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Su acompañante se apresuró a rodearle la cintura con el brazo.

– Cálmate, perita en dulce.

– Llévenla a la sala de interrogatorios -ordenó Lynley-. Sola. Ahora vamos.

Un agente uniformado cogió del brazo a Corrine Payne.

– Pero ¿y Sam? -preguntó la mujer-. ¡Sam!

– Me quedaré aquí, perita en dulce.

– ¿No te irás?

– No te abandonaré, amor.

Besó sus dedos.

Robin Payne desvió la vista.

– ¿Podemos proceder? -preguntó Lynley.

Condujeron a Corrine a la sala de interrogatorios. Lynlev acompañó a su hijo a presencia del médico, que les estaba esperando con el maletín abierto, los instrumentos alineados, así como gasas y desinfectantes. Examinó con rapidez al herido, y explicó que existía la posibilidad de una conmoción cerebral y sería preciso tenerlo bajo observación durante las siguientes horas. Aplicó emplastes y suturó una fea herida en la cabeza.

– Sobre todo nada de aspirinas -dijo cuando terminó-. No le dejen dormir.

Lynley contestó que el sueño no entraba dentro de los planes inmediatos de Robin Payne. Le guió por el pasillo (donde advirtió que los colegas de Payne desviaban la vista cuando pasaban por su lado) hasta la sala donde aguardaba su madre.

Corrine estaba sentada a cierta distancia de la única mesa de la sala. Sostenía el bolso sobre el regazo con las dos manos curvadas alrededor de su asa, en la actitud de una mujer que está a punto de marcharse.

Nkata estaba con ella, apoyado contra la pared del fondo con una humeante taza en la mano. Un olor a pollo impregnaba el aire.

Las manos de Corrine se tensaron sobre el bolso cuando vio a su hijo, pero no se movió de la silla.

– Estos hombres me han dicho algo terrible, hijo. Algo sobre ti. Dijeron que has hecho cosas espantosas, y yo les dije que estaban equivocados.

Lynley cerró la puerta. Acercó una silla y apoyó la mano en el hombro de Payne para indicar que se sentara. Este se sentó. Corrine se removió en la silla.

– Dijeron que habías matado a una niña, Robbie -continuó-, pero yo les dije que era absurdo. Les dije que siempre te han gustado los niños, y que Celia y tú queréis tener un montón en cuanto os caséis. Solucionaremos pronto esta confusión, ¿verdad, querido? Supongo que se trata de una terrible equivocación, Alguien se ha metido en un buen lío, pero no eres tú, ¿verdad? -Ensayó una sonrisa esperanzada, pero sus labios se resistieron. Pese a sus palabras, sus ojos traicionaban el miedo. Como Payne no respondía a sus preguntas, continuó con voz ansiosa-.Robbie? ¿No es verdad? ¿No han estado diciendo tonterías estos policías? Se trata de una espantosa equivocación, ¿no? He pensado que tal vez se debe a la presencia de la sargento entre nosotros. Tal vez te ha contado mentiras. Una mujer despechada es capaz de cualquier cosa, Robbie, cualquier cosa con tal de vengarse.

– Tú no lo hiciste -dijo Payne.

Corrine se señaló con el dedo, confusa…

– ¿No hice qué, querido?

– Vengarte. No lo hiciste. Por eso tuve que hacerlo yo. Corrine le dedicó una sonrisa exhausta. Apuntó un dedo amonestador en su dirección.

– Si te refieres a la forma en que te has portado con Celia ultimamente, chico malo, ella es la que debería estar sentada en esta silla, no yo. La pobre chica tiene una paciencia de santa, esperando a que te decidas, pero aclararemos los malentendidos con Celia en cuanto aclaremos los de aquí.

Le miró risueña. No dudaba que su hijo debía seguir su razonamiento.

– Me han cogido, mamá.

– Robbie…

– No. Escucha. No tiene importancia. Lo único que importa ahora es que el artículo se publique, y se publique bien. Es la única forma de conseguir que él pague. Al principio pensé que podría sacarle dinero, que pagara por lo que había hecho, pero cuando vi su nombre por primera vez, cuando comprendí que había hecho a otra lo mismo que a ti… fue cuando supe que sacarle dinero no sería suficiente. Necesitaba quedar expuesto. Eso es lo que pasará ahora. Va a sufrir por lo que hizo, mamá. Lo he hecho por ti.

