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Recuperar el control de sí misma le exigió un esfuerzo supremo, pero mientras hacía desaparecer de sus ojos las últimas lágrimas con un rápido parpadeo, Naia se dio cuenta de que ya no estaba completamente sola. Tras mirar a su alrededor, vio cómo una figura vestida de negro, un anciano, se volvía en el sendero lleno de agua bajo los escalones. Naia lo conocía. Le había hablado en una ocasión, en aquel mismo lugar, su primer día completo dentro de esa realidad; también entonces tenía los ojos llenos de lágrimas. Él le había dicho su nombre, y éste careció de sentido para ella hasta que, algún tiempo después, Naia consiguió aceptar el hecho de que su vida había sido alterada hasta volverse del todo irreconocible, y de que cualquier cosa era posible ahora, absolutamente cualquier cosa, hasta lo inimaginable.

Domingo: 5

Tras hacer la compra y entregarla a Alex, Alaric fue a pasear con algunos de los muchachos. El y Mick Chilton eran los únicos que llevaban pantalón corto. Los demás no hacían concesiones a la inundación y preferían tener que cargar con ropas mojadas a parecer que les disgustaba la incomodidad. Uno de sus amigos allí era Gus O'Brien, quien creía conocerlo desde que tenían seis años. Si había habido un Gus O'Brien en la realidad anterior de Alaric, nunca habían llegado a conocerse. Aquí incluso los amigos que eran esencialmente los mismos se hallaban ligeramente cambiados, no en apariencia sino en algunas de sus pequeñas manías, actitudes, hábitos. Alaric había conocido a un Davy Raine y un Paul Kearley en la antigua realidad, pero el Davy actual soltaba muchos más juramentos, y ese Paul tenía una especie de tic nervioso en el ojo izquierdo que el otro Paul (cuyo padrastro no pillaba borracheras y nunca le pegaba) no tenía. El nuevo Mick Chilton no se diferenciaba mucho del antiguo, pero los recuerdos que guardaba Mick de las cosas que habían compartido mientras crecían eran meras ficciones para Alaric. En su realidad anterior, Chilton había sido una figura bastante periférica, con distintos compañeros. Allí, Leonard Paine había sido el mejor amigo de Alaric, pero aquí no había ningún Leonard Paine. ¡Ningún Len Paine! ¡Ningún Lenny! En la antigua realidad, el señor y la señora Paine, que regentaban la tienda en los dos Eynesford, tenían tres hijos, de los cuales Len era el mayor. Al igual que Len previamente, Shallan estaba en su clase. Len y Shallan Paine: contrafiguras de él y Naia. Alaric imaginaba que eran tan poco conscientes el uno del otro como lo habían sido él y Naia antes de que sus caminos se cruzaran por primera vez en el segundo aniversario de la muerte de su madre.

Alaric, distraído por pensamientos como aquéllos, no había estado prestando atención a la pelea en la que Paul y Mick acababan de enzarzarse. No obstante, reparó en ella cuando arremetieron el uno contra el otro, cayeron sobre el agua juntos, se hundieron y luego salieron a la superficie debatiéndose e intercambiando puñetazos. Entonces Mick sujetó el cuello a Paul en una presa de brazos y le sumergió la cabeza en el agua. La habría mantenido allí si los demás no los hubieran separado. Después de eso se calmaron y empezaron a buscar otras diversiones.

Eran demasiado mayores para usar el terreno de juegos, pero no había niños pequeños, y tampoco había ningún adulto que pudiera crearles problemas. Además, para su manera de ver las cosas la inundación se había llevado consigo muchas de las viejas reglas, al menos por un tiempo. Así que hicieron girar el tiovivo y saltaron a él, armaron un buen chapoteo en los sube y baja, y se deslizaron por el tobogán para sumergirse en el agua y luego volver a la superficie tosiendo, jadeando y con los ojos llorosos.

– ¡Miradlo! -dijo Gus de pronto.

Todos se dieron la vuelta. Era el anciano al que Alaric había visto por primera vez al otro lado del río desde su dormitorio en su realidad anterior, y un par de veces desde entonces, aquí. Dos variaciones del mismo hombre, obviamente. La razón por la que lo señalaba Gus no era sólo que perteneciese a una generación mucho mayor (con lo que estaba maduro para que se burlaran de él) sino que, vadeando el Coneygeare más o menos en dirección hacia ellos como estaba haciendo, su gabán flotaba alrededor de él como una gran capa negra.

– Viejo lunático -dijo Mick.

– Está chalado -dijo Davy.

– ¿Quién es? -preguntó Alaric, mostrando menos interés del que sentía.

Nadie lo sabía, y a nadie le importaba. Un par de ellos lo habían visto por la zona, pero eso era todo.

