Выбрать главу

No había ningún bote de remos vacío en el río de Naia. No entonces.

Domingo:2

Alaric nunca había conocido una satisfacción semejante. Durante cuatro meses había aguantado sin quejarse por nada, sin anhelar o desear ni una sola vez algo más de lo que tenía. Ahora ya no iba por ahí con los hombros encogidos, frunciendo el ceño y hablando con dureza al mundo. ¿Por qué debería haberlo hecho? Lo mejor de todo, el auténtico gran premio, era que volvía a tener consigo a su madre. Bueno, o prácticamente consigo. Durante largos períodos de tiempo, era capaz de olvidar que ella había dado a luz a Naia y no a él. No obstante, la ocupación anterior de aquella vida por Naia le planteaba unos cuantos problemas. El cerebro de Naia albergaba los recuerdos que se esperaba estuvieran presentes en el de éclass="underline" conversaciones, incidentes, chistes, sonidos y visiones compartidas. Había habido un montón de miradas raras y cejas enarcadas por parte de sus profesores, de Alex e Iván, de sus amistades, pero generalmente podía superarlas sin excesiva dificultad.

Su relación con sus amigos era curiosa, incluso para él. En especial para él. Parecía como si no hubiera puesto los pies en aquella realidad antes de febrero; eso por no hablar de que había sido absorbido dentro de ella de tal modo que ahora todo el mundo se comportaba como si él siempre hubiera estado allí, y los chicos lo consideraban su compañero de juegos y diversiones sin recordar que anteriormente no habían conocido a nadie llamado Alaric. No habrían tenido ninguna clase de relación con Naia, o con ninguna chica, excepto obligados o a menos que ella fuese una «lanzada» como Bonnie la Bicicleta… Uno o dos podían haberse encaprichado de ella -Davy Raine, por ejemplo-, pero lo más probable era que la mayoría de ellos se pusiera a silbar burlonamente mientras Naia pasaba a su lado, o levantara un puño para darse con él en el hueco del brazo al tiempo que intercambiaban miradas despectivas.

Naia. Nunca estaba muy lejos de sus pensamientos. Era la gemela que le habría gustado tener. Si hubieran sido gemelos de verdad habrían discutido lo suyo, pero luego siempre lo habrían arreglado de alguna manera antes de que la cosa llegara a ser demasiado grave, tal era la sintonía que había entre ellos. Naia era más animada que él, con una sonrisa más pronta y un carácter más vivaz y alegre, y sin embargo en los aspectos más importantes eran iguales. Pero no eran gemelos. En cierto modo, debido a sus circunstancias intercambiadas, ahora eran enemigos. No había sido ésa la intención de Alaric, pero había tomado posesión del mundo de ella, literalmente, y hoy lo ocupaba como si hubiera nacido en él. Naia ya no tenía un lugar allí. Pero Alaric abrigaba un temor secreto, que a veces lo despertaba por la noche bañado en un sudor frío: soñaba con que Naia pudiera encontrar un modo de regresar allí y volver a tomar posesión de su vida; era un miedo recurrente que obviaba durante largos períodos de tiempo, pero que nunca llegaba a superar del todo.

Ahora que la lluvia había cesado, quería salir y experimentar las nuevas condiciones. La cuestión era cómo se suponía que iba a atravesar un jardín anegado, e ir más allá de él. Las únicas botas impermeables lo bastante altas para ello eran las viejas del abuelo Rayner, pero le quedaban demasiado pequeñas, así que sólo podía ponerse… pantalones cortos y sandalias. ¡Sandalias! ¿Qué diablos estaría haciendo él con sandalias en aquella realidad? Con todo, servirían a su propósito. Sentiría el frío del agua en las piernas, pero eso era algo que podía aguantar durante un rato.

Le habló de su intención a Alex. La llamaba «mamá», tal como esperaba ella que hiciera, pero en su mente utilizaba otro nombre. Nunca había hecho aquello con su verdadera madre. Del mismo modo, también llamaba «papá» a Iván sólo cuando se dirigía a él. Alaric había tratado de superar aquel último pequeño obstáculo en la aceptación, pero por el momento no había sido capaz de conseguirlo. Con el tiempo, quizá.

– Muy bien, pero mira por dónde vas -había dicho Alex cuando él le habló de su intención-. Una persona puede ahogarse en cinco centímetros de agua, ya sabes.

– No te preocupes, mamá. Ya casi he cumplido los diecisiete.

