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Sin embargo, otro cadáver esperaba las manipulaciones del patólogo. Yacía sobre una camilla, cubierto en parte por una sábana verde, con las manos aún dentro de una bolsa y una etiqueta atada al dedo gordo del pie derecho.

– Bill -llamó uno de los técnicos en dirección a un cubículo situado al otro extremo de la sala-. He puesto cintas nuevas en la grabadora, así que cuando quieras.

Barbara no estaba dispuesta a presenciar otra autopsia para obtener información de la primera, de modo que se encaminó hacia el cubículo. Dentro, el patólogo estaba bebiendo una taza de café. Su atención estaba centrada en un minitelevisor, en cuya pantalla dos hombres sudorosos se enfrentaban en un partido de tenis. El sonido estaba apagado.

– Vamos, cabeza de chorlito -murmuró-. Cuando sube a la red es mortal, y lo sabes. Ataca, ponle a la defensiva. ¡Sí! -Saludó al tenista con la taza. Vio a Barbara y al sargento y sonrió-. He apostado cincuenta libras en este partido, Reg.

– Deberías ir a Jugadores Anónimos.

– No. Sólo necesito un poco de suerte.

– Todos dicen lo mismo.

– Porque es verdad.

Bill apagó el televisor y miró a Barbara.

Barbara adivinó por su expresión que iba a preguntarle si se encontraba mejor, y no creía que el sargento Stanley necesitara que sus sospechas se avivaran. Sacó la libreta del bolso.

– Londres está esperando mi informe -dijo, y ladeó la cabeza en dirección al otro cadáver de la sala-, pero intentaré no retrasarle mucho. ¿Qué puede decirme?

Bill miró a Stanley, como inquiriendo quién mandaba. Barbara intuyó que el sargento, situado detrás de ella, le daba alguna especie de dispensa papal limitada, porque el patólogo empezó su informe.

– Las indicaciones superficiales son consistentes, aunque no hay ninguna muy pronunciada. -Tradujo su comentario inicial-. A simple vista, todas las condiciones aparentes, aunque no tan bien definidas como de costumbre, apuntan a una única causa de la muerte. El corazón estaba relajado. La aurícula y el ventrículo derechos estaban anegados en sangre. Los alveolos pulmonares estaban enfisematosas, los pulmones pálidos. La tráquea, bronquios y bronquiolos estaban llenos de espuma. Las mucosas estaban rojas y congestionadas. No había hemorragias petequiales debajo de la pleura.

– ¿Qué significa todo eso?

– Que se ahogó.

Bill tomó un sorbo de café. Utilizó el mando a distancia para encender el televisor.

– ¿Cuándo, exactamente?

– En los ahogamientos nunca hay un «exactamente», pero yo diría que murió entre veinticuatro y treinta y seis horas antes de que encontraran el cuerpo.

Barbara calculó a toda prisa.

– Pero eso la sitúa en el canal el sábado por la mañana, no el domingo.

Lo cual significaba que alguien de Allington podía haber visto el coche que transportaba el cadáver de la niña. Porque el sábado los granjeros se levantaban a las cinco como de costumbre, según Robin. Sólo los domingos se quedaban en la cama. Se volvió hacia Stanley.

– Sus hombres tendrán que volver a Allington e interrogar a todo el mundo. Con el sábado, no el domingo, en mente. Porque… -Yo no he dicho eso, sargento -la interrumpió Bill. Barbara volvió la cabeza hacia él.

– ¿No ha dicho qué?

– No he dicho que estuviera en el canal entre veinticuatro y treinta y seis horas antes de su muerte. He dicho que estaba muerta durante ese período antes de que la encontraran. Mis cálculos acerca del tiempo que pasó en el agua siguen en doce horas.

Barbara intentó comprender sus palabras.

– Pero ha dicho que se ahogó.

– Sí, desde luego.

– ¿Sugiere que alguien encontró su cuerpo en el agua, lo sacó del canal y lo devolvió más tarde?

– No. Le estoy diciendo que no se ahogó en el canal.

Bebió el resto del café y dejó la taza sobre el televisor. Se acercó a un aparador y cogió un par de guantes de plástico de una caja de cartón. Los golpeó contra su palma.