Debido a que un adulto se estaba aproximando, por mucho que se tratase de un excéntrico como aquél, Davy, Paul, Mick y Gus volvieron a lo suyo con un poco menos de ímpetu y clamor que antes. Alaric fue a uno de los columpios y empezó a balancearse en él, con los talones rozando el agua mientras no le quitaba el ojo de encima al hombre conforme éste se acercaba. ¿Adónde se dirigía? Seguramente no pretendía pasar por el puente, para adentrarse en los Meadows, que estaban completamente anegados. Sin embargo, poco después resultó obvio que sí iba hacia el puente. Cuando pasó a veinte metros de los chicos, miró en su dirección.

– ¿Qué está usted mirando? -gritó Paul.

– ¡Largo de aquí! -chilló Mick.

– Desgraciado -dijo Gus, en un tono más bajo.

Si se sintió ofendido, el anciano no lo dejó ver. Alzó una mano como dirigiéndose a un grupo de compañeros y empezó a subir por la pendiente. Sólo llevaba recorrida una corta distancia, no obstante, cuando se detuvo y, medio volviéndose, miró a Alaric. Sólo a él, no a los demás. Mick se dio cuenta.

– Se ha encaprichado de ti, Al. Viejo pervertido…

El hombre continuó puente arriba, y entonces fue cuando se dieron cuenta, uno por uno y por sí solos, de que ya no estaban disfrutando de la ocasión de hacer gamberradas, del agua y de la compañía. Era hora de separarse. Paul, Mick y Davy escalaron la pequeña valla del terreno de juegos, yendo del agua al agua.

– ¿Vienes? -dijo Gus a Alaric.

– Sí.

Mientras seguían a los demás a través del terreno inundado, Alaric miró atrás. El puente estaba vacío. El hombre había desaparecido. Se detuvo como si acabaran de abofetearlo.

– ¿Qué pasa? -preguntó Gus.

– Ese hombre…

Gus miró y también se quedó atónito.

– ¿Eh?

Desde allí podían ver la totalidad del puente, y una gran parte de los Meadows en la otra orilla. Veinte segundos antes, el hombre ni siquiera había llegado a la mitad del camino y, sin embargo, ahora no había ni rastro de él. No había ningún sitio, absolutamente ninguno, al que pudiera haber ido.

Alaric se inclinó para mirar debajo del puente.

– Quizá se haya caído.

– Qué va -dijo Gus-. Los lados son demasiado altos para nosotros, de modo que un tipo de su edad no podría subir ni media pierna hasta esa distancia.

Una vez dicho eso se encogió de hombros -¿a quién le importaba lo que pudiera haber sido de él?- y siguió a los demás. Alaric también los siguió, pero más despacio. No conseguía quitarse de la cabeza con tanta facilidad aquel pequeño número de desaparición. Tuvieron que transcurrir varios minutos antes de que su mente dejara de darle vueltas. Hasta mucho más tarde, en la cama, cuando aquel hecho regresó para obsesionarlo.

Domingo: 6

El agua que había entrado en la casa y llegado hasta el último rincón de la planta baja emanaba un olor que habría podido ser más agradable, pero la nariz de Marie era la única que se sentía ofendida por él. Los niños apenas si se percataban del olor, y padre no tenía nada que decir al respecto. A. E. había metido en la casa un pequeño bote encerado dentro del que iba remando por la sala y las habitaciones de la planta baja al mismo tiempo que recogía los distintos objetos, provisiones y adminículos requeridos por su esposa. En la diminuta embarcación sólo había espacio para él y unas cuantas cosas cada vez, las cuales entregaba a las manos que se extendían hacia él desde la escalera. A los niños les habría encantado acompañarlo, pero los divertía verlo navegar por tal o cual habitación. Marie temía estar negando a sus hijos un alimento realmente nutritivo, pero para ellos, los bocadillos hechos con pan pasado y carne de buey que goteaba salsa hacían que todo aquello se volviera todavía más emocionante. El que sus movimientos se vieran restringidos a la parte de arriba de la casa tampoco les importaba lo más mínimo. Ursula y Mimi sacaban el máximo partido posible de la experiencia. Eran muy bromistas y siempre estaban riéndose por todo. Ray, un frágil niño de siete años, se unía a sus juegos con cierto entusiasmo, pero Aldous, el mayor de ellos, pensaba que debía estar por encima de esconderse en los trasteros y debajo de las camas y fingir que el baño era un barco perdido en alta mar. Además, prefería entretenerse con su álbum de sellos, sobre todo desde que había recibido un nuevo lote que el primo Edwin le había enviado desde Weymouth; eran emocionantes representaciones de portaaviones y aparatos de combate.