– Dennis -dijo a modo de saludo, sin hacer caso de la mano que él extendía.
Movió el vaso de Dermis hacia el lado opuesto de la mesa, pera que fuera él, y no ella, quien estuviera de cara al interior de los grandes almacenes. Depositó su maletín en el suelo y se sentó en el lugar que Luxford había ocupado.
– Te concedo diez minutos. -Apartó el menú a un lado-. Un café solo -dijo al camarero cuando apareció. Se volvió hacia Dennis-. Si has apostado a un fotógrafo para captar este tierno momento entre nosotros para la edición de mañana, dudo que pueda sacar algo más que mi nuca, y como no tengo la intención de salir de aquí en tu compañía, no existirá otra oportunidad de que tus lectores sepan que hay una relación entre ambos.
Observó que sus palabras parecían desconcertar a Dermis, un ejemplo más de su extraordinario talento para el disimulo.
– Por el amor de Dios, Evelyn -dijo-, no te he telefoneado para eso.
– Haz el favor de no insultar mi inteligencia. Los dos sabemos tu filiación política. Te encantaría derribar al gobierno, pero ¿no crees que estás corriendo un peligro susceptible de destruir tu carrera, si llegara a saberse tu relación con Charlotte?
– Dije desde el primer momento que admitiría públicamente ser su padre si es necesario para…
– No estoy hablando de esa relación, Dennis. La historia pasada no es tan interesante como los acontecimientos de la actualidad. Tú lo sabes mejor que nadie. No, estoy hablando de una relación más reciente que engendrar a mi hija.
Concedió un énfasis especial a la palabra «engendrar» y se reclinó en su silla cuando le trajeron el cafe. El camarero preguntó a Dennis si quería otra Perrier, y Dennis asintió. Luego estudió a Eve. Su expresión era de perplejidad, pero no hizo comentarios hasta que estuvieron solos de nuevo con sus bebidas, unos dos minutos más tarde.
– No existe una relación más reciente entre Charlotte y yo -dijo.
Eve revolvió el café con aire pensativo y le observó a su vez. Tuvo la impresión de que había aparecido una línea de sudor en el nacimiento de su pelo. Se preguntó por la causa: ¿el esfuerzo de disimular, o la tensión de interpretar la escena con éxito, antes de imprimir la edición de mañana de su repulsivo periódico?
– Temo que sí hay una relación más reciente -replicó-. Me gustaría informarte de que tu plan no resultará como imaginabas. Puedes retener a Charlotte como rehén tanto tiempo como quieras con la intención de manipularme, Dennis, pero el desenlace de esta situación no va a cambiar: tendrás que devolverla, y yo me encargaré de que te acusen de secuestro. Lo cual, diría yo, no servirá de mucho para mejorar tu carrera o tu reputación, aunque reconozco que aumentará las ventas del periódico que ya no dirigirás.
Dennis tenía los ojos clavados en los suyos, de modo que Eve vio la rápida dilatación de sus pupilas. No cabía duda de que intentaba descubrir hasta qué punto se estaba echando un farol.
– ¿Estás loca? -dijo-. Yo no tengo a Charlotte. No la retengo ni la he secuestrado. Ni siquiera sé…
Risas procedentes de la mesa vecina le interrumpieron. Tres mujeres cargadas con bolsas se habían sentado. Discutían a voz en cuello los méritos de las tartas de fruta sobre el pastel de limón, como reconstituyente ideal para el agotamiento subsiguiente a una tarde en Harrod's.
Dennis se inclinó y habló con voz tensa.
– Evelyn, maldita sea, será mejor que me escuches. Esto es real. Real. Yo no tengo a Charlotte. No tengo ni idea de dónde está, pero alguien sí, y me llamó por teléfono hace una hora y media.
– Eso dices tú.
– Y así fue. Por el amor de Dios, ¿para qué iba a inventar esta historia? -Cogió la servilleta y la estrujó. Habló en voz más baja-. Limítate a escucharme, ¿de acuerdo?
