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Trasladó el chicle de una mejilla a otra, como preparándose para una charla agradable. Luxford clavó los ojos en el reportero y no los movió. Corsico continuó.

– Pregunté a la oficina de prensa los datos preliminares habituales. El nombre del agente responsable de la investigación, la hora de la autopsia, la identidad del patólogo, el cálculo inicial sobre la hora de la muerte. Sin comentarios. Están soltando la información con cuentagotas.

– Esa noticia no basta para retener las rotativas -comentó Luxford.

– Sí, lo sé. Les gusta jugar con nosotros. Es la lucha por la dominación. Sin embargo, tengo un soplón de confianza en la comisaría de Whitechapel y…

– ¿Qué tiene que ver Whitechapel con todo esto? -Para subrayar su irritación, Luxford echó un vistazo a su reloj.

– Directamente nada, pero espere. Telefoneé y le pedí que mirara en el ONP qué datos había sobre la niña, pero, y aquí es donde las cosas empiezan a complicarse, en el ordenador de la policía no había informes.

– ¿Qué clase de informes?

– Sobre el hallazgo del cadáver.

– ¿Y esto es lo que consideras tan importante? ¿Por eso debo parar las rotativas? Tal vez la policía aún no lo haya introducido.

– Es una posibilidad, pero tampoco había informes sobre la desaparición de la niña. Pese a que, y Whitechapel tuvo que pulsar algunas teclas para descubrirlo, el cuerpo llevaba en el agua unas dieciocho horas.

– Bonito detalle -dijo Rodney. Dirigió una mirada calculadora a Luxford-. Me pregunto qué significa eso. ¿Qué opinas, Den?

Luxford no hizo caso de la pregunta. Se llevó los nudillos a la barbilla y la apoyó sobre ellos. Rodney intentó escudriñar su expresión. Parecía aburrido, pero sus ojos traslucían cautela. Rodney asintió en dirección a Corsico para indicar que continuara.

Corsico ahondó en el tema.

– Al principio pensé que carecía de importancia el hecho de que nadie hubiera denunciado la desaparición de la niña. Al fin y al cabo, era fin de semana. Tal vez alguien se había confundido. Los padres pensaban que la niña estaba con los abuelos, los abuelos pensaban que estaba con los tíos. La niña había quedado en dormir en casa de una amiga. No obstante, pensé que valía la pena verificarlo. Y descubrí que tenía razón. -Corsico abrió su libreta. Cayeron varias hojas al suelo. Las recogió y guardó en el bolsillo de sus vaqueros-. Hay una irlandesa que trabaja para Bowen. Una señora gorda que lleva pantalones abolsados, llamada Patty Maguire. Ella y yo sostuvimos una charla un cuarto de hora después de que el Ministerio del Interior anunciara la muerte de la niña.

– ¿En casa de la diputada?

– Fui el primero en llegar allí.

– Este es mi chico -murmuró Rodney.

Corsico bajó la vista con modestia y fingió estudiar la libreta. Luego continuó.

– Le llevé flores. Rodney sonrió.

– Muy ingenioso.

– ¿Y bien? -dijo Luxford.

– Estaba rezando de rodillas en la sala de estar, y cuando le dije que estaría más que complacido en compartir sus oraciones, que no duraron menos de tres cuartos de hora, os lo aseguro, tomamos una taza de té en la cocina y desembuchó de plano. -Movió la silla para quedar de cara a Luxford-. La niña desapareció el miércoles pasado, señor Luxford. Se supone que la raptaron en plena calle, probablemente algún pervertido. Pero la diputada y su marido no avisaron a la bofia. ¿Qué le parece?

Rodney lanzó un silbido de asombro. Ni siquiera él estaba preparado para aquello. Se acercó a la puerta y la abrió, dispuesto a llamar a Sarah Happieworth para volver a componer la primera plana.

– Qué haces, Rodnev? -preguntó Luxford.

– Llamar a Sarah. Hay que moverse.

– Cierra esa puerta.

– Pero Den…

– He dicho que cierres la puerta. Siéntate.

Rodney sintió que le hervía la sangre. Era el tono que le ofendía, aquella maldita confianza de Luxford en que todas sus órdenes serían obedecidas.

