiste.

– Lo traje aquí abajo -dijo Kathy mientras se dirigía a la cocina-. Te lo habías dejado en el rellano.

Patricia parecía lista para discutir, incluso después de haber comprobado el contenido del bolso, pero un segundo toque de claxon intervino antes.

– Mejor vete antes de que los vecinos empiecen a quejarse -dijo Kathy.

De hecho, Brenda Staples ya estaba asomada a la ventana delantera de su casa. Kathy acompañó a Patricia hasta el taxi, por si necesitaba apoyo y cerró la puerta del vehículo.

– Conduzca con cuidado. Está algo débil -advirtió al conductor.

Quizá no debería haber dicho aquello ya que la mirada que le echó Patricia no era de agradecimiento. Kathy vio cómo el taxi desaparecía al doblar la esquina y después se giró para mirar hacia la ventana de su vecina.

– Solo una visita -informó a Brenda Staples, regresando después a su casa.

Tenía que hablar con Dudley. Era lo único en que podía pensar e intentarlo la hacía sentir rodeada de una negrura que ni la luz del día era capaz de disipar. Cogió el teléfono del recibidor y marcó los dígitos de Dudley mientras subía corriendo las escaleras para llegar hasta su ventana. Pensó en abrirla, pero ¿y si Brenda Staples la escuchaba? Mientras miraba a través del cristal, la voz de Dudley le puso fin a los tonos.

– Dudley Smith, escritor y guionista. El señor Matagrama y yo debemos de estar ocupados. Déjanos un mensaje.

– No quiero dejar un mensaje, quiero hablar contigo -dijo Kathy intentando esquivar sus muchos pensamientos-. No estás ocupado. No estás tan ocupado como para no poder hablar ni con tu propia madre. ¿Estás ahí? ¿Estás ahí, Dudley? Sé que lo estás.

Nada de aquello trajo consigo ninguna respuesta, ni el más leve movimiento en la colina. Sin embargo, lo que le tenía que decir no podía dejárselo grabado en el contestador. Al terminar la conexión, se dio cuenta de que necesitaba saber que Patricia no tenía su móvil con ella. ¿Y si había fingido que no se encontraba en el bolso? Estaría llamando a la policía, o podría haberlo hecho mientras Kathy intentaba alcanzar a su hijo. Kathy marcó el teléfono de Patricia y cerró los ojos, pero tuvo que abrirlos para aliviar aquella oscuridad. Aún miraba con los ojos entrecerrados cuando el móvil dejó de comunicar. Lo único que recibió como respuesta fue silencio.

– ¿Hola? -dijo Kathy.

Agudizó el oído al escuchar un sonido. Era un susurro, pero no una voz. Era un crujido de hojas. Pensó que eran los helechos de la colina con tantas ganas que casi pudo olerlos.

– Sé que eres tú, Dudley -dijo-. Ya puedes hablar.

Al principio temió que hubiera cometido un error, que aquel sonido fuera el de la brisa de la ventanilla del taxi y que le hubiera dicho aquello a Patricia. La oscuridad iba haciendo que la luz fuera irrelevante cuando Dudley dijo:

– ¿Por qué?

Kathy suspiró antes de poder hablar.

– Patricia se ha marchado.

– ¿Adónde? -dijo aún más cortante-. ¿Te hizo creer que tenía que ir al hospital?

– A casa. Ella ya no importa. Tenemos que hablar, pero no así.

– ¿Por qué? ¿Crees que hay micrófonos ocultos? No pueden coger así al señor Matagrama.

No se le había ocurrido aquella posibilidad, la cual añadió otra capa más a la oscuridad, pero seguramente no había habido tiempo para grabar la línea.

– Quiero verte la cara -dijo.

– No esperes que vuelva a casa después de haberte puesto de parte de esa zorra.

– ¿Cómo sabes que me he puesto de su parte? No estabas aquí. Saliste corriendo sin darme ninguna explicación.

– No corrí. Que necesites una explicación está igual de mal que el que te pongas de su parte.