– Esto es lo que ocurre en el típico caso de ahogamiento. Una única y fuerte inspiración por parte de la víctima, mientras el agua del fondo introduce partículas extrañas en el cuarpo. Bajo el microscopio, el fluido tomado de los pulmones muestra la presencia de esas partículas extrañas: algas, sedimentos y diatomeas. En este caso, esas partículas deberían coincidir con las algas, sedimentos y diatomeas presentes en una muestra de agua tomada del canal.

– ¿No coinciden?

– Exacto. Porque no estaban allí, para empezar.

– ¿Significa eso que la niña no hizo una «sola inspiración» bajo el agua?

Bill sacudió la cabeza.

– Es una función respiratoria automática, sargento, una fase de la asfixia terminal. En cualquier caso, había agua en los pulmones, lo cual indica que inhaló después de la inmersión. Sometida a análisis, el agua de sus pulmones no coincidió con el agua del canal.

– Está diciendo que se ahogó en otro sitio, supongo.

– Exacto.

– Partiendo del agua encontrada en su cuerpo, ¿sabe dónde murió?

– En otras circunstancias, sí. En éstas, no.

– ¿Por qué?

– Porque el fluido de sus pulmones coincidía con agua del grifo. Pudo morir en cualquier sitio. Pudieron ahogarla en una bañera, en el interior de un retrete, o colgada de los pies con la cabeza metida en un cubo. Hasta podría haberse ahogado en una piscina. El cloro se disipa con rapidez, y no hemos encontrado ni rastro en el cuerpo.

– Pero si la sujetaron para ahogarla, ¿no habría señales? Marcas en el cuello y los hombros. Marcas de ataduras en las muñecas o los tobillos.

El patólogo enfundó la mano derecha en un guante de látex. -Sujetarla no fue necesario.

– ¿Por qué no?

– Porque estaba inconsciente cuando la metieron en el agua. Es la causa de que las típicas señales de ahogamiento fueran menos marcadas que de costumbre, como ya dije al principio.

– ¿Inconsciente? No ha hablado de ningún golpe en la cabeza o…

– No golpearon para que perdiera el sentido, sargento. De hecho, no la maltrataron de ninguna manera, ni antes ni después de su muerte. No obstante, el informe de toxicología demuestra que su cuerpo estaba repleto de benzodiapina. Una dosis tóxica, de hecho, considerando su peso.

– Tóxica pero no mortal -clarificó Barbara.

– Exacto.

– ¿Cómo lo ha llamado? ¿Benzoqué?

– Una benzodiapina. Un tranquilizante. Este en particular es diazepán, aunque tal vez lo conozca por su nombre más común.

– ¿Cuál es?

– Valium. A juzgar por la cantidad hallada en su sangre, combinada con las señales limitadas de ahogamiento, sabemos que estaba inconsciente cuando la sumergieron.

– ¿Y muerta cuando llegó al canal?

– Oh, sí. Estaba bien muerta cuando llegó al canal. Y lo estaba desde hacía casi veinticuatro horas.

Bill se puso el segundo guante. Buscó en el aparador una mascarilla. Ladeó la cabeza hacia la sala de fuera.

– Temo que éste va a ser especialmente maloliente -dijo.

– Ya nos íbamos -dijo Barbara.

Mientras seguía al sargento Stanley hacia el aparcamiento, reflexionó sobre la importancia de los descubrimientos del patólogo. Había pensado que progresaban con lentitud, pero ahora tenía la impresión de haber vuelto al principio. Agua del grifo en los pulmones de Charlotte Bowen significaba que podían haberla retenido en cualquier sitio antes de su muerte, que podía haberse ahogado en Londres tanto como en Wiltshire. Si ése era el caso, si la niña había sido asesinada en Londres, también habrían podido retenerla cautiva en Londres, con tiempo más que suficiente para matarla en la ciudad, y luego transportar su cadáver hasta el canal de Kennet y Avon. El valium también sugería Londres, un tranquilizante prescrito para que la gente pudiera soportar la vida en la metrópoli. Todo lo necesario para que un londinense hubiera secuestrado y matado a Charlotte era que él o ella poseyeran algunos conocimientos sobre Wiltshire.