– Tenemos una historia sólida entre manos -dijo Rodney-. ¿Existe algún motivo para que quieras retenerla?

– ¿Qué confirmación has obtenido de todo esto? -preguntó Luxford a Corsico.

– ¿Confirmación? He estado hablando con la maldita ama de llaves. ¿Quién podría saber mejor que la niña fue raptada y los padres no llamaron a la policía?

– ¿Tienes alguna confirmación? -repitió Luxfort.

– ¡Den! -exclamó Rodney, convencido de que Luxtord mataría la historia, a menos que Corsico tuviera los datos atados y bien atados.

Pero Corsico continuó.

– Hablé con alguien en tres comisarías de la zona de Marylebone: Albany Street, Creenberry Street y Wigmore Street. No existe constancia de que alguien denunciara la desaparición de una niña.

– Esto es dinamita -susurró Rodney con ganas de graznar pero se contuvo. Corsico prosiguió.

– Me pareció absurdo. ¿Qué padres no telefonearían a la policía si su hijo desaparece? -Ladeó la silla y contestó a su propia pregunta-: Pensé que tal vez los padres querían deshacerse le ella.

Luxford continuó inexpresivo. Rodney silbó por lo bajo.

– En consecuencia, pensé que podríamos sacarle un cuerpo a la competencia si investigaba un poco más. Y eso hice.

– Sigue -le animó Rodney al ver que la historia empezaba a tomar forma.

– Descubrí que el marido de la Bowen, un pelma llamado Alexander Stone, no es el padre de la niña.

– Eso es cosa sabida -señaló Luxford-. Cualquiera que siga la política te lo podría haber dicho, Mitchell.

– ¿Sí? Bien, para mí era nuevo, y representaba un giro interesante. Cuando se produce un giro, me gusta saber a dónde conduce. Fui a Santa Catalina y examiné el certificado de nacimiento para ver quién era el padre, porque pensé que tarde o temprano tendríamos que entrevistarle, ¿no? El padre afligido por la muerte y todo eso.

Cogió su chaqueta de algodón, metió una mano en el bolsillo y extrajo una hoja de papel doblada, que desdobló, alisó sobre la mesa y entregó a Luxford.

Rodney esperó, casi sin atreverse a respirar. Luxford examinó el papel y alzó la cabeza.

– ¿Y bien?

– Bien ¿qué? -preguntó Rodney.

– No consta el nombre del padre -explicó Corsico.

– Ya lo veo -dijo Luxford-, pero como Bowen nunca ha revelado su identidad, no me sorprende en absoluto.

– Puede que no sea sorprendente, pero sí una posible relación y, sobre todo, una forma de hilar la historia.

Luxford devolvió la copia del certificado a Corsico De paso, dio la impresión de examinar al joven reportero como si se tratara de una criatura que era incapaz de identificar.

– ¿Adónde quieres ir a parar con todo esto?

– ¿Sin nombre del padre en la partida de nacimiento? ¿Sin informar a la policía de la desaparición de la niña? La cuestión es el ocultamiento de información, señor Luxford. Es el tema principal, el tema del nacimiento de la pobre niña al principio, el tema de su muerte al final. Para empezar, podemos hilar la historia alrededor de esa pauta. Si lo hacemos, y un editorial sobre la naturaleza insidiosa de los secretos de familia iría de coña, créame, hasta un zoquete sería capaz de desenterrar los misterios desagradables de la diputada Bowen. Porque si Larnsey y el chapero nos han dado la medida de lo que el público desea, en cuanto hilemos esta historia alrededor de la tendencia de Bowen a ocultar información crucial, todos sus enemigos nos inundarán de datos que nos llevarán a donde queremos.

– ¿Y dónde es eso?

– Pues la culpabilidad. Apuesto a que es la definitiva información que está ocultando. -Corsico intentó domeñar su pelo, pero fue imposible-. La única explicación lógica es que ella sabe quién secuestró a la niña. 0 eso, o ella planeó el secuestro. Son las dos únicas explicaciones de que no llamara a la policía al instante. La única explicación razonable, además. Bien, si relacionamos esa información con el hecho de que nunca ha revelado la identidad del papi de la niña en todos estos años… bien, creo que ya sabe a dónde quiero ir a parar, ¿verdad?