Echó un vistazo a la mesa de al lado, donde las compradoras se habían decantado por el pastel de limón. Se volvió hacia Eve. Ocultó sus palabras y su cara al restaurante y sus ocupantes, y dio la impresión momentánea (muy bien hecho, pensó Eve) de que consideraba tan importante como ella que nadie se enterara de su encuentro. Relató su supuesta conversación con el secuestrador.
– Dijo que quería ver la historia publicada en el periódico de mañana. Dijo: «Quiero la verdad sobre su primogénita en el diario, Luxford. La quiero en primera página. Quiero que sea usted quien cuente toda la historia, sin dejar nada. Sobre todo el nombre de la madre. Quiero leer su nombre y toda la jodida historia.» Yo le contesté que era imposible. Le dije que tendría que hablar contigo antes, que yo no era la única persona implicada, que había que pensar también en los sentimientos de la madre.
– Muy bondadoso de tu parte. Siempre tuviste muy en cuenta los sentimientos de los demás.
Eve se sirvió más café y añadió azúcar.
– No mordió el anzuelo -dijo Luxford, sin hacer caso de su pulla-. Preguntó cuándo me había preocupado por los sentimientos de la madre.
– Muy comprensivo de su parte.
– Escucha, maldita sea. Dijo: «¿Cuándo te preocupaste por mamá, Luxford? ¿Cuando hiciste lo que hiciste? ¿Cuando dijiste "Hablemos"? Hablar. Menuda broma, cerdo.» Y eso me hizo pensar… Evelyn, ha de ser alguien que estuvo en el congreso de Blackpool. Tú y yo hablamos allí. Así empezó.
– Sé muy bien cómo empezó -replicó ella con frialdad.
– Pensamos que éramos discretos, pero debimos equivocarnos en algo. Y alguien ha estado esperando el momento propicio desde entonces.
– ¿Para?
– Para acabar contigo. Escucha. -Dennis movió la silla hacia ella. Eve consiguió reprimir el impulso de apartar la suya-. A pesar de lo que pienses sobre mis intenciones, el secuestro de Charlotte no tiene como objetivo derribar al gobierno.
– ¿Cómo puedes decir eso, cuando a tu periódico se le hace la boca agua con lo de Sinclair Larnsey?
– Porque esta situación no se parece ni remotamente a la de Profumo. Sí, el caso Larnsey hace que el gobierno parezca idiota con su compromiso con los valores británicos básicos, pero existen pocas posibilidades de que el gobierno caiga. Ni por Larnsey ni por ti. Estamos hablando de pecadillos sexuales. No se trata de un diputado que ha mentido al Parlamento. No hay espías rusos implicados. No es un complot. Es algo personal. Algo personal contigo y con tu carrera. Tienes que entenderlo.
Extendió la mano sobre la mesa impulsivamente. Cerró los dedos alrededor del brazo de Eve. Ella sintió el calor de sus dedos, que ascendió al instante por sus venas hasta quemar su garganta.
– Quítame la mano de encima, por favor -dijo sin mirarle. Como Luxford no movió la mano, le miró-. Dennis, he dicho…
– Te he oído. -Luxford no se ¿Por qué me odias tanto?
– No seas ridículo. Para odiarte tendría que pararme a pensar en ti. Cosa que no hago.
– Mientes.
– Quítame la mano del brazo antes de que te arroje el café a la cara.
– Me ofrecí a casarme contigo, Evelyn. Tú te negaste.
– No me cuentes mi historia. Me la sé de memoria.
– En ese caso, no puede ser porque no nos casáramos. Debe ser porque sabías que yo no te quería. ¿Ofendió tus principios puritanos? ¿Aún dura? ¿Saber que fuiste mi debilidad sexual? ¿Haberte acostado con un hombre que, en el fondo, sólo quería follarte? ¿O el acto en sí no fue una ofensa tan grande como el placer que lo acompañó? Tu placer, por cierto. El mío está implícito en la existencia de Charlotte.