Aquella era exactamente la clase de confrontación que no quería tener con él mientras no pudiera verlo.

– Creo que no deberías volver a casa -dijo.

– Me estás echando porque esa zorra te lo ha dicho.

– Claro que no, Dudley. Te estoy diciendo que deberías mantenerte alejado porque creo que va a ponerse en contacto con la policía.

Se oyó un sonido a través del teléfono que parecía cierto regocijo.

– ¿Y qué va a contarles? No tiene nada que enseñarles. Es mi palabra contra la suya y es ella la que tiene una razón para escribir una historia.

Kathy creyó que era capaz, a pesar de su debilidad, de sentir esperanza.

– ¿Qué razón, Dudley?

– Es periodista, ¿no? Eso es lo que hacen cuando deciden que no les gusta alguien.

– ¿Y qué hay de tus historias?

Kathy miraba fijamente la pantalla negra, que le devolvía la misma mirada de consternación.

– ¿Qué vas a decir sobre todas esas fechas? -consiguió añadir.

– Has estado fisgando mientras yo estaba fuera, ¿no? Eres igual que ella.

– Soy tu madre. Necesitaba saberlo -dijo Kathy esforzándose por no creer que su respuesta era una admisión-. ¿Qué habrías dicho si hubieses estado aquí?

– Intenta pensar. Veamos si eres capaz de imaginar algo para variar.

– Ya estoy imaginando demasiado y no quiero. Te lo estoy preguntando.

– Crees que son pruebas, ¿no?

– Dudley, ¿qué se supone que debo creer?

– Entonces, mejor destrúyelas si quieres protegerme -dijo, colgando inmediatamente después.

– No puedo -dijo Kathy con el teléfono en la mano.

Extendió el dedo para volver a llamarlo y decidir dónde podrían reunirse. Entonces se preguntó si Patricia ya habría llamado a la policía. ¿Y si se paraba en una cabina telefónica o le pedía al conductor que llamara por ella? ¿Y si la policía estuviera de camino para requisar el ordenador? Dudley nunca le habría pedido que eliminara su trabajo a menos que tuviera otra copia en alguna otra parte.

– Tengo que hacerlo -dijo, pero ya no al teléfono. Dio un salto.

Tiró de los cables del monitor y cogió la torre en brazos. Parecía tan vulnerable como cuando Dudley era un bebé, aunque aún debía estar bajo la personalidad que había creado. La idea de tener que estropearlo trajo más oscuridad a su visión y a su mente, pero ¿cómo iba a dejar que aquello perjudicara a su hijo? Si lo hubiese tirado, quizá habría dañado los documentos, pero no habría estado segura de haberlos eliminado. No se había dado cuenta de que sollozaba mientras llevaba el ordenador al cuarto de baño y lo colocaba con suavidad en la bañera.

– Tengo que hacerlo -se repitió mientras ponía el tapón y abría los grifos.

Salieron algunas burbujas del ordenador a medida que el agua lo alcanzaba, pero no flotaba. Dejó que el agua subiera hasta casi rebosar ya que no podía ver por culpa de las lágrimas. Se frotó los ojos con energía y se hizo daño en los dedos al cerrar los grifos. ¿Podría conservar al menos los manuscritos de sus historias? No sabía si la policía sería capaz de fijar las fechas con precisión en vista de lo desarrollada que estaba la tecnología. Si Dudley hubiera querido que ella no lo hiciera, seguramente se lo habría dicho. Sin embargo, también le resultó difícil recoger las historias de su habitación y llevarlas al jardín trasero, donde las puso en lo alto de un puñado de hierbajos. Había leído hasta la mitad de la primera página como si tratara de grabar cada palabra en su memoria, el comienzo de Los trenes nocturnos no te llevan a casa, cuando se acordó de que tenía que darse prisa. Con una cerilla de cocina, prendió fuego a las hierbas y a la esquina de las páginas y se puso derecha cuando las llamas corrieron a borrar las líneas impresas. Se giró y vio que Brenda Staples la estaba mirando por encima de la valla. Se frotó los ojos enérgicamente.