– Encantado en cualquier otra circunstancia -dijo Rodnev, magnánimo-, pero en este caso debería ser obra de Dennis. Su pluma es mucho más venenosa que la mía, y los tories se merecen una zurra del maestro, ¿Qué dices, Den? ¿Te sientes con ánimos? -Compuso una expresión de preocupación cuando añadió-: Hoy pareces un poco alicaído. ¿Algún problema?
Luxford obsequió a Rodney con un escrutinio de cinco segundos. Lo que Rodney quería decir era «¿Perdiendo los estribos, Den? ¿Te estás acojonando?», pero carecía del valor para ser tan franco. Luxford se preguntó si tendría bastante mierda acumulada para despedir a aquel gusano, tal como se merecía. Lo dudaba. Rodney era demasiado listo.
– Larnsey ocupa la primera página -dijo Luxford-. Publicad la foto del chapero. Enviadme una copia de los titulares con la foto antes de imprimir. El críquet que vuelva a los deportes.
Repasó el resto de los artículos sin consultar sus notas. Negocios, política, noticias del mundo, crónica negra. Habría podido mirar su libreta sin perder el respeto de los redactores, pero quería que Rodney viera y recordara quién sujetaba las riendas del Source.
Terminó la reunión con el habitual arrastrar de pies, mientras Deportes gruñía algo acerca de la «decencia humana básica» y Fotos gritaba hacia la sala de redacción «¿Dónde está Dixon? Necesito una foto de Daffy», entre rechiflas y graznidos. Sarah Happleshort recogió sus papeles, mientras bromeaba con Política y Crónica Negra. Los tres se encaminaron hacia la puerta, donde se apartaron para dejar pasar a la secretaria de Luxford.
– Una llamada telefónica, señor Luxford -dijo la señorita Wallace-. Le dije antes que usted estaba en una reunión e intenté que me diera su número, pero no me lo dio. Ha telefoneado dos veces. Le tengo en la línea.
– ¿Quién es? -preguntó Luxford.
– No me lo ha dicho. Sólo que quiere hablar con usted sobre… el chaval. -Eliminó la expresión turbada de su cara mediante el expediente de agitar la mano delante de ella, como si el aire estuviera plagado de mosquitos-. Es la expresión que utilizó, señor Luxford. Supongo que se refiere al joven que… la otra noche en la estación de tren…
Enrojeció. No por primera vez, Dennis Luxford se preguntó cómo había sobrevivido la señorita Wallace en el Source durante tanto tiempo. La había heredado de su antecesor, quien se había reído mucho a expensas de su delicada sensibilidad.
– Le dije que Mitch Corsico era el reportero que estaba trabajando en el reportaje pero, según él, está seguro de que usted no quiere que hable con Corsico.
– ¿Quieres que me ocupe yo, Den? -preguntó Rodney-. No nos interesa que cualquier don nadie llame y quiera charlar con el director.
Pero Luxford sintió que su estómago se tensaba cuando pensó en la posibilidad que encerraban las palabras «quiere hablar sobre el chaval».
– Ya contesto yo -dijo-. Páseme la llamada.
La señorita Wallace volvió a su mesa para hacerlo.
– Den, estás sentando un precedente -dijo Rodney-. Leer sus cartas es una cosa, pero recibir sus llamadas…
El teléfono sonó.
– Agradezco el consejo, Rod -dijo Luxford mientras se acercaba a su mesa para contestar.
Existía una posibilidad de que la señorita Wallace no se hubiera equivocado en su presunción, de que el hombre tuviera información sobre el chapero, de que la llamada no fuera otra cosa que una intrusión en una jornada agotadora. Descolgó el auricular.
– Luxford -dijo.
– ¿Dónde estaba el artículo, Luxford? -preguntó un hombre-. Voy a matarla si no publicas esa historia.
Gracias a anular una reunión y aplazar otra, Eve Bowen logró llegar a Harrod's a las cinco. Había dejado que su ayudante político hiciera juegos malabares con su agenda. Hizo llamadas telefónicas a diestro y siniestro, dando disculpas y excusas creíbles, y dirigió miradas inquisitivas en su dirección cuando Eve ordenó que trajeran su coche al instante. Podría haber ido a pie desde Parliament Square hasta el Ministerio del Interior, y Joel Woodward lo sabía. Por lo tanto, también sabía que el brusco «Ha surgido algo. Anula la reunión de las cuatro v media» no tenía nada que ver con asuntos relacionados con el gobierno.
