– ¿Quién es? -preguntó Eve Bowen-. ¿Por qué está con Charlotte cuando ésta tiene que estar en la clase de baile o con su psicólogo?
Cabía la posibilidad, dijo St. James, de que Charlotte disfrutara de su compañía antes de la actividad propia de cada tarde. Ambas tiendas confirmaban que las niñas habían pasado en la media hora posterior a la última clase. La niña en cuestión se llamaba Brigitta Walters. ¿Eve Bowen la conocía?
La diputada dijo que no. No conocía a la niña. Dijo que tenía muy pocas oportunidades de estar con Charlotte, así que cuando le quedaba tiempo libre, prefería pasarlo con su hija a solas, o con su marido y su hija, pero no en compañía de las amigas de su hija.
– Entonces, supongo que tampoco conoce a Breta -dijo St. James.
– ¿Breta?
Contó lo que sabía sobre la amiga de Charlotte.
– Al principio pensé que Brigitta y Breta eran la misma persona, pues el señor Chambers nos dijo que Breta suele acompañar a Charlotte a su clase de música de los miércoles.
– ¿ Y no son la misma?
En respuesta, St. James explicó su entrevista con Brigitta, que estaba confinada en su cama a causa de un feroz resfriado, en su casa de Wimpole Street. Se había entrevistado con la niña bajo la vigilancia de su abuela, una anciana de cabello encrespado, que se sentó en un rincón de la habitación como una casera suspicaz. En cuanto entró en el dormitorio de la niña, supo que aquélla era la acompañante anónima de Charlotte en California Pizza y en Chimes Music Shop. Aunque su cabello no hubiera sido tan rizado como vellocino recién cortado, aunque su cinta para la cabeza de un verde fosforescente no la hubiera delatado, se estaba mordisqueando las uñas como si le fuera la vida en ello, y sólo paró cuando tuvo que contestar a sus preguntas.
El había pensado que encontrar a Breta significaba el fin de su búsqueda, pero la niña no era Breta y Breta no era su apodo. Ella no tenía apodos, le informó. De hecho, se llamaba como su tía abuela, que era sueca y vivía en Estocolmo con su cuarto marido, siete galgos y montones de dinero. Más dinero del que Lottie Bowen tendría nunca, añadió. Brigitta iba a ver a su tía abuela cada verano, junto con la abuela. Y allí tenía la foto de la tía, si quería verla.
St. James había preguntado a la niña si conocía a Breta. Ya lo creo que sí. Era la amiga de Lottie que iba a una de las escuelas estatales de Marylebone, le confió con una mirada significativa en dirección a su abuela, donde tenían profesores normales que vestían como seres humanos, no viejas damas que babeaban cuando hablaban.
– ¿Tiene idea de qué escuela puede ser? -preguntó St. James.
La mujer meditó.
– Podría ser la escuela Geoffrev Shenkling -contestó.
Era una escuela primaria sita en Crawford Place, no lejos de Edgware Road. La diputada pensaba que era un sitio probable donde St. James encontraría a Breta, porque Charlotte había deseado matricularse en ella.
– Prefería ir allí antes que a Santa Bernadette. Aún quiere, de hecho. No me cabe duda de que se mete en algunos líos a propósito para que la expulsen de Santa Bernadette, y así tendré que enviarla a Shenkling.
– La hermana Agnetis me dijo que Charlotte montó una pequeña escena cuando se llevó sus cosméticos a la escuela.
– Siempre revuelve en mis artículos de maquillaje. Y si no, en mis ropas.
– ¿Se pelean por esa causa?
La diputada se frotó los párpados con el índice y el pulgar, como si urgiera a su dolor de cabeza a desaparecer. Se caló de nuevo las gafas.
– No es la niña más fácil de disciplinar. Da la impresión de que nunca ha sentido la necesidad de complacer o de ser buena.
– La hermana Agnetis me dijo que Charlotte fue castigada por coger su maquillaje. De hecho, utilizó la expresión «castigada severamente».
Eve Bowen le miró sin pestañear antes de responder.