Corrine parecía perpleja. Si comprendía algo, no lo traslucía.

– ¿De qué estás hablando, querido Robbie?

Lynley acercó una segunda silla y se sentó en un sitio desde donde podía observar a la madre y al hijo.

– Está explicando que secuestró y asesinó a Charlotte Bowen -dijo con deliberada brutalidad-, y que secuestró a Leo Luxford por usted, señora Payne. Está explicando que lo hizo como una forma de venganza, para llevar a Dennis Luxford ante la justicia.

– ¿Justicia?

– Por haberla violado, por haberla dejado embarazada y por haberla abandonado hace treinta años. Sabe que no tiene escapatoria, porque temo que retener a Leo Luxford en el castillo se Silbury Huish no es un testimonio de su inocencia, por eso quiere informarla de sus motivos. Lo hizo por usted. Ahora que lo sabe, ¿quiere ponerle al corriente de la verdadera historia?

– ¿Por mí? -De nuevo, los dedos apuntaron a su pecho.

– Te lo pregunté una y otra vez -dijo Payne-, pero tú nunca me contestaste. Siempre pensabas que lo preguntaba por mí, ¿verdad? Pensabas que quería satisfacer mi curiosidad, pero no era por mí que lo preguntaba, mamá, sino por ti. Era necesario darle un escarmiento. No podía haberte dejado así sin asumir las consecuencias. No es justo. Yo le obligué a afrontarlas. Ahora la historia saldrá en los periódicos y él terminará como se merece.

– ¿Los periódicos?

Corrine parecía horrorizada.

– Sólo yo podía hacerlo, mamá. Sólo yo podía haberlo planeado. No me arrepiento en absoluto. Como tú dijiste, él fue el único que hizo el trabajo. En cuanto lo supe, también supe que él debía pagar.

Era su segunda referencia a otra violación, y sólo podía haber una supuesta víctima de la violación. El que Payne sacara el tema a colación dio a Lynley la oportunidad que esperaba.

– ¿Cómo conoció la existencia de Eve Bowen y su hija, agente? Payne siguió hablando a su madre.

– También hizo el mismo trabajo a ésa, mamá. Y se quedó embarazada como tú. La dejó como hizo contigo. Tenía que pagar. Al principio pensé en pedirle dinero, un bonito regalo de bodas para ti y Sam, pero cuando miré y vi el nombre de ella en la cuenta, pensé, ¿qué es esto? Entonces, lo adiviné.

«El nombre de ella en la cuenta. Pensé en pedirle dinero. Dinero» Lynley recordó de repente lo que Dennis Luxford había dicho a Eve Bowen durante su encuentro en su despacho. Había abierto una cuenta para su hija, dinero que podría utilizar si alguna vez lo necesitaba, su mísera forma de aceptar la carga de su paternidad. Mientras buscaba una forma de destruir la vida de Luxford, Payne debía haber topado con aquella cuenta, lo cual le proporcionó acceso al secreto más oculto del periodista. Pero ¿cómo lo había hecho? Era el último eslabón que Lynley buscaba.

– Después todo fue fácil -continuó Payne. Se inclinó sobre la mesa, en dirección a su madre. Corrine retrocedió unos centímetros-. Fui a Santa Catalina. Vi que el nombre de su padre no constaba en la partida de nacimiento, como en mi caso. Así supe que Dennis Luxford había hecho a otra mujer lo mismo que a ti. Y entonces ya no quise su dinero. Sólo quise que dijera la verdad. De modo que seguí el rastro de la niña a partir de su madre. Vigilé sus pasos, y cuando llegó el momento apropiado la secuestré. No quería que muriera, pero cuando Luxford no confesó, no hubo otra solución. Lo comprendes, ¿verdad? ¿Lo entiendes? Estás muy pálida, pero no tienes por qué preocuparte. En cuanto la historia salga en los periódicos…

Corrine agitó la mano para detener sus palabras. Abrió el bolso y extrajo el inhalador. Se lo aplicó a la boca.

– Mamá, no te pongas mal -dijo Payne.

Corrine respiró con los ojos cerrados y la mano en el pecho.

– Robbie, querido -murmuró. Después abrió los ojos y le dirigió una sonrisa de afecto-. Mi queridísimo chico. No sé cómo hemos llegado a este terrible malentendido.