Joel se haría preguntas, por supuesto. Su ayudante político manifestaba una curiosidad inquietante por su vida privada, pero no haría preguntas a las que ella debiera responder con complicadas mentiras. Tampoco compartiría con otras personas las sospechas que abrigaba sobre la llamada telefónica que Eve había recibido. Cuando volviera se limitaría a preguntar «¿Ha ido bien la reunión?», y trataría de leer en su respuesta el grado de veracidad. Cabía la posibilidad de que hiciera unas cuantas llamadas para verificar sus movimientos, en busca de inconsistencias entre uno y otro, pero se guardaría las conclusiones. Era la encarnación de «Por la Reina y por la Patria», por no mencionar «Por el Patrón», y le gustaba demasiado la dudosa importancia de su trabajo para ponerlo en peligro si la disgustaba. Para Joel Woodward era mejor no saberlo todo (en una situación en que el silencio y un significativo gesto de cabeza dirigido a mortales inferiores telegrafiaban su intimidad con los asuntos de la subsecretaria del Ministerio del Interior) que verse relegado a un puesto en que no sabría nada de nada, con lo cual debería confiar sólo en su intelecto y habilidad para establecerse en la jerarquía administrativa.
En cuanto a su chófer, su trabajo era conducir, y estaba muy acostumbrado a llevarla en un solo día a lugares tan dispares como Bethnal Green, Mayfair y la prisión de Holloway. Apenas concedería importancia a la orden de llevarla a Harrod's.
La dejó en la entrada de Hans Crescent. A su «Veinte minutos, Fred», el hombre respondió con un gruñido simiesco. Entró por las puertas de bronce, donde guardias de seguridad vigilaban la aparición de terroristas decididos a perturbar el flujo de los negocios, y se encaminó a las escaleras mecánicas. Pese a la hora avanzada de la tarde, las escaleras estaban repletas de compradores, y se encontró embutida entre tres mujeres cubiertas por purdah de la cabeza a los pies, y una horda de alemanes cargados con bolsas de compra.
En la cuarta planta, se abrió paso entre chándales, trajes de baño, chicas con sombrero de paja y rastafaris hasta el departamento de diseñadores exclusivos, donde, tras un despliegue de tejanos negros, tops negros, chaquetas bolero negras, chalecos negros y boinas negras, la cafetería Way Inn atendía a la clientela del departamento.
Vio que Dennis Luxford ya había llegado y se había procurado una mesa de superficie gris, situada en una esquina oculta en parte por una gruesa columna amarilla. Estaba bebiendo de vaso largo y espumoso, y fingía leer el menú.
Eve no le veía desde la tarde en que había averiguado que estaba embarazada. Sus pasos habrían podido cruzarse en los años transcurridos, sobre todo desde que ella se adentró en la vida pública, pero se había ocupado de que no sucediera. Parecía que él se había sentido igualmente feliz de mantener las distancias, y como su cargo de director, primero en el Globe, y después en el Source, no imponía que se codeara con políticos si no le apetecía, nunca había vuelto a presentarse en un congreso por y o en otro acontecimiento donde hubieran podido coincidir.
Comprobó que había cambiado muy poco. El mismo pelo abundante color arena, las mismas ropas elegantes, la misma figura esbelta, las mismas patillas demasiado largas. Incluso (se levantó cuando ella llegó a la mesa) la misma cicatriz que cruzaba parte de su barbilla, recuerdo de una pelea en el dormitorio del Colegio Masculino Baverstock, durante el primer mes de su estancia. Habían comparado sus respectivas cicatrices faciales entre los estallidos sexuales que tenían lugar en su habitación del hotel de Blackpool, más de diez años antes. Ella había querido saber por qué no se dejaba barba para disimularla. El había querido saber por qué se había dejado crecer en exceso el flequillo para ocultar la suya, que partía su ceja derecha.