– Da igual los años que tengas. Todavía podría ocurrir.

– Te prometo que no me ahogaré -dijo Alaric-, ¿de acuerdo?

– No pensarás ir al pueblo, ¿verdad?

– Iba a ir al puente largo, para ver qué aspecto tiene todo por allí.

– En ese caso, no me iría nada mal que fueras a ver al señor y la señora Paine y me trajeras unas cuantas cosas.

– Pero, mamá, eso queda en dirección opuesta yendo desde el puente…

– De acuerdo -dijo Alex-. Ya saldré luego.

Alaric titubeó. Ella quería que fuese a la tienda del pueblo. ¿Cómo podía negarse? Hubo un tiempo en el que habría podido hacerlo, antes del accidente que se la había arrebatado, pero no ahora que ella había vuelto. Ahora ya no podía negarle nada.

– ¿Qué es lo que quieres? -preguntó.

Ella se puso muy contenta.

– He hecho una lista.

Alaric la siguió a la cocina, donde Alex le entregó una lista de cosas, cuatro de las cuales o pesaban lo suyo (detergentes y tinte para el cabello) o abultaban bastante (rollos de papel higiénico y papel de cocina).

– ¡No puedo cargar con todo esto!

– Bueno, pues al menos así dispondremos de lo que puedas traer. Me alegraré de tener un poco de detergente. Si no hago pronto una colada decente no tendremos nada que ponernos.

– ¿Qué más da? -dijo él-. No vamos a ir a ninguna parte mientras las cosas estén así.

– Tampoco se trata de eso.

– Pues a mí me parece que sí.

Era cierto que no iban a ir muy lejos mientras persistieran las condiciones creadas por la inundación. Carecían de medio de transporte, Iván no podía abrir la tienda porque la High Street de Stone estaba anegada, las clases a las que asistía Alex en el College se habían cancelado y la escuela de Alaric permanecía cerrada temporalmente. Eso último no lo entristecía demasiado, porque significaba que, por el momento, no tenía que preocuparse por los temidos exámenes. Creía estar haciendo bastante buen papel en ellos -muchísimo mejor de lo que lo habría hecho en su antigua realidad, donde había vivido envuelto en una neblina de resentimiento y autocompasión-, pero eso no significaba que estuviera disfrutando de ellos.

Dado que las puertas exteriores estaban bloqueadas por los sacos de arena, no le quedaba otro remedio que salir por una ventana que estuviera a la altura del suelo. Cuando se disponía a hacerlo, oyó a Alex, que hablaba a su espalda.

– Volveré a repasarlo todo -dijo-. Estoy decidida a encontrar esa foto del álbum. Su paradero es un auténtico misterio.

– Buena suerte -le deseó Alaric, al tiempo que pasaba una pierna por encima del alféizar y bajaba al agua.

Domingo:3

Aldous recordaba haber dado largos paseos por el jardín y el pueblo con el abuelo Eldon, el brazo extendido hacia arriba para cogerle la mano. La palma del abuelo Eldon era como terciopelo al tacto. En aquel entonces habían tenido una cabra: un hermoso ejemplar blanco llamado Fio. Como se le permitía corretear a su antojo por todas partes, Fio había hecho un trabajo excelente a la hora de impedir que la hierba llegase a crecer demasiado; sin embargo, puesto que se lo comía prácticamente todo, habían tenido que proteger con un cercado las hortalizas y las flores del jardín. También Fio se sentía muy unida a Eldon Underwood y se encaminaba trotando en su dirección cada vez que lo veía. Cuando él y su nietecito iban a dar una vuelta por el jardín, Fio mantenía una celosa distancia, y un buen día, cuando ya no pudo seguir conteniéndose por más tiempo, cargó sobre Aldous desde atrás, lo alzó con los cuernos y lo mandó volando al sendero de grava. Eldon, lleno de furia, encerró a la cabra en el cobertizo. Al día siguiente, unos hombres vinieron y se la llevaron. Aldous lo sintió mucho; nunca se había atrevido a acercarse demasiado al hermoso animal, pero le encantaba verlo travesear por el jardín, mordisqueando todo lo que quedara a su alcance, irguiéndose sobre las patas traseras para llegar a un matojo de hojas o bayas o arbustos espinosos. En cualquier caso, hacía mucho tiempo ya de eso. El abuelo Eldon había muerto cuando Aldous tenía cinco años.