– No hago caso omiso cuando mi hija me desobedece, señor St. James.
– ¿Cómo suele reaccionar a los castigos?
– Por lo general se enfurruña. Pero después vuelve a ser desobediente.
– ¿Ha escapado alguna vez, o ha amenazado con escaparse?
– Me he fijado en su alianza. ¿Tiene hijos? ¿No? Bien, si los tuviera sabría que la amenaza más común proferida por un niño contra su padre cuando se le castiga por un acto de desafío es «Voy a escapar, y luego te arrepentirás. Ya lo verás».
– ¿Cómo pudo conocer Charlotte a esa otra niña, Breta?
La diputada se puso en pie y caminó hacia la ventana, con las manos acunando los codos.
– Adivino por dónde van sus tiros, naturalmente. Charlotte revela a Breta que su madre la maltrata, sin duda el calificativo que mi hija daría a cinco azotes en el trasero administrados, por cierto, la tercera vez que robó mi lápiz de labios. Breta sugiere que las dos den a mamá un pequeño susto. Así que se escapan y esperan a que mamá aprenda la lección.
– Es una posibilidad a tener en cuenta. Los niños suelen reaccionar sin comprender del todo la forma en que su comportamiento afectará a sus padres.
– Los niños no actúan así a menudo. Actúan así siempre. -Contempló Parliament Square, que se extendía bajo ellos. Alzó los ojos y aparentó reflexionar sobre la arquitectura gótica del palacio de Westminster-. Si la otra niña va a la escuela Shenkling -dijo sin volverse-, Charlotte debió conocerla en la oficina de mi distrito electoral. Va allí cada viernes por la tarde. Es probable que Breta viniera a mi consulta con sus padres y se escabullera mientras hablábamos. Si asomó la cabeza en la sala de conferencias, debió ver a Charlotte haciendo los deberes. -Se volvió de la ventana-. Pero esto no tiene nada que ver con Breta, sea quien sea. Charlotte no está con Breta.
– Aun así, he de hablar con ella. Es muy posible que nos dé una descripción de la persona que ha secuestrado a Charlotte. Puede que le viera ayer por la tarde. 0 antes, si estaba siguiendo a su hija.
– No necesita encontrar a Breta para obtener una descripción del secuestrador. Ya tiene la descripción, puesto que le conoció ayer: Dennis Luxford.
Sin apartarse de la ventana, enmarcada por el cielo del anochecer, le refirió su encuentro con Luxford. Contó la historia de Luxford acerca de la llamada telefónica del secuestrador. Le contó la amenaza contra la vida de Charlotte y la exigencia de que la historia de su nacimiento, con nombres, fechas y lugares, se publicara en la primera página del Source del día siguiente, escrita por el propio Dennis Luxford.
Cuando St. James oyó que la vida de la niña estaba amenazada, todas sus alarmas mentales se dispararon.
– Esto lo cambia todo -dijo con firmeza-. La niña está en peligro. Debemos…
– Tonterías. Dermis Luxford quiere que yo piense que está en peligro.
– Se equivoca, señora Bowen. Vamos a telefonear a la policía ahora mismo.
La mujer volvió hacia el aparador. Se sirvió otro vaso de agua, lo bebió y le miró fijamente.
– Señor St. James, olvídelo -dijo con absoluta calma-. Me gustaría recordarle que no me costaría nada obstruir una innecesaria investigación policial en este asunto. Es tan fácil como hacer una llamada telefónica. Y si piensa que no puedo o no quiero hacerlo debido a mi cargo en el Ministerio del Interior, entonces es que no comprende nada sobre quién ejerce el poder y dónde.
Una sensación de estupor se apoderó de St. James. No había creído que tal falta de sentido común fuera posible en cualquier hombre o mujer atrapado en semejantes circunstancias, pero cuando la mujer retomó el hilo anterior de su conversación, no sólo reconoció la realidad de la situación; también comprendió que sólo se abría un camino ante él. Se maldijo por haberse dejado implicar en aquel lío horroroso.